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viernes, abril 26, 2024

¿Gratuidad? Reciprocidad

*Por Jonathan Palafox

Recuerdo una campaña bastante ingeniosa y divertida de uno de los instrumentos de búsqueda de servicios más relevantes, en México, anteriores a internet: la Sección Amarilla. Esta campaña utilizaba fragmentos de películas y luego mencionaba un servicio que estuviera relacionado con la situación, de forma cómica o satírica. Uno puede calificar la efectividad de la publicidad, sin duda, y la agudeza de la mente de sus creadores de paso, según el tiempo que se nos queden sus anuncios en la memoria.

Hace ya bastante tiempo de eso, alrededor de 30 años, y aunque muchas cosas han cambiado desde entonces, hay algunas que permanencen inalteradas. Por ejemplo, el modelo de negocio de la gratuidad.

Las redes sociales usan este modelo. Si alguna vez, usted lector, ha sido curioso, podrá haber notado la gigantesca infraestructura que las plataformas como Facebook o Youtube necesitan para funcionar. Y si después de la gorra de “curioso” se ha puesto la de “financiero”, seguramente se habrá preguntado, ¿de dónde salen los recursos para mantener semejante maquinaria andando?”. La respuesta es simple, y utilizaré una frase popular en el medio para expresarla: cuando el producto es gratuito, el producto es usted.

Cuando en los 90s uno tenía la necesidad de contratar un servicio (plomería, electricidad, renta de autos, hotel, etcétera), acudía a una de dos fuentes: recomendación o Sección Amarilla. Esta última herramienta era un compendio de los servicios que había en la comunidad, y se repartía de manera gratuita a los suscriptores de la compañía telefónica de manera anual. El niño que yo era entonces, por alguna razón, recibía dicho libro con entusiasmo. Decenas de repartidores andaban por las calles entregando los libros, casa por casa, con diablitos cargados de biblias de datos comerciales, y solo pedían a cambio devolver el del año anterior. Entonces, la infraestructura eran esos repartidores, los libros, los diablitos, los capturistas de la información, la imprenta y otros accesorios asociados y, como hoy, los mecenas de dicha infraestructura eran los interesados en llegar a los ojos del público: los anunciantes.

Por supuesto que en los 90s no se explotaban de la misma manera los datos, pero el principio del modelo de negocio era el mismo: ofrecer un servicio o valor a los usuarios (entonces el libro, ahora el uso de la red social) a cambio de posicionar las marcas en la mente de la audiencia. Todas las partes ganaban: el anunciante estaba cerca de los usuarios, los usuarios tenían un diccionario de servicios (y de números particulares, en la Sección Blanca. Hoy esto parece impensable), y la empresa integradora generaba dividendos. So riesgo de que parezca una barbaridad, diré que en ese entonces nadie se quejaba, pues había un acuerdo tácito de reciprocidad. Hoy las cosas parecen haber cambiado mucho en ese aspecto.

La comunidad, cada vez más informada (y también “inforxicada”), debido a varios de los sesgos que nos caracterizan como humanos, tiende a sumarse a movimientos que tildan de monstruos sin corazón a todas aquellas empresas que usan el modelo gratuito como forma de subsistencia; si bien no son pocas las ocasiones en que estas últimas navegan en la frontera de la legalidad o la transgreden (y por ello deben ser cuidadosamente observadas), no debemos olvidarnos cuánto más sencilla nos hacen la vida en el día a día. Ahora me resulta muy difícil pensar en visitar una ciudad, para una cita de trabajo o de turismo, sin la asistencia de los mapas digitales.

Hay numerosas ponencias, páneles, conversaciones y mesas de discusión respecto de la importancia de cuidar y valorar nuestra información, donde se nos presentan los efectos nocivos que puede tener el llevar una vida privada bastante pública. Está claro que es una buena recomendación mantener varios aspectos, cómo el financiero, en la privacidad de nuestra casa, así como también evitar calcar nuestra rutina diaria y pormenorizada en las plataformas. A pesar de lo anterior, sin embargo, nos resulta imposible fijar un valor a los datos que podemos aportar de manera personal puesto que, por si solos, aislados, no representan un beneficio para nadie, ni siquiera para el propietario. Fuera de las plataformas que pueden utilizarlos para ofrecer otros servicios a otras empresas, la información que generamos en el día a día no le interesa a nadie. No imagino a la gente saliendo a la calle y, en lugar de compartir con sus amigos “hoy he desayunado en tal lugar”, diga, “si quieres saber donde he desayunado hoy, págame”. Mi intención no es ridiculizar la situación, aclaro, sino más bien hacer conscientes a las personas de dos puntos: el primero, que ya estamos obteniendo un pago por nuestra información, y son los servicios que recibimos y que usamos de manera cotidiana. Y el segundo, somos nosotros los que decidimos no solamente si participar de las plataformas, sino (aun más importante) la cantidad de información que compartimos en estas.

Veo con cierta tristeza que estamos cada vez más inmersos en una narrativa egoísta, donde lo que importa primero es obtener un beneficio personal o, en el mejor de los casos, empantanados en la discusión respecto de quién debería dar el primer paso cuando se trata de iniciativas que mejoran a la sociedad pero que demandan esfuerzo de todas las partes. Reconocer las cosas que obtenemos es, entonces, también muy importante en la construcción de personas integrales, que sepan dar, no solo pedir.

Para terminar, quiero compartir una última reflexion. No ignoro que como parte de la dinámica del capitalismo y la globalización existe el riesgo (y se está materializando) de generar o permitir entes tan grandes que sea inevitable que la gente participe en ellos. Esto, sin embargo, no es producto del modelo de negocio en sí, sino del modelo económico que nos rige. Pero también es objeto de una nueva disertación.

 

* Ingeniero en Sistemas Computacionales, fundador de Tres Factorial Ingeniería de Software. Miembro de Canieti Guanajuato desde 2018 y Coordinador de la Comisión de Innovación en Concamin.
jonathan.palafox.lopez@gmail.com
twitter @jpalafoxlopez

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