* Por Jonathan Palafox
Sentado en el sofá, en la oscuridad de la sala, Luis esperaba. No hacía tanto que esperaba, pues recién había abierto los ojos después de una siesta que se prolongó desde la comida y que su cuerpo, ya más allá de los 30, le había exigido. Rondarían ya las 8 de la noche, a juzgar por los autos que había afuera, en la calle, pero sobre todo por los que faltaban. Si el cálculo era correcto, su vecina, Claudia, que ocupaba la planta baja de aquella casa dúplex, no tardaría en llegar.
Con Claudia solía compartir trivialidades a veces, a veces cosas profundas, según el estado de ánimo que trajeran, y era frecuente que compartieran la cena, aunque no se hubieran dado los buenos días por la mañana, pues ambos disfrutaban de la compañía del otro así, dosificada. La cena era la distancia adecuada para aquellos erizos.
La hora calculada había resultado correcta, pues la puerta del exterior, que Luis podía ver desde la ventana de la sala, se abrió unos pocos minutos después, dejando ver el pelo negro y rizado de Claudia, sus manos morenas y sus piernas igualmente latinas; le alegró su presencia de forma natural, quizá porque le parecía tierna la manera en que le solía contar su jornada, en la que siempre había algo peculiar que resaltar. Aunque Claudia no miró hacia arriba y entonces no pudo notar la presencia de Luis, pronto le mandó un mensaje preguntando por la cena.
-Sushi o tacos. – Le escribió ella.
-Comamos tacos. – Respondió él. Luego agregó -no tardo. –
Luis estaba en casa, es cierto, pero solían jugarse algunas bromas que luego juntos recordaban, y volvían a reírse de ellas. Claudia era una mujer valiente, sin duda, pero los ruidos súbitos y de origen desconocido eran algo que le ponía los pelos de punta. Y esa era la broma que Luis quería jugarle; después de un rato de su llegada, Luis activó la alarma de su cuarto, que a pesar de su pequeño tamaño llegaba a despertar a Claudia todos los días. No alcanzó a pasar más de un minuto cuando Luis recibió un mensaje:
-Tu alarma me ha sacado un susto.
-Discúlpame, olvidé desactivarla el otro día. Ahora lo hago. No desesperes, ya voy en camino.
-Ok.
Y Luis procedió a desactivarla, haciéndolo sentir como un descuido. Pero la semilla se había sembrado, y Claudia ya no estaba tan tranquila como al llegar. Luis dejó pasar otros minutos, no demasiados para aprovechar la tensión que seguramente Claudia todavía cargaba, y soltó una maleta como si se hubiera caído desde el guardarropa. El escándalo no fue exagerado, pero sí suficiente para que Claudia mandara otro mensaje:
-Oye, he escuchado caerse algo en tu casa. ¿Estás arriba?
-No, voy en camino. ¿Qué has oído?
-No estoy segura, pareció una mochila o una bolsa grande. Por favor, no estés bromeando que vengo algo estresada.
-No te preocupes, seguro algo se resbaló, algo que debí dejar mal acomodado. De cualquier forma, mantente en tu casa, yo ya voy para allá.
-No tardes, por favor.
Luis tenía ganas de soltar una risilla, pero pudo contenerse. Se echó en el sillón, para pedir comida a domicilio, como compensación por el susto que le estaba causando. Al terminar, ejecutó pronto su tercer movimiento. Aprovechó una foto que había tomado días antes de camino a casa, una foto que mostraba su coche favorito con un perro asomándose por la ventana del pasajero, y la colocó a punto para ser enviada al mismo tiempo que preparaba otra maleta para otra caída. Ambos eventos debían suceder de manera simultánea, para disminuir sospechas. Y así sucedió. El mensaje que recibió entonces fue:
– ¡Ay no!, algo está pasando en tu casa. Creo que hay alguien ahí.
– No entiendo, ¿qué pasa? – Preguntó él, tratando de ser lo más disimulado posible.
– Se escuchó otra caída, y ahora ya creo estar escuchando pasos. ¿Ya vienes?
– Ya estoy a unos 10 minutos. Enciérrate, por si las moscas. Pero estate tranquila, yo creo que es algo del clóset que no estaba bien acomodado.
– Ya vente, pues.
Luis ya se había divertido lo suficiente, y no le resultaba posible extender tanto una broma a costa del sufrimiento de otros, menos aun de Claudia, por lo que decidió terminarla. Para ello, se incorporó del sillón y se acercó a cuarto para ponerse unos zapatos. Dado que ya había tomado la decisión, olvidó que Claudia aún no sabía de su presencia, y entonces recibió otro mensaje:
-Sí, hay alguien arriba, estoy escuchando pasos, Luis.
-Tranquila, que ya he llegado. Verás que no es nada. – Dijo él.
Apenas envió el mensaje, Luis pudo notar a Claudia corriendo hacia la puerta de su cuarto y luego hacia la puerta de la calle, todo esto gracias al ruido causado por su carrera. Para entonces se estaba colocando el segundo zapato, a oscuras, con esa sonrisilla que antes había guardado; y de pronto, sin embargo, escuchó:
-Que bueno que ya llegaste; te juro que siento que hay alguien allá arriba…
* Ingeniero en Sistemas Computacionales, fundador de Tres Factorial Ingeniería de Software. Miembro de Canieti Guanajuato desde 2018 y Coordinador de la Comisión de Innovación en Concamin.
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