*Por Jonathan Palafox
Cuando aquella tarde notó el sobre ocre entre toda la correspondencia, su corazón dio un salto. Cuando comenzó el proceso, hacía ya diez años, su vida era otra; las motivaciones iniciales para intentar esto que hoy se daba eran tan distintas que ya no podía recordarlas. No pudo correr a abrazar a nadie, pues en el camino había pasado no por una, sino por dos separaciones, mujeres a las que siempre les había quedado a deber algo y que siempre le habían cobrado de más. En esa soledad preparó su traje, el más fino, el que había guardado para entonces y que no le hubiera sorprendido si ya no le quedara. Diez años.
La práctica a lo largo de la década le impidió retrasarse, y llegó exactamente a la hora marcada en aquel papel, ocre también, como el sobre. Un hombre unos diez años más joven, le recibió el abrigo que había llevado por protocolo, porque hacía 23 grados. Se reconoció en su gesto, y por un momento la nostalgia le invadió y le hizo preguntarse si era aquello todo cuanto anhelaba. Pero ya no hubo tiempo, porque el itinerario estaba marcado y no había en él un momento para el arrepentimiento. Lo intentó al menos.
A la mesa, donde ocupaba la cabecera por primera vez, porque su sobre era el ocre y no el verde pálido de los sobres del resto de los que también estaban sentados, verde pálido como los sobres que había recibido durante nueve años, presidió la ceremonia. Con excepción de aquellas leyendas que surgen de cuando en cuando, y la última lo había recibido a los tres años, cuyo nombre no solo identificaba el salón del evento, sino que también bautizaba algunos de los procedimientos que nutrían el grueso libro de actividades para todos los iniciados, con excepción de aquel, como digo, él lo había recibido pronto. Él lo había recibido. Innumerables historias le habían contado, por propios y extraños, de la espera maldita y torturante de aquel sobre ocre, injusto y deseado, insuficiente, aleatorio, caprichoso, que los agotó y secó en vida, volviéndolos parias en el camino, ascetas sibaritas que ya no tenían a dónde volver ni a donde seguir caminando. Ánimas que solo iban contando historias incompletas para los que también andaban perdidos y en su errar se acompañaban. Él lo había logrado. O a él lo habían seleccionado. O había ocurrido. Quien sabe. Ahí estaba.
Cuando sirvieron el primero de los tiempos, un aromático platillo que desprendía sensaciones de primavera y de energía, todos voltearon a verlo a él, ungido, antes de dar el primero de los sorbos, que iba a ser igual que el segundo y que el último. Pero el suyo era el primero. Y la suya también sería la primera de las expresiones de éxtasis derivadas de aquel manjar, aunque tuviera exactamente el mismo efecto que en la última de las lenguas. Y su plato, igual que fue el primero en ser traído, también fue el primero en ser retirado, aunque el segundo tiempo esperara a que la mesa ya no tuviera ninguno encima. Su boca, la primera de las bocas, emitió la primera de las observaciones, que se anotaron en una misma libreta, donde cabían todas. Si acaso su fortuna, que no era poca, radicaba en ser la primera en ser leída, de entre todas. Recompensa para los impacientes.
El segundo tiempo, una especie de germen bañado en una salsa, intensa al gusto pero poco olorosa, cómo una mujer recatada en la cama, le sorprendió llevándolo a lugares de su adolescencia donde había cometido las locuras más infames, requisito para inscribirse al programa. Nunca nadie, ni las leyendas aquellas que resultaban exóticas, nadie, había llegado a tal lugar siendo pasivo. El destino solía reírse a carcajadas de aquellos que armaban un plan para ejecutar todas las tareas dispuestas en el libro inicial, pero nunca desvió sus ojos hacía aquellos que no gustaban de la lectura. Y entonces recordó los incendios causados por sus ideas, metafóricos y literales, en salas de casas y patios de escuela e institutos. Recordó como solía ocupar estrados o rejas, espacios siempre propicios para atraer la atención de las audiencias que prefieren construir preguntas que emitir respuestas. Y así recordó también aquella remota ocasión en que hizo el amor, una manera también radical de revelarse a todo lo establecido y por lo que casi todo lo abandona. Pero el platillo acabó antes de darle sentido a aquella memoria, y entonces no hubo más que tomar la servilleta del regazo, limpiarse los labios, y seguir a otra cosa.
El tercer tiempo, el plato fuerte, estaba servido desde que se sirvió el primero, pero nadie, incluido él, lo había notado. Hizo falta que una joven diligente, más joven por unos diez años, levantara la tapa de una charola que estaba camuflada entre las copas y los cubiertos y las botellas y las canastas de cuestiones accesorias que probablemente nunca nadie haya disfrutado lo suficiente como para elevarlas al rango de plato. Solo había una charola en la mesa, y ese era el secreto. Los sobres verdes no alcanzaban para probar este manjar, no tenían derecho a ello. Y más que el sabor o el aroma que desprendiera aquel platillo, que los tenía, era la escasez lo que lo hacía atractivo, lo que lo hacía deseado. Y ahora estaba ahí, frente a él, viendo como el resto lo miraban con genuina envidia, sabiendo que de haber podido se lo hubieran arrebatado. Pero aquellos diez años reunidos de experiencia, lo habían preparado para anticipar cualquier movimiento. Y no quedaba más que encajar el tenedor en aquella carne blanda y roja, para llevarlo luego al paladar que habría de deleitarse con un sabor que pocos, unos cientos a lo largo de la historia, habían disfrutado. Pero lo quiso hacer con tiento, porque también sabía lo que eso significaba. El bocado primero sería el último, porque aquella comida a la que todos aspiraban estaba envenenada. Y eso tenía todo el sentido del mundo: ¿qué hacer después de que se ha cumplido aquello que te has propuesto?
La tragedia, sin embargo, que el aún no sabe, que se mantiene en el aire junto con el cubierto que sostiene la carne, es que ese bocado no sabe muy distinto al resto de los platos.
* Ingeniero en Sistemas Computacionales, fundador de Tres Factorial Ingeniería de Software. Miembro de Canieti Guanajuato desde 2018 y Coordinador de la Comisión de Innovación en Concamin.
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