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miércoles, abril 24, 2024

Navidad

*Por Jonathan Palafox

Me gusta la navidad. Más específicamente la temporada navideña, aunque eso, lejos de enfocar el interés, abra el lente. Me gusta que la gente esté más contenta, más abierta a conversar y recibir retroalimentación; me gustan los encuentros familiares, laborales y sociales, con ese ánimo de celebración que todos visten por la proeza de haber resistido una vuelta más alrededor del sol. Me gustan las charlas prefabricadas, las razones navideñas para encontrarle huecos a la agenda y promover reuniones (a veces, también, evitarlas).

Me gusta la música que canta las mismas cosas, cada año, y despierta en mí al niño que me acompaña desde que tengo memoria, y que no se ha ido. Me gusta ver como se ríe conmigo cuando, ya sin devolverle el timón, lo llevo por los sitios que solía disfrutar hace años.

Me gusta el olor de los adornos navideños, ese que nace y se acumula dentro de las cajas que las guardan, invalidando de una forma mágica la máxima que dicta que la materia no se crea ni se destruye: la navidad va creciendo a lo largo del año en esas cajas, y nos golpea la cara cada vez que abrimos una, y luego acompañamos el aroma con una anécdota de la navidad pasada, y luego otra y otra, hasta el punto de olvidar en que año sucedieron, porque siguen sucediendo.

Me gusta la luz que ilumina las casas, por fuera y por dentro, brindando calor y claridad y fantasía, esperanza (sin importar el “qué”), la calidez de los abrazos que nos guardamos todo el año aquellos que somos más bien introvertidos.

Me gustan las noches que se alargan y los días que las conectan, apenas puentes musicales que nos permiten ir de una a otra, sin desafinar ni perder la nota. Toda la temporada es una canción que comienza con los primeros frescos del año y termina con el partir de los reyes magos.

Me gusta la navidad, también, porque es un momento de descanso: es el viernes del año. Es el botón de pausa que alguien más presiona puntual, para poder levantarnos e ir al baño, quitándole atención a lo que sea que estemos haciendo. Me gusta la cadencia con la que uno camina en esta época, disfrutando de los pasos.

Me gusta saber que la navidad llegará, también, aun antes de verla. Y esta es quizá la enseñanza más poderosa de la festividad: que ha de llegar y ha de terminarse también. Y entonces, cuando uno entiende que todo lo que se hace, en cualquier temporada, en cualquier latitud, acompañado de cualquier persona, ha de pasar, comienza a admirar las pausas, el trayecto, el tiempo que nos demanda. Comienza a prestar atención a cada momento, sin importar si es el inicio de algo, o su término. Porque montados en esos ciclos, todo final es un comienzo.

De los 12 meses que le hemos colocado al calendario, 11 pienso distinto. 11 hago que mi vida se rija por una agenda estricta (a veces, confieso, no tanto; hay pequeños diciembres que ocurren en el resto del año), que me tiene acelerado yendo de un lado a otro, y no en pocas ocasiones quedar en el mismo sitio. 11 dedico mi cuerpo y mi sueño a conseguir objetivos declarados, exigiéndome dedicación y esfuerzo. En cada uno de esos 11 encuentro otro tipo de satisfacción, en forma de reconocimiento, en forma de logro, en forma de dinero. Pero diciembre es distinto. Diciembre es el descanso de la escalera, la excepción a la regla, el árbol en el llano. Y este breve espacio (apenas un doceavo) es suficiente (y bastante, también) para traerle un significado a la vida que uno no tiene que esforzarse por explicar, para el que solo basta levantar una copa, cruzar una mirada y decir las palabras mágicas: feliz navidad.

Qué bueno que llegas, navidad; y para desearte luego, que bueno que te vas.

* Ingeniero en Sistemas Computacionales, fundador de Tres Factorial Ingeniería de Software. Miembro de Canieti Guanajuato desde 2018 y Coordinador de la Comisión de Innovación en Concamin.

jonathan.palafox.lopez@gmail.com

twitter @jpalafoxlopez

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