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jueves, abril 25, 2024

Obsolescencia programada o en la búsqueda de la felicidad

*Por Jonathan Palafox

Es lunes 5 de septiembre, del año 2022. Escribo esto que escribo en una laptop Lenovo bastante discreta: una 81D0 que tiene “apenas” 4GB de RAM y un procesador Celeron N4000 a 1.1GHz (de doble núcleo). Es muy probable que para la mayoría de los lectores esto resulte como un lenguaje secreto, místico, inalcanzable…y puede que tenga algo de cierto. Cuando un médico me habla a mí en términos de fármacos, dosis e ingredientes activos; infecciones por bacterias o padecimientos por virus; síntomas y cuadro clínico; a mí también me resulta un lenguaje difícil de digerir, y lo único que atino a decir es “¿cuánto tiempo me queda, doc?”. En esas circunstancias, a uno no le queda más que confiar en el experto.

Así que confíen cuando les digo que esta computadora en la que trabajo no es ni mucho menos el auto más potente de la carrera. Aun así, funciona bastante bien. El truco está en hacer el análisis correcto: ¿para qué tareas funciona?

Recuerdo que hace ya muchos años, cuando mi padre y yo disfrutábamos de salir frenéticamente a hacer compras (mismas que pagaba él, no yo) no había fin de semana en que los vendedores de las tiendas departamentales no nos abordaran con “la última tecnología en televisores” o, “la computadora de última generación”. Las primeras nos prometían imágenes más nítidas que la misma realidad (y eso que tengo una vista 20/20); las segundas que podríamos llevar a cabo las muy demandantes actividades escolares de un preparatoriano tan relajadamente como haría Checo Pérez para manejar un auto de control remoto. Si bien no comprábamos todo el tiempo, todas las semanas salíamos deslumbrados y entristecidos a un mismo tiempo: deslumbrados por la “ahora sí” tecnología _non plus ultra_; tristes porque el televisor que habíamos comprado apenas unas semanas atrás ya no servía para nada.

Bien ahí, equipos de marketing.

Sin embargo, el bolsillo tarde o temprano aprieta, y comienza a emitir preguntas sensatas que llegan hasta los alienados oídos, tales como _”¿realmente es necesario?”, _”¿realmente la imagen es tan distinta?”_, _”¿realmente, eso que tengo, ya no sirve?”_.

En ocasiones, los productos tienen una vida útil _programada_, de tal forma que llegada la fecha surja una necesidad real de reemplazarlos. En otras, la obsolescencia la determinan las campañas de marketing que terminan por convencernos (casi mediante tortura psicológica) de que esos artículos que usamos ya no sirven, que seríamos 100 veces más felices/productivos/inteligentes/relevantes, con los nuevos. En cualquier caso, el fenómeno es la obsolescencia programada.

Pero ¿qué es la obsolescencia programada?

La obsolescencia programada es la práctica de diseñar el periodo de vida, de utilidad, de un producto. Con ello, desde la fabricación, las empresas se aseguran de una rotación de artículos periódica, y así asegurar el modelo de negocio.

Por supuesto que esta práctica es por lo menos cuestionable; cambiarla, sin embargo, es una tarea que encierra en sí misma el cambio del sistema económico en el que estamos inmersos. Por otro lado, no podemos olvidar que el flujo económico que la recompra genera, mantiene los motores de las empresas, que son fuente de innumerables empleos. Tal vez esto que escribo lo hago influenciado por el sistema, como afectado por el Síndrome de Estocolmo….

Dejando de lado las pretensiones de cambiar el mundo (una tarea por lo menos complicada), contamos con una herramienta para combatir la obsolescencia programada, al menos aquella derivada del bombardeo de marketing (para aquella en la que los artículos dejan de funcionar realmente no hay salvación): la combinación de criterio y serenidad. Asistir a una tienda, con deseo irrefrenable de consumir, por supuesto que lo único que nos dejará son deudas e insatisfacción, presos de un deseo que no puede saciarse. Si nos damos la oportunidad de reflexionar, es posible que encontremos que, en muchos casos, las cosas para las que necesitamos otras cosas pueden llevarse a cabo con las cosas que ya tenemos. Esas cosas pasan.

El avance de la tecnología, la globalización (o puesta en entredicho seriamente), la brutal competencia, nos han orillado, como sociedad y como individuos, a destacar mediante el consumo, haciéndonos creer que valemos por lo que vestimos; sin embargo, date la oportunidad, lector, de vivir fuera de ese mundo, donde baste una vieja computadora para escribir un artículo que no sería mejor de haberlo escrito en un ordenador de última generación. Lo que uno tiene que decir, lo dice, a veces incluso, callado.

* Ingeniero en Sistemas Computacionales, fundador de Tres Factorial Ingeniería de Software. Miembro de Canieti Guanajuato desde 2018 y Coordinador de la Comisión de Innovación en Concamin.

jonathan.palafox.lopez@gmail.com

twitter @jpalafoxlopez

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