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sábado, abril 20, 2024

Rapsodia de reflexiones

*Por Jonathan Palafox

Aun protegido por el sinfín de actividades que había (y aún hay) que desarrollar para estar presente durante la próxima expo ITM 2022, de la Hannover Messe, algunas ideas/inquietudes encontraron la forma de colarse entre las rendijas del pensamiento. Tal vez sea porque, en muchos sentidos, dicha expo es una prueba fehaciente y clara del avance de la humanidad, al menos en uno de los sentidos (uno podría pensar que quizá nos iría mejor creciendo no en línea recta sino más bien como un hongo, un moho, que crece en área y abarca muchas más cosas, con más tiento pero también más equilibrio).

Sean o no causados por el evento, estos traviesos pensamientos hicieron un hueco en la cabeza y no me han dejado en paz salvo a ratitos, cuando definitivamente tengo a las diez neuronas ocupadas con alguna tarea que las demanda y que, de distraerlas, terminaría yo firmando con otro nombre, o hablando en otro idioma.

Pensamiento líquido

Esta es la primera de ellas, y aunque nueva para mi (al menos en concepto), parece ser que ya tiene algo de tiempo circulando en el ideario colectivo, gracias a varios libros.

El “pensamiento líquido” es un concepto que describe la manera en que cambiamos de ideas y, aún más importante, ideales y objetivos. El concepto está inmerso en una narrativa mayor, la obra de una vida, del sociólogo Zymunt Bauman. Para Bauman, la realidad líquida es una respuesta, o, mejor dicho, una metamorfosis de los hábitos, creencias e instituciones que nos reglaban en el pasado siglo y también a los anteriores a ese.

En esta sociedad anterior, que denomina “sólida”, es que tienen cabida ideas como el “para siempre”, del matrimonio, o las carreras profesionales desarrolladas en una sola empresa. La sociedad líquida, por el contrario, abre paso a “dejar fluir”, “adaptarse”, como el agua a las cosas que la contienen.

Una consecuencia de esta sociedad (la de pensamiento líquido, me refiero), es su fragilidad; se considera que, precisamente, la falta de estructuras desarrolladas para perdurar, hacen muy sencillo que los planes se abandonen ante las dificultades o cambios en el entorno.

Antes, sin embargo, de lanzarnos a decir, “sí, antes todo era mejor”, recordemos que existe algo llamado “retrospectiva idílica”.

Este sesgo cognitivo ocurre cuando nos dejamos llevar por las emociones del momento (generalmente las que resultan desagradables), y enarbolamos sin mucho juicio las cosas que nos ocurrieron en el pasado; sin embargo, entre otros factores, no debemos olvidar que el mecanismo de la memoria, aunque bondadoso, suele ser engañoso con las personas: tendemos a olvidar lo negativo (casi todos; algunos, claro, se empeñan en vivir amargados).

Por ello, decir que las estructuras sólidas del pasado nos aseguraban una vida mejor es obviar todo el avance que ha habido en materia de derechos, salud y bienestar en general (sin negar todo lo que hay pendiente por hacer todavía).

La retrospectiva idílica, entonces, funciona como un mecanismo de defensa que, si usamos sin pensar, sin ser críticos, puede también volvernos verdugos de iniciativas que bien podrían rendir frutos para la propia sociedad y llevarnos al “movimiento en círculos”, donde lo único que hay es una ilusión de progreso. Aun así, es justo preguntarse, por ejemplo, si no es un avance que la gente pueda separarse cuando parezca que las cosas ya no tienen solución en su convivencia. O bien, procurar el aprendizaje vivencial, volviéndose un nómada profesional, migrando entre distintas organizaciones con cierta frecuencia. Y aunque este es un tema de debate, no olvide que la idea que gana dependerá del narrador, y lo que a este convenga. La recomendación es tratar de ver lo esencial de las cosas.

¿Y que es lo esencial de las cosas? Esta semana, una noticia de la prensa rosa, mezclada con tecnología, nos puede ayudar: La cesión de los derechos de uso del rostro de Bruce Willis.

Si bien parece haber sido desmentido el hecho de que el mencionado actor haya “licenciado” los derechos de uso de su cara, la tecnología para colocar rostros encima del de otras personas ya existe. Hace no mucho tiempo fueron muchos y variados los videos donde personajes reconocidos y relevantes parecían decir unas cosas impensables, por su excentricidad o por su idiotez.

Por lo anterior, no dejo de pensar en la llegada del día en que solo pase una de dos cosas: que el avance tecnológico nos orille a desarrollar el pensamiento crítico, puesto que no importará quién diga las cosas (será todavía más difícil corroborar la fuente), sino el mensaje y la conveniencia de lo que contenga, es decir, lo esencial; o bien, este avance termine por convertirse en nuestro propio yugo, y no haya forma de escapar de esas “verdades” que importarán por quién las diga, no por lo que sean. En un buen papel de una película es la capacidad interpretativa del actor lo que importa, no el actor en sí. Aunque la realidad sea que baste el nombre del actor para llevar a las masas al cine, o repelerlas.

Por el momento, voy a descansar. Tengo algo de tiempo para ver una película en donde actuará, probablemente, alguien que no conozca. Pero no me fijaré en su rostro, sino en las palabras que salgan de su boca, porque esas, esas puede que me convenzan.

* Ingeniero en Sistemas Computacionales, fundador de Tres Factorial Ingeniería de Software. Miembro de Canieti Guanajuato desde 2018 y Coordinador de la Comisión de Innovación en Concamin.

jonathan.palafox.lopez@gmail.com

twitter @jpalafoxlopez

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