*Por Jonathan Palafox
La luna brillaba discreta tras una nube, amarilla y enorme, como farol de pueblo al que todavía la modernidad no lo ha decepcionado. El aire en calma le rozaba apenas las mejillas con el paso lento que llevaba; por alguna razón que había olvidado, esa sensación le causaba una sonrisa tierna y seductora a un tiempo, de forma inconsciente, y por eso siempre conectaba con la gente cuando la encontraba andando. A esas horas, sin embargo, ya no había nadie a quien cruzarse. Algunos restaurantes y cafés permanecían abiertos, esperando solamente la partida de los comensales. A diferencia de él, meseros y capitanes no vestían ya una sonrisa en el rostro; tampoco tendrían la noche que él tendría, que también era motivo para estar contento, el principal.
Recordaba su rostro, la vería de nuevo. Solo pensarlo le agitaba el corazón, le arrancaba el aire. Con los vellos del brazo erizados, abrió el coche y ocupó el asiento. ¿Cuánto tiempo había esperado ese momento? Poco importaban ahora desvelos y heridas, decepciones, tensión y vergüenzas; eran el precio que tiene que pagarse para lograr el cometido.
En la suave oscuridad del interior, comenzó a recordar. Habría podido dibujar su rostro de memoria; los detalles de sus facciones, los lunares que la mayoría ignoraba; el espacio entre los dientes inferiores; el centímetro de más que tenía en la oreja izquierda con respecto de la otra; el color de los delgados labios, y de haber podido plasmarlo, hasta el aroma de su aliento. Toda la fantasía se interrumpió de pronto cuando se vio las manos y deseó haber traído consigo algún presente, aunque sabía también que no haría gran diferencia. La luna se descobijó un instante y le dio plenamente en el rostro, incomodándolo. Detrás de la nube que se iba, sin embargo, venía lentamente otra que habría de cobijarla otra vez. La luz amarilla no le convenía del todo, y se acomodó en el asiento para evitarla. Ansiaba ya tenerla cerca, ansiaba poder olerla, tocarla, y prefería que no lo viera bajo esa luz, al menos no de forma inmediata.
Todavía recordaba el día de octubre del pasado año cuando la había conocido. Un trato tan dulce, tan grácil como ya no se estila. En uno de esos cafés ella le había sujetado la mano y leído el futuro. Cada línea, cada ocurrencia había encontrado el ritmo que los llevó a ambos a sonoras carcajadas, también a horas en las que los meseros ya no reían. No es que fuera tan difícil, en realidad: un par de copas de vino se habían convertido en aliadas nocturnas, pintoras de un cuadro que no olvidarían nunca.
Cuando el coche empezó a andar se alegró de saber que la distancia que los había separado no duraría mucho más. Olía su perfume, escuchaba su voz. Esa sonrisa que le surgía con la caminata le empezaba a aflorar también ahora. Sus manos acusaban, trémulas, la emoción. El corazón seguía acelerando su latir y eso le entrecortó el aliento y le alteró la respiración, haciendo que ella, sentada en el asiento del copiloto, la notara de pronto en su nuca, así borrándole la sonrisa que había cultivado en esa primera cita. La primera al menos desde aquel octubre del pasado año.
* Ingeniero en Sistemas Computacionales, fundador de Tres Factorial Ingeniería de Software. Miembro de Canieti Guanajuato desde 2018 y Coordinador de la Comisión de Innovación en Concamin.
jonathan.palafox.lopez@gmail.com
twitter @jpalafoxlopez