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jueves, abril 25, 2024

Vivir en fantasía

*Por Jonathan Palafox 

Pasó varios minutos tratando de hacer un encuadre que le gustara. El lienzo era hermoso: un atardecer arrebolado, tiñendo el agua que se fundía con el cielo en el horizonte, en una línea apenas perceptible, cada vez menos. Un barco en lontananza nos decía soberbio que la vida no era justa: a ella, que encuadraba el paisaje; a mí, que la veía desde el camastro; y al mesero, que nos acercaba por quinta ocasión un conjunto de bebidas. Este último no tuvo tiempo de notarlo, pues una familia cercana lo llamó antes de que pudiera escuchar.

De cuando en cuando notaba la frustración de la fotógrafa, impedida de la imagen por el continuo andar de la gente por el borde de la playa, ensuciando el cuadro deseado, llenándolo, haciéndolo otra cosa distinta de la que ella tenía en la cabeza. La luz se escapaba, también su paciencia. No habría una nueva oportunidad al día siguiente, pues era el último día de estancia. Era ahora o no sería. Era así, con gente, como lo estábamos viviendo, como habríamos de recordarlo después cuando mirásemos la fotografía.

El mar me distrajo un momento con su canto engreído y violento. Las olas eran altas y salvajes, agresivas, imponentes, descorteses con los bañistas, desinteresadas de aquellos que tenían en esa tarde la última oportunidad de dejarse abrazar por la sal y la humedad de la costa. Pero el mar posaba, para eso sí estaba listo. Hacía rato que el modelo estaba entusiasmado por salir retratado en la pantalla, exultante e inmenso.

Apreciando su magnitud, perdí la noción del tiempo; noté luego con sorpresa que la fotógrafa ya estaba a lado mío, observando los resultados. “¿Alguna buena?” pregunté; “alguna que otra”, dijo, pero agregó “habrá que editarlas”. No pude evitar pensar, imaginarla, recluida en un cuarto con una computadora sofisticada, usando sistemas llenos de botones que causarían las mismas impresiones que las que causaban los paneles que usaba El Santo en las películas de los setenta, a los no iniciados. Horas y horas de trabajo arduo probablemente variando los colores, recortando y pegando formas, procurando que los bordes coincidieran… horas y horas puliendo las luces para que los parches no se notaran… horas y horas decidiendo el filtro a utilizar para aclarar u oscurecer la imagen, ocultarla o exponerla: hacerla mística o revelarla con alegría.

“¿Qué te parece esta?”. La frase me arrancó del pensamiento, pero pude disimularlo contestando seriamente y sin prisa “esa es buena”. “Solo tengo que quitar a las personas” continuó, y acto seguido, con dos o tres taps en la pantalla del celular, logró no solo removerlos, sino sustituir con agua y arena el sitio donde otrora estuvieron sus pies, y con un poco de nubes el sitio donde llegaban sus cabezas. “¿Qué has usado?”, pregunté; “un filtro, de Google”, me dijo. “Estoy suscrita en Google One, y esta función recién la ha liberado, es buena. Usa inteligencia artificial para quitar cosas”. Inteligencia Artificial. Hoy todo usa inteligencia artificial, al menos todo aquello que está de moda. No sé a dónde llegaremos, pero me emociona adivinarlo.

Pensaba en eso, en todo lo que he relatado, cuando la fotógrafa me interrumpió, para corregirme: “no era un atardecer, amor, era una mañana. Por la tarde pudimos asistir a nadar al mar, que estaba calmo”. No es así como yo lo recuerdo, pero no me basta la fotografía para comprobarlo.

* Ingeniero en Sistemas Computacionales, fundador de Tres Factorial Ingeniería de Software. Miembro de Canieti Guanajuato desde 2018 y Coordinador de la Comisión de Innovación en Concamin.

jonathan.palafox.lopez@gmail.com

twitter @jpalafoxlopez

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