Por Fernando Revilla
Antes que nada, agradezco la invitación a colaborar con este artículo y me permitiré aprovechar el espacio para invitar a un par de reflexiones que inciden en el combate a la corrupción.
Me permitiré iniciar con la definición que nos provee Kofi Anan desde la Convención de las Naciones Unidas contra la Corrupción, “La corrupción es una plaga insidiosa que tiene un amplio rango de efectos corrosivos en las sociedades. Socava la democracia y el mandato de la ley, lleva a violaciones de los derechos humanos, distorsiona los mercados, erosiona la calidad de vida y permite florecer el crimen organizado, el terrorismo y otras amenazas para la seguridad humana. … “
Partiré de este concepto debido a que el mismo implica una serie de paradigmas que hemos adoptado a lo largo de nuestra historia en la humanidad, y es que hemos permitido que la corrupción se introduzca injustificadamente en nuestros prejuicios, que marque los mercados públicos y privados, que trascienda en mecanismos de extorción y delincuencia, y que divida al gobierno de su gobernado, o en otras palabras al mandante de su mandatario.
De los paradigmas referidos anteriormente, tocaré solo dos, el primero vinculado a un derecho humano, el “Prejuicio de la Corrupción”, este paradigma ha violentado de manera importante el derecho humano de presunción de inocencia debido a que adoptamos de manera inercial juicios sobre ciertos actores sociales y los imprimimos como “individuos corruptos” sin siquiera darnos la oportunidad de evaluar su actuación o poseer pruebas de que así ha sido determinado por una autoridad competente, esto ha mermado la participación ciudadana institucionalizada toda vez que anticipadamente calificamos que nuestra colaboración será cooptada por la corrupción de la institución que legalmente tiene la obligación de abrir paso a la participación de ciudadanos.
Por otro lado no todo recae en el estigma ciudadano de prejuicio de la corrupción, la propia autoridad en muchas ocasiones ha adoptado el paradigma de tratar la participación ciudadana como un simple elemento que legitima la toma de decisiones en la administración pública y de lo contrario al ser un participante crítico, inician las denostaciones con calificativos de ser “grilla política”, “atendados partidistas” o “simple politiquería barata”, limitando de esta manera a recibir el mensaje que realmente importa “el sentimiento u opinión ciudadana”.
Ninguno de los dos paradigmas anteriores abonará al combate a la corrupción ni a una alianza entre Ciudadano y Gobierno efectivo para controlar este cáncer social, y ante ello la corrupción real cantará victoria pues a rio revuelto, ganancia de pescadores.
Concluyendo, invito a reflexionar lo siguiente:
- Ciudadanos, debemos evolucionar a una participación mucho más efectiva y crítica, respetando la presunción de inocencia.
- Autoridades, la verdadera participación ciudadana debe respetarse, escucharse y analizarse con impoluta seriedad.
Como Presidente del Comité De Participación Ciudadana del Sistema Estatal Anticorrupción de Guanajuato, confío que podamos incidir positivamente desde la trinchera ciudadana en la disminución y control de la corrupción.
