Pareciera que el vídeo que se presumió en el primer informe de nuestra fiscalía autónoma lo realizó un estudiante de primero de arquitectura: una visual del antiguo edificio de la calle Alhóndiga se descompone hasta la maqueta del nuevo de cemento, vitropiso y harto vidrio verde.
Y allí estábamos todos: gobernador y ex gobernadores (Oliva en un rincón y Márquez en primera fila), diputados y presidentes municipales, otros fiscales invitados, funcionarios estatales y demás obligados a ir, incluidos estudiantes de algo. Todos para aplaudir a la estrella de la función, el fiscal.
Los discursos guanajuatenses tienen todo en común: enumeran cifras, presumen avales, apantallan con tecnologías, pero nunca van a lo sustantivo de la tierra. La retórica es escuela ancestral para capear a la realidad.
Escuchar y ver lo sucedido en el pretencioso auditorio armado en parte de esa maqueta que es la fiscalía, a uno le queda la impresión de vivir en mundos paralelos.
“Una maqueta es un montaje funcional, a menor o mayor escala de un objeto, artefacto o edificio, realizada con materiales pensados para mostrar su funcionalidad, volumetría, mecanismos internos o externos” dice cualquier cita wikipédica; pues eso es la fiscalía, un montaje funcional al caso de sus funcionarios, un artefacto del poder evidenciado en su feo edificio, presuntuoso de su volumetría y sus mecanismos, pero nada más. Y en eso se han gastado millonadas.
Al final, la simple pregunta que casi todos los guanajuatenses y los de más allá hacemos: ¿por qué estamos viviendo la peor violencia impune de la historia en tiempos dizque de paz?