El año pasado me dediqué por primera vez en lo que tengo trabajando como crítico de cine a hacer un análisis sobre los materiales de nuestros talentos locales que participan en el GIFF dentro de la selección estatal llamada Selección Guanajuato. La respuesta que tuve al respecto fue bastante notoria: varios cineastas se acercaron a platicar de forma amena sobre sus intenciones y mis palabras en una retroalimentación que me parece de lo más necesaria para el apto crecimiento de este tipo de trabajos y entendimiento de las temáticas que quieren plasmar.
Este año la convocatoria aumentó, considerando que ahora son 14 títulos en comparación de la décima del año pasado y debo de decir que encuentro mejoras en las lecturas y modalidades posibles que me alegra ver también abarca géneros nuevos dentro de esta selección.
Sin nada más que decir, un agradecimiento a los cineastas y sus trabajos porque al verse proyectados vemos también una pizca de esfuerzos que no siempre son celebrados.
Estos son nuestros cortos guanajuatenses.
8 24 CUARENTAY3 de Christian Cornejo.
El nuevo cortometraje de Christian Cornejo de inmediato hace una presunción sobre el tratamiento de la cámara de Uriel Juárez, con un plano secuencia rodado dentro del interior de un vehículo que observa a un personaje femenino pero que está limitado a los límites otorgados por el automóvil. Este plano secuencia resulta bastante atractivo porque permite mostrar una visceralidad dentro del comportamiento de la mujer -interpretada por Carolina Segura– a la hora de reaccionar a una ruptura amorosa que va llevando mientras sigue manejando.
De esta forma implementando una dosis de realismo a la secuencia, Carolina incluso llega a titubear y a raspar ciertas palabras dando una mayor efectividad… pero esta entrega y modalidad queda dejada de lado en cierto momento; Cornejo decide no proseguir con los planos secuencias y en una parte de la conversación decide implementar un montaje que no conectan los diálogos que escuchamos con la actuación de su personaje. Esto quizás lo hace en una intención de darle mayor dinamismo pero le resta los puntos que estuvo construyendo desde un inicio y más, cuando de pronto los diálogos expresos ahora tienen una limpieza y potencia dramatizada.
Avrocar de Matthew Sanabria.
Cortometraje de índole experimental en donde Sanabria plasma la cotidianeidad solitaria de Olga, una mujer que en medio de sus actividades de limpieza que repite constantemente da espacio a una serie de pensamientos que aparecen en voz en off que expresan complejidades constantes que pasan por su cabeza.
Es un trabajo bastante complicado porque Sanabria decide que la evocación de reclusión sea lo que exuden sus imágenes, casi todas compuestas en blanco y negro de un macrocosmos de las pequeñas cosas y el uso de material de archivo que o tiene una conexión con el personaje -como el mencionado Avrocar, que deja intuir la inocencia y jovialidad perdida del personaje que piensa que en futuro los coches vuelan, no que está lavando el piso de un lugar de forma constante- a momentos en donde esta conexión resulta más difícil de intuir y por lo tanto, devora tiempo como un león por las urbes.
Hombrecito de Mario Martínez Chávez.
¿Puede un hombre entender nuevas masculinidades a partir del simple y adecuado uso del inodoro? Esta es parte de la tesis de Hombrecito, un cortometraje de animación en stop motion bastante chusco y entretenido, porque Chávez explaya la situación a través de los confines del horror y del expresionismo para un protagonista que sólo a través de esta modalidad parece entender la reflexión de que quizás no deba ser tan sucio; mención especial a la animación otorgada por la producción, creada a través de figuritas de telar y de silicones que simulan ser líquidos, efectivamente mostrando que uno de los encantos de este tipo de animación, es la creatividad presente en los materiales y la situación tan mundana de estos, que venden la idea de que es posible de realizar para cualquiera de nosotros.
La frontera de Christian Arredondo Narváez.
Este es un cortometraje espectacular. La frontera nos muestra un viaje entre un hombre y su perrito, y quienes se encuentran en el punto más complejo; fatigados por el calor y la falta de agua, el dúo encuentra su último obstáculo para llegar a una tierra prometida en forma de un riachuelo.
Narváez y su equipo de animación hacen un gran trabajo de mostrar este proceso final de formas satisfactorias que no necesitan diálogos, sólo necesitan la sensibilidad de la amistad de estos dos y la inmensidad capturada dentro de su estilo de animación, uno bastante dinámico sobre todo a la hora de encarar un ente acuoso indomable, quizás la mayor virtud es que si uno es atento, encontrará ciertos paralelismos dentro de la propia entidad teológica nacional en el hombre y su perrito, adquiriendo una amarga poesía díficil de dominar en el campo del cortometraje, pero que por parte de Narváez maneja con un ritmo y gracia perfeccionada envidiable.
Carlota de Malu Solis.
Malu Solis y su Carlota es una exhuberante muestra de compromiso estético sugerente dentro de una idea simple y efectiva. Manejándose dentro de los estratos del stoner comedy Carlota nos narra la inefectiva e irresponsable reacción de Lala (Lizzy Auna) quien decide drogarse para evitar una comida con los padres de su novio. A partir de ese momento Lala se siente liberada de compromiso y de forma ególatra vive en una plasticidad otorgada por los elementos alterados de su propia química que la hacen ensoñar en una parodia de su propia realidad mientras ve la tele y le da un monchis legendario.
Reitero la plasticidad del espacio también otorgada por un montaje dinámico utilizando una canción que Carlota tiene a su servicio y que sirve como leit motiv para el personaje, en donde siento que es una oportunidad desperdiciada es en el traspaso de realidades en donde conocemos la telenovela dentro de la psique de Lala, que si bien tiene un intro kitsch esta estética ni la velocidad televisiva permanece una vez iniciado el programa.
El Nidal de Ashley Todd Fell y Michael J. Wright.
El nidal cae en la habitual trampa a la hora de plantear cortometraje de índole documental: tiene una buena idea y una manufactura sobresaliente que aprovecha los parajes naturales de la sierra de San Felipe y en tono intimista con la comida y brebajes preparados… pero termina obteniendo un entintado panfletista hacia el espacio y no precisamente hacia la historia que se planea contar. Es en un momento en donde aparecen las botellas y las clasificaciones de producto que el protagonista ofrece a la venta que uno cae en la cuenta del módulo infomercial de El Nidal y se comienza a preguntar si estas implicaciones caben dentro de la ética del cineasta: vender bonitos espejos en la forma de comerciales.
La cuarta puerta de Hugo Magaña.
Retratar las secuelas que deja un acto tan hórrido como una violación es un campo minado si no se tienen las sensibilidades y aproximaciones adecuadas, afortunadamente La cuarta puerta a través del guión del propio Magaña -en colaboración con Gustavo A. Ambrosio Bonilla– desarrollan una exploración noble; después de todo el acto termina por volver a su protagonista una especie de capullo indefenso que no encuentra la confianza y libertad femenina de al principio del cortometraje, enclaustrada en su realidad, débil y con una alarmante paranoia que le devora y piensa que entablando contacto con sus seres queridos podrá sortearla.
Ahí es en donde La cuarta puerta termina ofreciendo una crítica sustanciosa de la reacción dentro de la cotidianeidad mexicana: en cómo este pacto absoluto de viejas generaciones no preparadas para dialogar en estos terrenos terminan siendo tan ciegos de la evidente anormalidad presente en un individuo para evitar molestias dentro de sus propios planes. El corto de Magaña además sortea esa desconexión y grito ahogado con unos colores apagados -provenientes de la fotografía de Miguel Escudero– que sobre todo remarcan esta anomalía curiosamente dentro de un hogar cálido también presente dentro de las festividades navideñas.
El grillo de Carlos Hernández
Dentro del cosmos fílmico, no hay un deporte que haya recibido tanta atención que el de los pugilistas del boxeo, y es que al final ¿Por qué no habría de serlo? tratándose de uno de los deportes con una carga emotiva y de impacto literal entre los contendientes que cargan una historia de proporciones dramáticas inagotables.
A pesar de eso la constante exposición del boxeo en la forma cinematográfica, también lo ha dejado un tanto esteril en cuanto aproximaciones novedosas se puedan intuir de este… por lo que El grillo es bastante sorprendente.
Carlos Hernández traza una típica historia del boxeador y su entrenamiento dentro de su sagrado templo del gimnasio, la relación entre sus compañeros y su entrenador, pero agrega un elemento de discordia para la habitualidad del lugar: una niña. La bebé se trata de la hija del protagonista, y a partir de ahí El grillo comienza a desentonar bajo las aspiraciones del boxeo fílmico, evadiendo incluso las secuencias de pelea con una cámara que no responde a esos estímulos de escena, no precisamente por error sino porque ahora el interés de Hernández radica en demostrar la ruptura del machismo en un gimnasio de boxeo para caballeros. De pronto los luchadores comienzan a atender a la niña que pasa de ser una mera obligación a momentos en donde la apertura e instinto paternalista nace de entre ellos y a través de momentos de aprendizaje provenientes de su maestro, comienzan a adquirir gusto por el cuidado de un niño.
Obtiene así, momentos bastante curiosos de calidez humana a través de figuras que normalmente tienen la pizca de sentimentalismo que una piedra porosa podría envidiarles, pero Hernández y su equipo de actores -pugilistas en realidad- logran una naturalidad apreciable.
Hoya de Mauricio Aguilar.
Mauricio Aguilar opta por presentar un material documental que busca extrapolar la condición explicativa y modular del subgénero, prefiriendo que la aproximación de su material tenga más entendimiento hacia la poesía que vaya creando entre sus potentes imágenes y la música simple pero efectiva de Brandon Amauri. El problema yace en que esta modalidad tiene que tener una estructura esquelética de narrativa que le permita tener un entendimiento del espacio y la historia o historias que impulsaron a generar el cortometrajes, de otra forma lo único que termina apareciendo son momentos de cotidianeidad sin contexto ni unificación del montaje que terminan siento reiterativos para la tercera vez que se ven.
La nevería de Alejandro Aguilera Pantoja.
Pantoja crea una historia elíptica tomando tanto elementos preocupantes de la condición social del país, y unos tintes sobrenaturales, esto también fundamentado de forma bastante lograda con una decisión de cámara de parte de Irving Rentería en donde apunta a unos ángulos incómodos y poco usuales que lejos de demeritar el trabajo a un punto amateur -considerando que Pantoja asegura no haber tenido la preparación fílmica en un inicio- le da al blanco tomando en cuenta la anormalidad de tiempo y espacio que desea explorar. Es un corto pequeño pero conciso.
Puntos extras por tomar elementos espectrales en un corto estatal, eso es menos frecuente que ganarse la lotería.
El último eslabón de Gerardo Hernández Contreras.
Cortometraje de índole documentalista que aprovecha al máximo el apoyo anecdótico de Salvador Almaraz, quien en su último año de vida se mostraba todavía muy atento y dispuesto a narrar su historia como uno de los últimos muralistas del país. En esencia están las piezas para un gran material, pero Contreras es incapaz de trazarlo bajo un panorama que no sea el méramente informativo que uno ve por televisión abierta.
No hay una expresión ni en la captura de Almaraz -a quien constantemente aparecen intertextos para decirnos que en efecto es él- ni en sus trabajos, salvo el momento de narración en donde aparece una descripción poética de la labor de Almaraz, es un trabajo muy bajo los números que no se atreve a postular algo más allá de su interesante personaje no explotado.
Noches de fuego de André Michel.
Corto dentro de los confines del neo noir de parte de André Michel con una notoria presencia dentro del diseño de sus personajes y la ciudad de noche que recuerda mucho a la trasfiguración simplificada de Craig McKraken en Cartoon Network y que además, está planteado como una especie de serialización… sólo que me gustaría ver más fluidez de la que normalmente adolece y que por momentos hace ver al cortometraje como un preliminar de animación.
Serranilla de Nicolás Wenhammar.
Serranilla es ante todo, la descripción de una mujer bajo demasiados perfiles intimistas: Agustina platica con toda la naturalidad del mundo de su primer y segundo esposo, de cómo ha mantenido el amor presente en sus vidas, y de los constante sueños que llega a tener, para terminar con una murder ballad.
Wenhammar encuentra los límites de su personaje y es muy curioso la forma de presentarlo. En la puesta de cámara Agustina platica mientras hace su labor de pastoreo y también platica al lado de su marido, pero estas actividades bajo la cámara quedan registradas de formas inusuales: las cabritas toman protagonismo en la escena y existen unos constantes flashes hacia los personajes quietos y a sus avejentadas manos, y cuando Agustina razona del amor que ha entregado a su pareja, el condicionamiento de la tradición machista es presente porque mientras esta se ve feliz explicando que son pajaritos, su marido apenas y se logra inmutar (entre eso y la pesadez de la presencia de la cámara).
Y por último está el acabado visual que Wenhammar otorga a su corto. Expreso directo de una nostalgia directa al simular el tono ocre de las fotos y cámaras de antaño regido en un 16mm.
Valtierra de Juan Pablo Elorriaga.
Documental que narra un poco de la vida y régimen de parte de Jair Valtierra, una joven promesa de León en el campo del boxeo que se volvió de los primeros campeones a nivel internacional.
Tratándose de un material sobre las dificultades de Valtierra es bastante curioso que Elorriaga plasme dichas conversaciones no a través de este sino de todas las personas dentro de su círculo social, dejándolo a él como un apoyo visual gracias a sus secuencias de entrenamiento en diferentes espacios de la ciudad, sirviendo a un encadenamiento de tensión preparado en una batalla final en donde Valtierra precisamente hace uso de sus fortalezas como peleador para triunfar que también demuestra en una forma no intencionada el poderío de una cámara registrando su duelo para desgracia del enemigo que no obtiene el mismo mérito ni registro personal.
El resultado es desvariado, porque Elorriaga abarca mucha materia en relación a su protagonista y estos que son cercanos como sus padres y entrenadores ofrecen dosis de realidad sobre la joven promesa, cuando no pasa esto Valtierra se acerca a este ya tan reiterado campo del panfleto empresarial que no le sirve al personaje más que para rellenar una casilla a completar.