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viernes, abril 26, 2024

Gozar con el dolor ajeno. Pequeñas dosis de maldad cotidiana

Por Javier Eduardo González Guzmán

El odio, la alegría por el mal ajeno, la sed de botín y de dominio, y en general cuanto se denomina malo: todo ello forma parte de la asombrosa economía de la conservación de la especie, la cual, si bien es cierto que se trata de una economía dispendiosa, dilapidadora y en conjunto sumamente insensata, ‘está demostrado’ que ha conservado a nuestro linaje hasta la fecha

Friedrich Nietzsche, La gaya ciencia

Recuerdo cuando era pequeño e iba al puesto de periódicos cerca de mi casa. Mientras esperaba que el voceador me diera el periódico que me habían encargado, mi mirada se perdía entre todas las publicaciones que estaban en el pequeño puesto. Desde las tiras cómicas hasta las veladas revistas para adultos. Pero entre tantos periódicos y revistas, había una en especial que inevitablemente me robaba la atención. Se trataba de una portada, siempre bajo color amarillo y negro, que mostraba personas muertas en terribles circunstancias. A pesar de la crudeza de las imágenes, parecía casi imposible apartar la mirada. Una sensación de asco y de atracción se revolvía en mi interior. Al final, me sentía un poco culpable por haber presenciado algo así. Como si hubiese hecho algo malo y disfrutado de ello.

El gozar de la desgracia ajena parece un acto de naturaleza perversa, como si fuese exclusivo de sádicos asesinos seriales. Pero en realidad se trata de algo más común de lo que nos gustaría admitir. Por ejemplo, la atención que suscita un accidente de tránsito, cuando los peatones y los automovilistas se detienen un breve momento para contemplar lo sucedido. O cuando pasamos cerca de la escena de algún crimen, es casi inevitable sentir curiosidad por lo que pasó. No importa que se trate de un robo o de un asesinato, hay algo ahí que mantiene nuestra atención cautiva.

Para el sociólogo Wolfgang Sofsky, la seducción que provoca la desgracia ajena tiene que ver, en principio, con nuestro papel como espectadores. Específicamente en el caso de la violencia, existe una ‘distancia segura’ que nos separa de la víctima. Ya sea que se trate de la comodidad de un sofá, cuando televisamos la nota roja, hasta la multitud que observa atenta detrás del perímetro policiaco. Se siente el temor y el estremecimiento del cuerpo, pero sin el fatal desenlace de sus protagonistas. Hay miedo y repugna, pero también se experimenta placer. Se vive una especie de liberación, dado que no es uno el que está sufriendo o el que está muriendo. Una vez que se ha desafiado lo terrible, el miedo es remplazado por la alegría.

Algo similar comenta en una entrevista, el entonces director de la revista de nota roja Alarma!, Miguel Ángel Rodríguez, cuando explica el éxito de su publicación: “El interés de la gente por la desgracia ajena se debe principalmente a dos cosas: al morbo natural que los humanos tienen por lo grotesco y lo prohibido, y porque sirve como un aliciente para los jodidos. Hay mucha gente que es pobre, que no tiene dinero para comer, pero que al ver una revista como Alarma! dice: ‘pues no estoy tan jodido, este güey está peor, porque está muerto. El otro está peor justamente porque ya no está’” (1). De entre los males, el menos peor. No sorprende que hasta los alemanes tengan una palabra (Schadenfreude) para designar el sentimiento de alegría o de satisfacción por el sufrimiento, la infelicidad o la humillación ajena.

Pero también existe otra forma de experimentar esa Schadenfreude. Una forma todavía más común y, al mismo tiempo, menos reconocida: la envidia. Ese dolor que surge cuando, de manera involuntaria, comparamos nuestro goce con el de alguien más. Pero que, cuando el envidiado padece un infortunio, su dolor se convierte súbitamente en fuente de nuestro placer.

Cabe precisar que uno no envidia a cualquier persona. Para que la envidia se coseche de manera satisfactoria, debe de haber cierta proximidad con la persona. Se trata de alguien que identificamos como un semejante, cuyas condiciones o capacidades son más inmediatas a las nuestras. Sería un tanto irrisorio que un repostero envidie a un arquitecto porque sus diseños son más bonitos que sus pasteles. O que una monja envidie a una influencer porque tiene más seguidores en sus redes sociales. Mientras más ajena sea la persona, el dolor que nos produce la comparación sería cada vez más leve, hasta llegar a la indiferencia.

Debido al carácter deficiente de cada ser humano, nadie se encuentra exento de los efectos de la envidia. Por más riqueza, salud, belleza o inteligencia que se posea, siempre habrá un punto de inflexión que nos haga mirar al otro, que posee o goza más que nosotros. De ahí que nos cueste admitirla, en tanto que nos confronta con nuestros propios fracasos y carencias.

A pesar de que se le considere como un pecado, la envidia tiene poco que ver con la perversidad demoniaca. Para el filósofo David Hume, se trata más bien de un sentimiento ordinario. Se podría decir que consiste en una dosis casi inofensiva de maldad. La cuestión problemática es cuando la envidia se convierte en malicia. Cuando intentamos causar un mal a otro para obtener de ello cierta satisfacción, aunque no haya ningún motivo para hacerlo.

A final de cuentas, podemos advertir cómo el mal guarda una estrecha relación con la vida corriente. Que no es una actividad exclusiva de unos cuantos ni tampoco algo que sólo se encuentra en estado puro. A pesar que nos embargue el pudor y la culpa, la alegría que nos provoca el sufrimiento ajeno parece ser una emoción demasiado humana.

Referencias:

(1) Aguilar, Juan Carlos. “Cierra Alarma! y al mes fallece su director de infarto fulminante en Metro Balderas”. Almomento. 23/03/2014. Url: almomento.mx/cierra-alarma-y-al-mes-fallece-su-director-de-infarto-fulminante-en-metro-balderas/

Sporadikus
Sporadikus
Esporádico designa algo ocasional sin enlaces ni antecedentes. Viene del latín sporadicos y éste del griego sporadikus que quiere decir disperso. Sporás también significa semilla en griego, pero en ciencia espora designa una célula sin forma ni estructura que no necesitan unirse a otro elemento para formar cigoto y puede separarse de la planta o dividirse reiteradamente hasta crear algo nuevo. Sporadikus está conformado por un grupo de estudiantes y profesores del departamento de filosofía de la UG que busca compartir una voz común alejada del aula y en contacto con aquello efervescente de la realidad íntima o común. Queremos conjuntar letras para formar una pequeña comunidad esporádica, dispersa en temas, enfoques o motivaciones pero que reacciona y resiste ante los hechos del mundo: en esta diversidad cada autor emerge por sí solo y es responsable de lo que aquí se expresa.

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