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miércoles, abril 17, 2024

CAPÍTULO 33.- La Religión entre los antiguos mexicanos. Séptima parte. Entidades divinas.

Cómo ya lo he mencionado en artículos anteriores, las sociedades mesoamericanas poseían una espiritualidad exacerbada. Esa religiosidad tenía particularidades regionales, pero también generalidades que se extendieron y tuvieron la fortuna de perdurar varios siglos, incluso milenios; lo que ha permitido conocer en gran medida (en algunos casos no tanto), las diversas expresiones culturales de esas sociedades en el tema de las creencias religiosas.

En el caso del grupo que he venido privilegiando en estas aportaciones, los mexicas, es inminente que ese fenómeno exacerbado de la religiosidad, permitió un control férreo de la clase en el poder, que en este caso era una familia que gobernó más de un siglo, para conservar no solo lo religioso, sino lo político y económico, a través de prácticas que le permitían ejercer el poder sobre las clases más bajas.

Puedo asegurar que el politeísmo mezclado a las cuestiones de la naturaleza, que sin duda les procuraron una importante connotación religiosa, fue la base del éxito de su política en todos los sentidos.

En otro artículo expliqué cómo es que a cada fuerza o elemento de la naturaleza le otorgan una personalidad definida, con el afán de empatar esos elementos con la vida misma. Es por eso la importancia de equipararse con las entidades divinas, ser parecidos a ellos. Le sugiero que consulte ese artículo para que tenga más información al respecto.

Si algo no puedo dudar de la política mexica, es el paternalismo con el que mantuvieron hermanada a la sociedad mexica. Esto se demuestra en uno de los preceptos en los que se privilegiaba la maternidad con el afán de procrear a futuros guerreros, y la promesa de conservar a estos últimos en óptimas condiciones de salud y de fortaleza (espiritual y física), para que lograran los objetivos que se proponía la clase gobernante. A las madres que morían en parto, se les divinizaba y las elevaban al rango de Cihuateteo, puesto que durante la labor de parto se les consideraba Guerreras dando vida, y eran estas mujeres divinizadas, las que acompañaban al Sol, desde el cenit hasta el ocaso. Y en el caso de los varones, cuando morían en batalla obtenían el grado de Águila, que les permitía poder acompañar al Sol en su trayectoria, desde su salida, hasta el cenit.

Una de las formas para lograr mantener esa maquinaria funcionando, tenía que ser el alimento, que estaba garantizado en buena medida, por casi todo lo que se producía a través de la tecnología chinampera practicada en la parte Sur de la Cuenca de México. La otra parte de alimento y bienes de prestigio, eran obtenidos mediante el tributo que procuraban otras poblaciones a los mexicas. Estos lo adquirían ejerciendo presión mediante partidas militares presenciales, pretextando que una parte de los productos de esos poblados (alimento, vestido, cualquier producto especializado, producción agrícola o de especies animales), tenía que realizarse para agradar al numen tutelar de los propios mexicas: Huitzilpochtli.

El ejército mexica, que estaba bien alimentado y bien entrenado, procuraba no arrasar a las comunidades, solo hacer acto de presencia e imponer con su parafernalia. Sabían que si arrasaban no habría quien produjera para ellos. Así como esa parte que acabo de relatar, que se ejercía bajo presión, también existen elementos que son muy agradables y propios de las creencias de los mexicas. Por ejemplo, para ellos no existía un “infierno” o un “purgatorio”. Había cuatro espacios a donde la gente iba al morir.

Los guerreros muertos en batalla o en sacrificio, se convertían en aves y se alojaban en el rumbo Este, el Tonatiuhichan, la Casa del Sol al Este.

Las mujeres convertidas en Cihuateteo, Mujeres Divinas, se alojarían al Oeste. En la Casa del Sol en el Ocaso.

Los que morían por cualquier cosa relacionada con el elemento Agua (ahogamiento, hidropesía, deshidratación, etc.) o por cualquier otro motivo, deberían quedar protegidos por Tlaloc en el Tlalocan, en el rumbo Sur.

Y en el cuarto rumbo, el Norte, tenían que ir aquellos que al nacer o siendo muy pequeños, morían, entonces en el Chichihulquiahuitl, tenían la oportunidad de regresar al plano terrenal, hasta que lograran permanecer con vida. En ese lugar existía un árbol nodriza, que en lugar de flores tenía senos maternos, y con ellos alimentaba a esos pequeños no natos o neonatos, para fortalecerlos. Todo un concepto distinto a lo usual en otras religiones que obligan al bautismo para liberar de la maldad a esos infantes, que en verdad, desde mi percepción, me cuesta creer que al nacer cualquier persona, porte una pizca de “maldad”.

Estimado lector, espero sus comentarios al correo que viene más abajo. Nos leeremos la próxima semana, que #HablemosDeArqueolgía.

NOTA: Todo lo aquí expresado, es producto de investigaciones formales, realizadas por varios profesionales, principalmente de la arqueología, así como de otras áreas académicas formales, con el afán de complementar el conocimiento aquí vertido. Las imágenes mostradas son extraídas, en su mayoría, de la revista Arqueología Mexicana y otras, tomadas del internet.

Los hipervínculos que aparecen son, normalmente, artículos de mi autoría o referencias necesarias para ampliar el tema.

CORREO: arqueolobocarlín@gmail.com

#HablemosDeArqueologíaCarlín

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Luis Humberto Carlín Vargas
Luis Humberto Carlín Vargas
Arqueólogo egresado de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH). Coordinador General del Proyecto Cultural León Prehispánico (PCPAC). Coordinador Académico de los Diplomados de Arqueología e Historia de México (DAeHM). Ingeniero en Sistemas. Músico. Correo electrónico: luishumberto.carlin@pcleonprehispanico.com

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