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viernes, abril 19, 2024

Hadas, conquistadores y Ninel Conde (Mutatis mutandis)

Por: Elena Arriola

Quiero seguir hablando sobre lo nuevo. Quiero hablar sobre Alemania y Heidelberg, donde ha terminado el primer semestre de clases. Quiero hablar sobre Grecia donde he pasado 2 semanas de vacaciones. Es más fácil hablar de lo que uno encuentra novedoso y que se puede conocer en la superficie e interpretar de igual manera. Pero al regresar de Grecia me encuentro con noticias de México que me hacen pensar como nunca en él.  Normalmente no hablo de México ni intento conceptualizarlo. Sólo estando lejos (y ‘lejos’ no designa aquí una distancia física sino cultural) comienzo a sentir este deseo por asir esa cosa llamada México como un pequeño ramillete de opiniones tan abstractas como firmes. Quiero ese ramillete para poder ofrecerlo como un gesto amistoso a mis anfitriones alemanes.

Y es que tal vez me sienta en deuda hermenéutica con estos anfitriones. Mi amigo Thilo me hacía muchas preguntas sobre los mexicanos a las que yo respondía siempre más bien con una evasiva.  No puedo hablar de los mexicanos -le decía- pues para mí no se trata de un grupo homogéneo y si intento ofrecer la imagen de un mexicano promedio, es posible que me sienta excluida de mi propio modelo-. Entiendo ahora que Thilo podía hablar de los mexicanos por la misma razón a la que he aludido antes: que es más fácil hablar de lo que nos parece nuevo, extraño o simplemente tan peculiar que vale la pena discutirlo para poder llegar a entenderlo.

Así de peculiar me parece el fenómeno de la supuesta hada hallada en mi natal Jalisco, que me hizo pasar toda una tarde viendo y estudiando videos al respecto. Debo confesar que cosas como el show de barandilla y noticias como la del hada y las ladies de Polanco se han vuelto mi placer culposo últimamente. En general, cualquier suceso mediático que ocurra en México –desde un reproche de Jacobo Zabludovski a nuestro presidente hasta los chistes sobre Ninel Conde- me alimenta el morbo y me ofrece preciosos ejemplares para mi ramillete.

Pero vamos con “campanita”. Lejos de espantarme ante la ignorancia de mis compatriotas, o  desgarrarme las vestiduras señalando a nuestra clase gobernante como culpable de estos descalabros culturales por no proporcionarnos la educación gratuita, laica y científica que nos merecemos, decido mirar el fenómeno con un poco más de curiosidad y un poco menos de tirria. Intento pues, encontrar una explicación que no sea necesariamente trágica o producto de una deficiencia sino simplemente de un modo de ser. Y es que de verdad creo que la espera de 2 horas que algunos mantuvieron para ver al “hada madrina” –decían ellos- hallada en un guayabo (léase sin albur) por un fumigado paisano oriundo de Huentitán me dice mucho de eso que Thilo quería aprehender.

Ahora sí hablo entonces de “el mexicano” sabiendo que lo entrecomillado no es más que mi especulación  sobre un aspecto posible de la mexicanidad.  No hace falta citar estadísticas de nuestro desastre educativo para justificar el fenómeno. Estando tal desastre en su base, me parece que la raíz se extiende más allá. Intento explicarme a mí misma como si le explicara a un alemán qué puede llevar a una persona a creer que un muñeco evidentemente de plástico es más bien un hada. Y no, no pienso como un ladino y simpático compatriota que comentó en youtube que los adoradores del hada obviamente “no conocen el plástico”. He aquí la primera característica del mexicano que se me revela: El mexicano no es crédulo, cándido ni mucho menos inocente, sino inclinado a creer y necesitado de la creencia tal vez porque es ésta –y no la vida real- su motivación.

Yo no sé si esta inclinación provenga del catolicismo, de nuestro pasado indígena o de una suerte de “juandieguismo” que reúne a los dos. Al respecto de nuestro pasado indígena me viene a la mente el libro de Tzvetan Todorov, “La conquista de América.  El problema del otro”, en el que el fenómeno de la conquista se explica desde la semiótica. Una de las tesis de Todorov es que los nativos de América se rindieron ante los símbolos más que ante el enfrentamiento armado. Lo que define a Cortés como conquistador es precisamente su sagacidad para entender los símbolos y el imaginario indígenas y manipularlos a su antojo. Según el autor, los indios tenían una idea de predestinación y se conducían de acuerdo a profecías. Las decisiones políticas se tomaban no de acuerdo a un cierto interés o fin pragmático sino según lo que dichas profecías dictaran. Ante los ojos del conquistador esto no podía llamarse sino ‘ingenuidad’, pero seguramente ante los ojos del indio, lo que el conquistador hizo no podría llamarse sino ‘maldad’ o ‘perversión’.

Pues bien así llego al punto central de este escrito. Hoy quiero escribir que mi país no sólo me duele con sus 52 muertos en un casino de Monterrey sino que me preocupa también. Me tiene sin cuidado lo que en nosotros haya de ingenuos o de reminiscencia indígena o de lo que sea que hace que creamos en hadas, fantasmas chamanes y chupacabras (pues como en tiempos de la conquista esas creencias son parte de lo que efectivamente somos). Lo que me preocupa son precisamente los verdaderos chupacabras. Los lobos con piel de cordero. Esos que escudados en la retórica y en las mismas habilidades interpretativas de Cortés ofrecen hadas –magia pura- al pueblo. México tiene tantos problemas como ganas de que mágicamente se resuelvan. El mexicano necesita ante todo creer en la llegada de aquel que acabe con narcos, secuestradores, desempleo y con la insultante pobreza que nos envuelve como hiedra.

Lo que me preocupa es que en el 2012 irán a votar millones de infelices necesitados de un Cortés con copete, sonrisa y esposa falsos. Y su voto será como siempre un acto de creencia mas no de responsabilidad. Quizá después de tantas conquistas vaya siendo tiempo de situarnos en el aquí y ahora, donde el conquistador se deleita ya ante la visión del prometido oro, y no dejar como nuestros antepasados que sea él con toda perversión quien decida nuestro destino. Si contribuyeran a esto los mexicanos ¡con qué alegría añadiría esa flor a mi ramillete, con qué renovado orgullo lo entregaría a mi anfitrión europeo!

Mensaje final para mis paisanos: aprendamos de Ninel Conde. Recién leí la noticia de que piensa publicar un libro con los mejores chistes sobre ella. Ninel puede ser muy ignorante pero de tonta no tiene un pelo. A ver si vamos tomando ejemplo de su pragmatismo.

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