- Publicidad -
viernes, abril 26, 2024

Francisco, 2016. Juan Pablo II, 1979

8099034162

Cuando alguien me pregunta –los amigos o cualquier conocido– si este país tiene futuro, respondo con un eufemismo: sí.

Es una manera de evadir, suavemente, lo que creo de México. Futuro sí tiene, por supuesto: ahora mismo, mientras escribo, piso con cada letra el futuro que vi venir segundos antes.

El futuro es inevitable, quiero decir. El tema es qué clase de futuro nos espera, y nos espera porque lo hemos construido.

Los mexicanos somos tan predecibles, que nuestro futuro lo es. Habrá PRI para rato, corrupción para rato, elecciones simuladas (con millones de votos comprados) para rato. Habrá partidos corruptos para rato, políticos corruptos para rato, empresarios corruptos para rato, criminales para rato. Desgraciadamente.

Para detener esto, el ciudadano tendría que empezar a hacer su parte allí, en su casa. El veracruzano –es un ejemplo– debería dar muestras de mínima conciencia cívica y expulsar a Javier Duarte de Ochoa y a su partido y a sus próximas diez generaciones. No creo que lo haga.

El chihuahuense tendría que decirle a todo México que no es corrupto como su Gobernador, César Duarte; no creo que lo haga. El coahuilense debe darle un me-saludas-a-nunca-vuelvan a los hermanos Moreira; los mexiquenses deben salir de las cuevas a los que los han obligado a vivir, inseguros, contaminados, pasado lista, y decirle NO a los Atlacomulcos; no creo que lo hagan.

(Nadie les pide que tomen las armas sino que simplemente usen sus credenciales de elector. Nadie les pide que tomen las calles, siquiera, sino que usen el cerebro por sus hijos, por el resto del país. Que empiecen en casa, con sus propias herramientas. Que dejen la conchudez para otra ocasión –cuando no estemos en una emergencia– y se vistan de colores de Patria. La Selección Nacional no es su Patria: esos se robaron sus colores. El PRI no es su Patria: también usurparon los colores de la Nación. Su Patria son sus hijos y son ustedes, nosotros).

Entonces, cuando alguien me pregunta si este país tiene futuro, respondo con un eufemismo: sí. Echo a un lado el eufemismo, veo un futuro poco halagador, por desgracia. No veo, ni por asomo, un cambio para bien. No lo veo… o ya ando muy cansado.

***

No creo que la visita del Papa Francisco cambie grandes cosas en México. No veo al sistema corrupto derrumbarse a partir de sus palabras; desplomarse como el Muro de Berlín o como los muros de Jericó.

No veo o a los jerarcas católicos mexicanos devolviendo los centenarios de oro; a Norberto Rivera bajándose de las limosinas o a Onésimo Cepeda renunciando a los palos de golf.

No veo a Enrique Peña Nieto o a Luis Videgaray devolviendo sus mansiones. O a la Procuraduría General de la República investigando a los secretarios de Estado señalados por posibles actos de corrupción con empresas como OHL. No me hago tonto pensando que, a partir del regaño del Papa, Javier Duarte, Humberto Moreira, César Duarte, Carlos Romero Deschamps, Rubén Moreira, Rafael Moreno Valle, Graco Ramírez, Eruviel Ávila y otros sátrapas harán una sola fila afuera de la PGR para entregarse, conmovidos.

No veo a los narcotraficantes rindiendo las armas o a los criminales abriendo las celdas donde, en este momento, tienen secuestrados a niños, hombres y mujeres, migrantes o ciudadanos de este país. No veo por qué habrían de tentarse el corazón los que matan y explotan mujeres del Estado de México a Ciudad Juárez y de Tijuana al Usumacinta.

Esto, amigos, tiene pudriéndose desde hace décadas: ¿cómo podrían las palabras de un solo hombre cambiar las cosas?

No veo a Carlos Slim Helú entregando a los pobres la inmensa fortuna que amasó en apenas unos años, inmoral y desvergonzado, gracias a los favores del Estado mexicano; gracias a su amigo, el ex Presidente de la República Carlos Salinas de Gortari. No veo a los militares que han abusado de sus cargos entregándose a los tribunales y confesando corrupción, violaciones de derechos humanos, asociación delictuosa, asesinatos.

No veo a millones de corruptitos, esos que reciben sobornos minúsculos a cambio de su voto, arrepentirse a partir de las palabras del Papa y dejar de encumbrar a las ratas en cada elección.

Lo que veo es que nos estamos adaptando a los mañosos, en lugar de resistirnos a ellos: cerramos los ojos, volteamos a otro lado, les hacemos corridos, votamos por ellos, los mantenemos cerca del poder y del dinero. Compramos su prensa, nos abrazamos a la televisión.

Sabemos cómo responden, y les seguimos el juego: si los descubren robando y los denuncian, resisten unos meses en silencio. Derraman una cascada de champú Televisa-Azteca, y listo: cerebro colectivo lavado y planchado. Luego, con el cerebro reluciente de limpio, vuelven al camino podrido: Norberto a las limosinas, Onésimo a los palos de golf; los empresarios a comprar funcionarios y los funcionarios a enriquecerse; Slim –y todos los de su calaña– a seguir acumulando riquezas inmorales y los militares, los policías, los servidores públicos a brincarse las trancas.

Lo que veo, es a millones de pequeños corruptitos tomando dinero por votos en la próxima elección. Eso veo.

Las palabras del Papa Francisco se verán bonitas en el recuerdo, pero no harán mella, lamento decirle, en la moral de un pueblo que se ha echado al egoísmo y a la corrupción sin importar el mundo (Toluca) que heredará a los que vienen.

***

Pero, ojo: no veo inútiles las palabras del Papa Francisco. No menosprecio sus regaños, pero los veo insuficientes.

Esto tiene pudriéndose desde hace décadas y las palabras de un solo hombre no pueden cambiar las cosas así como así.

Sin embargo, hay una cierta esperanza. Juan Pablo II empezó el octubre de 1978 una campaña en contra del régimen comunista y no fue sino hasta diez años después que vio un cambio. Fue y vino a Polonia; presionó a Moscú; habló personalmente con líderes políticos y hasta con generales para impulsar un cambio.

Finalmente, el 9 de noviembre de 1989, el Papa fue testigo la caída del Muro de Berlín. Y otro mundo vendría.

Como decía, no creo que una visita del Papa Francisco cambie grandes cosas en México. No veo un sistema corrupto derrumbarse a partir de sus palabras, y a millones de pequeños corruptos (nosotros, los mexicanos) abandonando la mezquindad.

Si Francisco es inteligente (y seguramente lo es), él mismo sabrá que necesita empujar mucho más si realmente quiere participar en una posible transición mexicana. Y debe empezar por la iglesia misma, que se ha convertido en parte orgánica del cuerpo corruptor principal. Norberto Rivera Carrera cabe perfectamente en la “casa blanca”, dándole la bendición a Angélica Rivera; Onésimo Cepeda podría casar a los herederos de Grupo Higa y de OHL, por ejemplo, y a nadie le sorprendería. Los jerarcas católicos mexicanos son uno con los otros poderes: con los funcionarios corruptos, con los empresarios corruptos, con los líderes partidistas corruptos, con los grandes corruptores de almas: los criminales.

El Papa debe saber que no sorprende a un mexicano que en una misma foto estén sus cardenales con los líderes sindicales que explotan a millones de obreros, con los políticos que roban miles de millones, con los empresarios que exprimen a un pueblo de pobres riquezas que ni siquiera se van a gastar. Obispos, corruptos y corruptores caben en esa misma foto.

Ni un contrato amañado, ni una sola concesión abusiva se cancelará con la visita del Papa o con sus denuncian. Pero si Francisco quiere, este febrero de 2016 puede ser como el octubre de 1979 para Juan Pablo. Pocos tienen el poder para sacudir a esta Nación sumida en fango. Pocos tienen tanto poder moral, como él.

Ojalá no desista. Ojalá América Latina sea a Francisco lo que Polonia a Juan Pablo II. Ojalá encienda una chispa porque por acá, sin importar la edad, lo que sobra es el desánimo.

Alejandro Páez Varela
Alejandro Páez Varela
Periodista, escritor. Director de contenidos en el portal SinEmbargo.mx. Su último libro es “Música para Perros” (2013) pero Alfaguara reeditó en 2014 “Corazón de Kaláshnikov”.

ÚLTIMAS NOTICIAS

ÚLTIMAS NOTICIAS

LO MÁS LEÍDO