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jueves, abril 25, 2024

El imperio de los chingones termina cuando los agachados dejan de admirarlos

…pero mientras tanto ambos colaboran en la destrucción del país.
Si como lo señalaba Octavio Paz en el Laberinto de la Soledad, el nuestro es un pueblo surgido de la violación, podríamos también afirmar que los mexicanos, siendo el resultado del mestizaje de españoles e indígenas, somos a la vez el producto de ambos: el violador y el violado.

Ambas tendencias, la del chingón que logra sus propósitos imponiéndose por la astucia y el engaño hábil y la del agachado, aquel que se conforma pasivamente ante la injusticia, cohabitan al interior de cualquier ser humano y se manifiestan predominantemente ya sea una o la otra, según nuestro contexto histórico y circunstancia propia: Una persona bajo secuestro podría incluso desarrollar un lazo afectivo con sus secuestradores, una mujer podría negarse a dejar a su marido que la maltrata, una sociedad entera pudo identificarse con un régimen nazista como el de Adolfo Hitler y los aficionados al futbol admiraron la argucia de Armando Maradona durante el campeonato mundial de futbol de 1986, al meter un gol con la mano engañando al árbitro*.

Tomemos por referencia estas dos ideas, la primera atribuida a Confucio: “un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla” la segunda de Sigmund Freud: “infancia es destino”. De manera que la historia de nosotros como nación y la historia de nosotros como individuos nacidos en el seno de una familia mexicana, se entrecruzan y se nutren mutuamente, dando por resultado lo que somos actualmente.

Es pertinente dejar en claro que la herencia cultural y nuestra experiencia familiar no se pueden tomar en sí mismas como determinantes para nuestro presente y futuro ni es pertinente justificar que los mexicanos somos pasivos, agachados, admiradores de los que tienen éxito sin importar si lo han logrado por medio del engaño o la manipulación, envidiosos e intrigantes cuando vemos que al vecino le va bien en su negocio y que nos alegramos en nuestro fuero interno cuando nos enteramos que las cosas le van mal; tampoco podemos decir que lo corrupto es algo propio de nuestra naturaleza que nos viene desde la conquista. Estas tendencias y creencias acerca del mexicano por supuesto son posibles de transformar: partamos por voltear a ver la dosis o sobredosis de chingones y agachados que hay en nosotros.

El ejemplo de un narcotraficante como el Chapo Guzmán o un político como Javier Duarte, que generan la imagen de que es posible e incluso admirable actuar con trampa, imposición y violencia para poder alcanzar sus fines, son sólo ejemplos descarados y mediáticos de una forma de actuar que se permea desde la intimidad de la relación de pareja, al interior de las familias, en el barrio, la escuela y el trabajo.

Al interior de cada familia se origina el drama de chingones y agachados, abandonados y abandonadores, desconocer estas historias perpetúa repetirlas, recordemos: no podemos cambiar algo a menos que lo conozcamos y lo aceptemos como es.

Nuestra faceta agresiva y violenta, que bajo la hormona de la testosterona recrea en los hombres irrigación de endorfinas ante las situaciones de triunfo y dominio, también puede transformarse en neuronas espejo y empatía ante la presencia de la alegría y el dolor ajenos.

Aunque parezca por momentos inconcebible, personas como Joaquín Archivaldo Guzmán Loera “El Chapo”, Javier Duarte de Ochoa y Donald John Trump, son también producto de una historia en la que de niños fueron personas violentadas, maltratadas, abandonadas o hasta mimadas, pero eso sí: educados en la insensibilidad y la antipatía ante los que no se dirigen hacia sus propósitos.

Tampoco habría que satanizar estas posturas y considerarlas por si mismas negativas, tomar lo mejor de ellas, lo mejor de tener una postura chingona: siendo proactivos y activamente solidarios, y lo mejor de agacharse: siendo observadores, mesurados y pacientes para no sacar conclusiones erróneas antes de tener evidencias.

*Supongamos que después de que el árbitro dio por bueno ese gol, Armando Maradona se dirigiera al árbitro y le dijera: “este gol lo anote con la ayuda de mi mano”, y colocara el balón en el lugar donde cometió esa falta con la intención de que el equipo contrario reanudara el juego. Diego Armando Maradona además de ser recordado como uno de los mejores jugadores de futbol en el mundo, se le rememoraría miles de veces por esa acción como un ejemplo ético valiosísimo.

Ricardo Solórzano Zínser
Ricardo Solórzano Zínser
Psicólogo egresado de la Universidad Autónoma Metropolitana, con estudios de Maestría en Psicoterapia Gestalt en el Instituto de Terapia Gestalt Región Occidente. Se dedica a la atención psicoterapeutica, es facilitador de proceso de desarrollo humano en instituciones gubernamentales, no gubernamentales y docente en el Departamento de Educación de la Universidad de Guanajuato impartiendo en la Maestría en Desarrollo Docente, y en el Departamento de Matemáticas de esta misma institución.

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