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jueves, abril 18, 2024

El riesgo y la esperanza de traer un bebé al mundo II

Pienso sobre esos bebes en brazos que veo por aquí y por allá en un país como el nuestro en el que las personas en edad reproductiva parecieran olvidar que al tener relaciones sexuales sin protección se engendran hijos; basta con preguntar a cualquier joven que estudia la secundaría o la preparatoria si conoce métodos de anticoncepción y la gran mayoría está mucho mejor informada al respecto de lo que uno supone, entonces esto no es difícil de explicar: cuando las personas se encuentran atraídas sexualmente y dejan crecer el acercamiento, muy probablemente podrán llegar a ese estado en donde no hay retorno, el coito es entonces el destino natural del pulso de la vida. La intensidad de la emoción por la excitación hace que pase a un segundo término la protección y engendra el autoengaño: “ojalá que no me embarace”, diría ella; “ella debe de saber” diría él, y ¡Zaz!, el embarazo allí está.

No nos referiremos en este momento a la decisión de continuar o no un embarazo, vamos por la vida mirando gente por todos lados pero sin saber cuántas y cuáles de esas personas, hombres y mujeres, han tenido un aborto y de ser así, en qué condiciones. Hay que enfatizar la importancia de la responsabilidad del varón con relación a dónde pone su esperma; éste es el mínimo necesario de consideración que a un hombre consciente le correspondería asumir, de manera que si el devenir de ese esperma concibe un bebé, su generador queda igualmente embarazado que la mujer que lleva en su útero la procreación.

En fin, el escenario al que hago alusión es el de una mujer en edad adolescente con un niño pequeño en brazos que seguramente es su hijo, el niño ya llegó a esta tierra e influirá seguramente de manera poderosa en su madre, que a su vez determinará en gran medida la actitud de este niño ante la vida, y con el paso de los años la consecuencia de sus actos impactará a los demás.

Impresiona imaginar que ese mismo bebé tan tierno, frágil y sensible sea el que en unos 13 años menos o más esté enfrente de nosotros con un arma diciéndonos que le demos todo lo que traemos y que ese dinero lo emplee para su consumo de alcohol y droga. Esa misma persona podría también realizar en algún momento de su vida un acto de ayuda y entrega desinteresada ante las necesidades de alguien más.

Cuando se presentó la Ley General para la Prevención Social de la Delincuencia en el año de 2009, se comentó que 450 mil personas en México participan en actividades relacionadas con el narcotráfico, 150 mil involucradas directamente en el negocio del narcotráfico y 300 mil en el cultivo y procesamiento de drogas; anualmente se registraban 12 millones de delitos. Seguramente en estos últimos 10 años estos números han crecido aún más.

Desde una perspectiva estructural, las causas de la delincuencia y el narcotráfico se enraízan en una desigualdad socioeconómica y cultural que se refleja en una forma de vida centrada en los intereses individuales sobre el bienestar común. Lo que dificulta colaborar unos con otros es lo que también propicia que unos pocos tengan mucho y que la inmensa mayoría tenga mínimas posibilidades de acceso al desarrollo.

Sin pretender descubrir lo que es una obviedad, ¿qué puede hacer la diferencia a favor de una actitud de reconocimiento a toda persona como ser valioso, independientemente de su posición social, económica, cultural, apariencia física o inteligencia?, ¿qué nos puede alejar de una tendencia de insensibilidad e indiferencia ante el dolor ajeno?

Si nos detenemos en las vivencias de las personas insensibles y abusivas encontramos que gran parte de esta forma de estar en la vida no sólo es producto de experiencias de dolor y abandono, sino que más bien les faltó vivir ciertas situaciones que los hicieran abrirse a la solidaridad y optar por la colaboración y la empatía sobre la violencia y el engaño, experiencias en las que recibieran el mensaje de ser valiosos, escuchados, tener derecho a equivocarse y aprender de los errores y saber pedir y recibir el perdón.

Aunque los Centros de Rehabilitación Social son muchas veces lo opuesto de como se denominan, también allí hay reclusos que expresan la honesta necesidad de estar enfrente de su víctima y recibir un dolor de su parte y así poder liberar el sentido de culpa y descansar, pedir perdón y ser perdonados para vivir sin el remordimiento de consciencia que roba el sueño y la calma.

De igual forma la persona que está bajo una adicción, aunque se encuentra atrapada en esa manera de vivir, sí tiene salida encontrando algo profundamente necesario que es el servir a los demás y tener presencia y respeto por sí mismo, experiencias todas estas que en su vida no pudo tener.

Revertir las condiciones adveras para recuperar la paz y la tranquilidad en el país y en particular en el estado de Guanajuato, va más allá de la presencia de elementos de las Fuerzas de Seguridad Pública.

Cada hijo deseado se convierte potencialmente en un soldado de la paz y en un factor de esperanza para el cambio, la aceptación en amor desarrolla la consciencia del respeto hacia sí mismo y los demás y esta se hace una forma de vida que es aversiva ante la injusticia, la inequidad y la violencia. ¿Para qué esperar en dirigir nuestros mejores esfuerzos hacía los jóvenes, especialmente a los que están en vías de ser padres?, de ser así, podríamos, ahora sí, confiar que el cambió anhelado por la paz lo podrán vivir las siguientes generaciones.

Ricardo Solórzano Zínser
Ricardo Solórzano Zínser
Psicólogo egresado de la Universidad Autónoma Metropolitana, con estudios de Maestría en Psicoterapia Gestalt en el Instituto de Terapia Gestalt Región Occidente. Se dedica a la atención psicoterapeutica, es facilitador de proceso de desarrollo humano en instituciones gubernamentales, no gubernamentales y docente en el Departamento de Educación de la Universidad de Guanajuato impartiendo en la Maestría en Desarrollo Docente, y en el Departamento de Matemáticas de esta misma institución.

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