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martes, abril 23, 2024

La biología del amor

Para las personas interesadas en conocer los aspectos que convergen entre las emociones y la biología, es ampliamente recomendable leer la obra del biólogo chileno Humberto Maturana, que al igual que su alumno Francisco Varela, han sido reconocidos por sus aportaciones en el campo del conocimiento científico, en la que se destaca su propuesta para explicar el funcionamiento de las células vivas  desde una perspectiva muy interesante llamada Autopoiesis: cualidad de un sistema biológico de reproducirse y mantenerse por sí mismo, en pocas palabras la autopoiesis es la condición de existencia que tenemos los seres vivos de producirnos a nosotros mismos.

Maturana refiere que la preservación de la vida hasta nuestro días tiene una evolución autopoiética, en que predomina la persistencia de un linaje que se ha reproducido generación tras generación manteniendo ciertas características, incorporando nuevos rasgos y dejando otros aspectos y funciones que han dejado de ser necesarios para el mantenimiento y reproducción del ser humano como especie.

Dentro de las funciones y aspectos que han dejado de ser funcionales y que a la vez dejan su huella palpable en el ser humano, particularmente en el hombre, son las tetillas y el llamado rafe perineal. Con relación a las tetillas su utilidad obvia (además de producir al contacto la emanación de ciertas sensaciones simpáticas) es el amamante de las crías, función exclusiva de la mujer, pero en los varones las tetillas no tienen ninguna función práctica, nos hemos acostumbrado a su presencia de manera que se nos haría sumamente extraño encontrar una persona sin tetillas, pareciera que la existencia de las tetillas es principalmente una cuestión de adorno.

El rafe perineal es una línea o protuberancia visible en el cuerpo humano que se extiende desde el ano a través del perineo, en los varones continúa a través de la línea media del escroto y hacia arriba a través de la línea media del pene, resulta interesante que esta huella sea el resultado del desarrollo fetal mediante el cual el escroto y el pene se forman en dos mitades, y provienen del desarrollo de los labios mayores de la vagina de las mujeres.

Aquí llegamos a una primera conclusión: considerando las huellas de las tetillas y el rafe perineal en el cuerpo del varón, podemos inferir que el cuerpo del hombre ha surgido desde la evolución de un cuerpo femenino, no nos referimos al evidente periodo de gestación de 9 meses promedio al interior del vientre materno, del que todas las mujeres y hombres provenimos antes de nacer, sino a que el ser humano surgió en la evolución desde un cuerpo de mujer a partir del cual se conformó el cuerpo del hombre.

Esta primera conclusión de pasada da un golpe más al machocentrismo, que desde la concepción bíblica, plantea una alegoría patriarcal al narrar la creación de la mujer Eva, proveniente de la costilla del hombre Adán.

Otro aspecto relacionado con las aportaciones de Humberto Maturana es la consideración de que el rasgo principal de la vida humana alrededor del cual todo lo demás cambió y evolucionó fue la biología del amor. Los estudios de Maturana sobre la evolución sostienen que los seres humanos somos el presente del proceso de la biología del amor y que este fenómeno se ha mantenido gracias al vínculo emocional en la relación madre/niño(a) en amor y juego, en confianza y aceptación mutua que se ha establecido desde sus orígenes, este vínculo implicó la aceptación del cuerpo, las sensaciones, las emociones, que  a través de la expansión de la sexualidad femenina se constituye en un espacio de relación e interacción en pequeños grupos donde el lenguaje surgió y se conservó. Añade que este modo de vivir nos define como seres humanos, pues forma parte de nuestro linaje, en la conservación de un amor centrado en la vida, no en la agresión, bajo el cual el lenguaje fue el núcleo de ese modo de vida.

La segunda conclusión es: el amor expande la conducta inteligente y la conciencia al ensanchar el ámbito de relación en el que nos encontramos, ampliando el espacio de consenso entre los seres humanos. Así en cambio, el temor, la envidia, la rivalidad, la ambición, restringen la conducta inteligente y la conciencia, al reducir el espacio de relación en que nos movemos, limitando el ámbito de posible consensualidad.

Ricardo Solórzano Zínser
Ricardo Solórzano Zínser
Psicólogo egresado de la Universidad Autónoma Metropolitana, con estudios de Maestría en Psicoterapia Gestalt en el Instituto de Terapia Gestalt Región Occidente. Se dedica a la atención psicoterapeutica, es facilitador de proceso de desarrollo humano en instituciones gubernamentales, no gubernamentales y docente en el Departamento de Educación de la Universidad de Guanajuato impartiendo en la Maestría en Desarrollo Docente, y en el Departamento de Matemáticas de esta misma institución.

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