- Publicidad -
viernes, marzo 29, 2024

Tan cerca y tan lejos

Corrían los primeros años de la década de los noventas y me encontraba dando clases en la entonces Facultad de Relaciones Industriales de la Universidad de Guanajuato, impartiendo  la materia de Psicología Social, uno de los temas estaba relacionado con la Comunicación; a los alumnos les llamaba particularmente la atención el hecho de que NO ES POSIBLE NO COMUNICAR, esto se explica así: todos estamos comunicando a cada instante, ya sea por medio de la voz, de las expresiones de nuestro rostro o de los movimientos corporales. Por ejemplo, aunque estemos dormidos y quietos comunicamos justamente eso: que estamos dormidos y quietos; incluso si intentamos no comunicar, así como cuando nos hacemos los dignos y pretendemos ignorar a alguien, estamos comunicando que en ese momento no queremos comunicar y esto ya es una comunicación. Desde este planteamiento vivir implica comunicar y comunicar implica vivir; obvio es que cuando una persona está seriamente grave, los doctores y enfermeras están muy atentos a que comunique que está vivo por medio del pulso y la respiración.

En ese mismo periodo que daba clase de Psicología Social tuve acceso a los planteamientos del biólogo y bioquímico Rupert Sheldrake, conocido principalmente por la investigación de la resonancia mórfica y sus estudios sobre intuición, telepatía y percepción extrasensorial. Sus hipótesis trataban sobre otras formas de comunicación; por cierto, los resultados de sus trabajos eran fuertemente criticados por parte de la comunidad de científicos quienes señalaban que su obra tenía una inconsistencia en cuanto a que sus experimentos no eran reproducibles y se trataba de una pseudociencia.

En cuanto a los resultados de las investigaciones de Rupert, a mí no me interesaba que fueran consideradas falsas o verdaderas, lo que me llamaba la atención era que sus hipótesis señalaban aspectos de la vida que eran plenamente observables y cotidianos, no sólo por mí sino por personas con las que había platicado al respecto. Por ejemplo, sucede que he recordado a alguien que no he visto desde hace tiempo y que tampoco he tenido motivos para pensarle, como podrían ser aniversarios o reuniones próximas que nos acercarían, e inesperadamente recibo alguna noticia suya que la totalidad de las veces deriva en un encuentro presencial entre nosotros; o cuantas veces al estar en un lugar concurrido sentimos que alguien nos está volteando a ver, sin ser esto producto de nuestra paranoia, volteamos y nos damos cuenta que efectivamente alguien nos está observando directamente.

Entonces me dispuse a llevar a cabo junto con los alumnos de la clase de Psicología Social uno de sus experimentos. Es pertinente señalar que en este grupo habíamos trabajado bajo un ambiente de seguridad emocional; existía confianza, respeto y compartíamos abiertamente lo que sentíamos y pensábamos.

El experimento se desarrolló de la siguiente forma: sin explicación previa de mi parte les mostré a las alumnas y alumnos unas llaves de mi propiedad y les solicité que dejaran sus cosas dentro del salón, salieran y se colocaran a una distancia lo suficientemente lejana para que no pudieran observar el lugar en el cual yo escondería esas llaves, también me cercioré que no hubiera ninguna otra persona cerca del salón -detalles que verifique durante todo el experimento- y escondí las llaves en la bolsa lateral de una de las tantas mochilas que habían dejado en el salón. A continuación me acerqué donde se habían alejado y les solicité que se pusieran de acuerdo para pasar al aula de uno en uno y encontrar las llaves, una vez que se pusieron de acuerdo pasó al salón la primera persona, se trataba de un alumno, buscó las llaves y tardó más de 15 minutos en encontrarlas, me entregó las llaves y las coloqué en el mismo lugar -acción que repetí en cada ocasión en que las encontraban- y le pedí que se alejara hacia una dirección opuesta a la que se encontraban sus demás compañeras y compañeros y allí permaneciera. A continuación pasó una alumna encontrando la llaves en un tiempo aproximado de 13 minutos, así sucesivamente pasaron alumnos y alumnas a buscar el objeto, llamándome enormemente la atención el hecho de que había una disminución notable en el tiempo de encontrar las llaves por parte de las personas que buscaban posteriormente; si bien, en algunas ocasiones el tiempo de encontrarlas por parte de alguna persona tomaba unos segundos más que el invertido por la que anteriormente las había encontrado, la tendencia en la disminución del tiempo de hallazgo era notable: las últimos personas que buscaron las llaves las hallaron en un tiempo menor a los 2 minutos. Lo que me sorprendió enormemente fue que la última persona que entró al salón a buscarlas con una seguridad asombrosa se dirigió inmediatamente hacia la zona donde se encontraban las llaves y sin ningún titubeo abrió la bolsa lateral de la mochila donde estaban puestas, tomándolas como si ella misma las hubiera colocado en ese sitio.

Regresamos todos al grupo para conversar acerca de lo que les sucedió en el momento de la búsqueda de las llaves, pudimos constatar que en las personas que buscaron primero hubo una actividad mental mayor, es decir, la pensaron más. Algunas siguieron un método de búsqueda (buscar de derecha a izquierda o de arriba abajo), otras supusieron que seguramente yo las escondería en tal o cual lugar y otras más optaron por imaginar el lugar donde estarían colocadas. Los que buscaron posteriormente coincidieron que se dejaron llevar más por lo que sentían que por lo que pensaban, como siguiendo una corazonada, una intuición o algo que les resonara; la última persona refirió que sin saber cómo es que lo logró, algo en él sabía sin duda que el objeto se encontraba en el sitio donde lo halló.

Desde la perspectiva de Rupert Sheldrake, las mentes de todos los miembros de una especie, se trate de seres humanos, animales, vegetales o minerales, se encuentran unidas y formando parte de un mismo campo mental, cada especie posee una memoria colectiva a la que contribuyen la totalidad de los miembros de la especie que conforman, de tal modo si un miembro de una especie aprende una nueva habilidad les será más fácil aprenderla a los demás individuos de dicha especie, porque la habilidad “resuena” -de allí el nombre Resonancia Mórfica- en cada uno sin importar la distancia a la que se encuentren. Cuantos más miembros la aprendan, tanto más fácil y rápido le resultará al resto. De igual forma, todos los individuos de todas las especies forman parte de un mismo campo, al que Rupert denomina Campo Planetario.

Referiré ahora una experiencia que me llamó especialmente la atención en torno a la conexión que existe entre seres humanos y plantas, se relaciona con un libro que seguramente más de alguno de ustedes ha oído hablar: “Los Mensajes Ocultos del Agua”, de Masaru Emoto. Para las personas que no tengan antecedente al respecto, el libro trata sobre cómo el agua se influye por los estímulos externos y puede retener información: se muestra por medio de múltiples ejemplos que en función de los estímulos que recibe, si provienen de un ambiente puro, de acordes musicales armónicos y de mensajes emocionales de aceptación, el agua al ser congelada forma cristales circulares, brillantes y estéticamente bellos, pero si los estímulos provienen de un ambiente contaminado, música disonante o mensajes emocionales de rechazo, conformará estructuras irregulares, de color opaco e incluso no logran conformarse los cristales. A partir de este libro, adaptado a documental, gran cantidad de personas han realizado sus propios experimentos, compartiendo los resultados en la red, los cuales muestran con claridad las evidencias.

Motivados por esta información, decidimos mi esposa, mis tres hijos y yo realizar el nuestro, que por cierto, sería oportuno aprovechar la condición de aislamiento para que las personas que lo deseen efectúen uno similar; niños y adultos lo podrán encontrar interesante y útil para su propia vida: En dos vasos iguales que llenamos hasta la mitad con agua potable, colocamos en cada vaso un tomate sin cáscara, previamente nos aseguramos de que ambos vasos estuvieran igualmente lavados y secos, el agua que les pusimos provenía de un garrafón, los tomates fueron escogidos de manera que los dos fueran lo más similar posible tanto en su tamaño, forma, madurez, color y peso. A cada vaso le pusimos en su exterior y a la misma altura un pequeño papel adherido con cinta en el que escribimos las palabras “horrible” y  “precioso” respectivamente, los colocamos en la alacena de la cocina a la vista de nosotros y a una distancia entre ambos vasos de aproximadamente dos metros. El sitio donde los pusimos estaba apartado de la estufa, la luz eléctrica que recibían cuando se prendía el foco de la cocina se encontraba a una distancia similar tanto de uno como del otro vaso y durante el día a ninguno le llegaba de manera directa el sol ni su reflejo.

Nuestros tres hijos, mi esposa y yo nos propusimos enviarles mensajes a los tomates, de aceptación y cariño hacia el vaso que tenía la palabra “precioso”; en cambio, de rechazo y desagrado hacia el vaso en que aparecía la palabra “horrible”, acordamos que los mensajes pudieran ser de manera verbal o en nuestro pensamiento y que los diríamos ya sea en serio porque así lo sintiéramos, o en broma, fingiendo que así lo estuviéramos apreciando.

Allí nos tienen a los cinco miembros de esta familia dirigiendo mensajes de amor y odio hacia unos vasos con agua y a un par de tomates; en los primeros días lo hacíamos de manera más frecuente, después en forma esporádica y por momentos en forma intensa. Algunos días “horrible” fue el más solicitado, era fácil adivinar que los mensajes más bien se dirigían hacia alguno de nosotros, en particular los de “pentonto”, “me estás cayendo de la jodida” y “ve a chirrin a tu parapá”, pero en otros momentos hubo una racha de mensajes positivos hacia “precioso”.

A la primera semana del experimento no notamos mayor cambio entre los dos tomates, al décimo día pudimos ver que el tomate con la palabra “horrible” tenía un color más opaco, a las dos semanas “horrible” tenía un color semioscuro, antes de la tercera semana su textura estaba arrugada, su color continuaba oscureciendo y el agua donde estaba se había puesto amarillenta, opaca y densa, y antes del mes el tomate estaba podrido y el agua donde se encontraba estaba encharcada y olía a descompuesto. En cambio durante todo ese mes el tomate que tenía la palabra “precioso” permaneció sin ninguna modificación y su apariencia seguía siendo brillante como en el primer día.

Cada uno de los lectores podría sacar sus propias conclusiones acerca del experimento. Desde la perspectiva de este artículo el énfasis está en que todos los seres vivos poseemos sensibilidad, no sobra decir que un tomate cosechado, separado de la planta, se encuentra vivo ya que responde a estímulos como el calor y la luz y muestra resistencia ante las plagas; lo notable de este experimento es mostrar que cualquier ser vivo puede también responder a los estímulos emocionales, aunque por supuesto no hay nada seriamente documentado en torno a que a los virus se les convenza a través de buenas vibras para que dejen de darnos molestias, al respecto no tendríamos que ocuparnos demasiado: los mismos virólogos no se ponen aún de acuerdo sobre si los virus están vivos o no.

En lo concerniente al vínculo entre seres humanos y perros, varias personas mantienen una conexión con su perro que va más allá de la compañía y los mimos que ambos se ofrecen. Tengo desde hace siete años un perro adoptado, él me acompaña y yo lo acompaño, su nombre es “Facio”, si subo la escalera de la casa me sigue, si estoy en la cocina allí está, cuando me siento a comer se queda a mi lado aun sabiendo que no le daré nada de mi plato, salimos a correr juntos, también le sirvo su comida y agua. Cuando percibe que en alguno de los miembros de la familia hay agresividad y molestia se acerca a mí y si soy yo el que se encuentra de malas, terco e intratable, todavía así se aproxima a mí lado; cuando me siento a meditar me acompaña, se acuesta a un par de metros de donde estoy y se queda dormido. En algunas ocasiones noto que mientras duerme su respiración está agitada y hace unos sonidos que indican que se encuentra inquieto y afligido, desconozco las investigaciones que se hayan realizado acerca del inconsciente de los animales, en particular de los perros, pero en esos momentos en que observo que algo le molesta durante su sueño le dirijo unas palabras apaciguadas, afectuosas y en un nivel de voz bajo, entonces al poco tiempo “Facio” se tranquiliza, respira profundo y regresa  a un sueño que denota tranquilidad; de la misma manera cualquier persona que durante su sueño la percibimos angustiada, seguramente por una pesadilla, si le hablamos de manera suave, pacífica y cordial, el contenido intenso de su sueño se mitiga, se reorienta o la persona se despierta para encontrar que todo está bien, que había sido sólo un sueño. Facio me ha acompañado en momentos límite de mi vida, durante las tres ocasiones en que he tenido infartos, que por fortuna me han sucedido en casa: se ha acercado, me mira y se une hacia mí de una manera no usual, sin tener este lenguaje humano me transmite que está conmigo incondicionalmente, opinión que podrían compartir múltiples personas acerca de sus propios perros.

La cualidad de los vínculos que en este artículo se han tratado no se establecen precisamente por la vía del lenguaje verbal ni por medio de la inteligencia racional ni la lógica, aunque nos auxiliamos de ello para poder referirnos a esa otra forma mucho más directa y trascendente de vincularnos; se trata de una comunicación que en el momento en que acontece, ya sea que se manifieste por medio de una intuición, presentimiento, corazonada o en una situación extrema que nos pone en riesgo de vida, posee invariablemente dos particularidades: una de estas es que nos toma en un momento de silencio interior; es más difícil que podamos percibir este tipo de comunicación si nos encontramos estancados en nuestro diálogo interno o adheridos a cualquier clase de expectativa, la otra particularidad es que invariablemente se expresa en condición de armonía y paz interior; mientras nos encontremos apegados a nuestros propios intereses y aferrados al dominio de lo que consideramos nuestra verdad, es obvio que se nos complica no sólo desarrollar formas sutiles de comunicación sino las más básicas y necesarias, como son las que en estos momentos, acompañados o solos, requerimos fortalecer.

Ricardo Solórzano Zínser
Ricardo Solórzano Zínser
Psicólogo egresado de la Universidad Autónoma Metropolitana, con estudios de Maestría en Psicoterapia Gestalt en el Instituto de Terapia Gestalt Región Occidente. Se dedica a la atención psicoterapeutica, es facilitador de proceso de desarrollo humano en instituciones gubernamentales, no gubernamentales y docente en el Departamento de Educación de la Universidad de Guanajuato impartiendo en la Maestría en Desarrollo Docente, y en el Departamento de Matemáticas de esta misma institución.

ÚLTIMAS NOTICIAS

ÚLTIMAS NOTICIAS

LO MÁS LEÍDO