Después de recibir la detonación que lo golpeó en su oreja, un impacto que me recordó la herida que las pistolas de municiones o de diábolos provocarían en esa zona blanda del rostro, Donald Trump no esperó a realizar su primera declaración, le tomó un minuto para incorporarse y en medio de sus guardaespaldas elevó su puño derecho y gritó: “fight, fight, fight”, azuzando a sus seguidores a luchar, ¿a favor o en contra de qué o de quiénes? La respuesta es simple, ganar las elecciones del 5 de noviembre de 2024 por la Presidencia de los EU, si es necesario peleando contra los que pretendan impedirlo.
Me pregunta un niño vecino de mi barrio, que a sus ocho años se entera de muchas de las cosas que están a su alcance en su teléfono celular, es decir casi todas: “¿Cómo le hace Trump para después de recibir este susto, no haya dicho ni ¡auchh!?”. “Pues la verdad”, le dije, “no sé si se quejó, lo que dicen que expresó es que supo de inmediato que algo andaba mal porque escuchó un zumbido, disparos e inmediatamente sintió la bala atravesando su piel. Bueno, eso dicen que dijo, no olvidemos que muchas de las cosas que se dicen en las noticias no son verdades”, allí acabó la plática con mi pequeño vecino.
Las preguntas de los niños no son solo para pensarse sino también para sentirse, recordé una frase del libro del Tao tse king: “quien ama el mundo como a su propio cuerpo, se le puede confiar el mundo”. Si la única manera de amar algo o alguien es estar consciente de ello, quien ame a su cuerpo estaría dándose cuenta con mayor frecuencia de sus sensaciones y sería congruente con ellas, de manera qué si sintiera dolor reaccionaría expresando: “¡Ay güey, auchh!”, de igual manera, si se tratara de una grata sensación, como al sentir el placer hermoso cuando nos rascan la espalda y encuentran justo el sitio indicado, “¡mmm, aaah, que rico!”.
La excesiva inconsciencia de las sensaciones corporales propicia que avisos sabios que nos da nuestro cuerpo sean ignorados y luego se conviertan en motivos serios de salud, una molestia continua al orinar era un aviso de inflamación de próstata, un dolor en la parte baja de la espalda mitigado continuamente por analgésicos ocultaba una lesión de un disco en la zona lumbar. Los niños reconocen con rapidez si algo les duele o produce placer, los adultos tendemos a soslayar muchas de nuestras sensaciones y sentimientos, tendemos a la insensibilidad, al olvido de las sutilezas y al cinismo, este es un mal endémico en nuestro tiempo, la prevalencia crónica que enferma.
En una sociedad como la norteamericana que como ninguna otra promueve el éxito individual sobre el beneficio comunitario, resuena favorablemente en el inconsciente colectivo la personalidad de Trump, un hombre abrupto, echado para delante y rápido para hablar, si su madre viviera no me extrañaría que nos dijera que desde pequeño a Donald le gustaba decir mentiras y que le festejaban su habilidad para hacer creer que lo que decía era cierto. Imposible saber su versión, si Mary Anne viviera tendría ciento doce años.
Algo de psicópata se requiere para cometer actos conscientes que afectan a los demás y no sentir dolor por la pena o sufrimiento del otro y mucho menos ninguna empatía, los gobernantes no están lejos de ello, las personas orientadas al poder inevitablemente congelan su conciencia con tal de lograr sus propósitos y el que no cae resbala.
Volvamos al cuerpo y al mundo: Ron Garan, exastronauta de la NASA que estuvo orbitando en el espacio durante 178 días, nos recuerda lo sencillo, conmovido por la majestuosidad de la Tierra y la fragilidad de la atmosfera que la protege, así lo relató: “Vi destellos de tormentas eléctricas, auroras boreales y la delgadez de la atmósfera terrestre, en ese momento comprendí que esta fina capa es la que sostiene la vida en nuestro planeta” y concluyó, “hemos establecido perspectivas inadecuadas poniendo por delante la economía-sociedad-planeta, necesitamos cambiar hacia el planeta-sociedad-economía.
No necesitamos pasar una estancia en el espacio exterior para comprender la maravilla de la vida en nuestro planeta. Nos la perderíamos si no estamos abiertos a apreciar la propia vida, la de las personas que nos rodean e incluso la de los desconocidos, valorar la inmensa riqueza que tenemos en nuestro planeta y entender que con el paso de los años nuestra permanencia en la Tierra es más reducida, no habría viaje interestelar que nos pueda transformar.
Entre tanto el imperio norteamericano como todo imperio acelera desde sus entrañas su propio declive y ahora dirime sus preferencias entre la megalomanía de un candidato y la senilidad de otro.