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jueves, abril 25, 2024

I. Viajeros y visitantes (Mutatis mutandis)

Por: Elena Arriola

Las maletas casi totalmente hechas, los adioses dichos, los trámites como siempre pendientes y con apariencia de ser interminables. Me esperan una beca bastante y modesta (la cual todavía no entiendo cómo he obtenido) y la Facultad de Filosofía en la Universidad de Heidelberg, Alemania. Además de eso me espera una nube de incógnitas.

Mi último pendiente, la visa alemana, deberá estar listo con suerte un día antes de mi partida. Me voy al D.F. con la esperanza de que la casualidad me consienta con el anhelado documento. En la embajada alemana tengo un súbito enfrentamiento, a través de dos historias, con la realidad mexicana desde la mirada extranjera. La primera historia es impactante pero alentadora. Se trata de una pareja que días antes tuvo un repentino encuentro con un cártel delictivo en Ciudad Victoria. A punta de metralleta debieron entregar a los mafiosos su auto y todas sus pertenencias (empacadas para unas largas vacaciones en Yucatán) sin siquiera dudarlo. Y ahí están en Ciudad de México, sin papeles, sin pertenencias y con la sonrisa más grande del mundo. Yo no sé de su cariño antes de esa experiencia, pero es visible ahora, mientras esperan la ayuda que ha de venir de detrás de una gruesa ventanilla.

La segunda historia, aunque no contiene un episodio tan impactante, es bastante menos prometedora. Un “carterazo” en el metro bastó para que Hans esté al parecer irremediablemente varado en México. Luego de 9 años viajando como mochilero desde Canadá, decidió finalmente regresar a Alemania para tratar de reconstruir su vida, dramáticamente afectada por una corta estancia en el ejército y su matrimonio con una heroinómana. Tiene pocos dientes, está sucio y una extraña enfermedad que ataca su ojo lo hace parecer aún más triste. Para comprobar su nacionalidad, no tiene más que una vieja acta de nacimiento que ha pegado no muy cuidadosamente con cinta adhesiva. Yo que hasta ahora pienso que en Alemania cualquier trámite es más sencillo, le digo que no tomará mucho tiempo para que pueda estar de nuevo en casa. Él dice que no tiene dinero y el gobierno alemán no puede pagar su deportación. Agrega que no tiene familia, que no conoce a nadie en Alemania que pueda prestarle dinero para un vuelo, por lo que la posibilidad de salir de México no parece ser muy grande. Yo no puedo imaginar que alguien no tenga siquiera un amigo a quien pedirle dinero. Luego pienso en la tristeza en los ojos de Hans al decir esto y sospecho que hay muchas cosas sobre él que no se pueden llegar a saber mientras se espera turno. Tal vez no se puede estar casado con una heroinómana sin ser heroinómano a la vez. Tal vez no se puede viajar 9 años con una mochila al hombro sin perder contacto. O tal vez simplemente vive uno su vida de cierta manera y luego se halla sin dinero, casi sin dientes y sin muchas esperanzas de volver a casa, en un elegante sillón rojo de la embajada alemana.

Justo entonces, cuando la posibilidad de no contar con mi visa a tiempo deja de parecerme importante, escucho el llamado de la oficial y recibo la noticia: La visa no está lista. Pero ¡oh sorpresa! y primer prejuicio sobre los alemanes –ese de que son rígidos e inflexibles- que se derrumba estrepitosamente alegre. Me informan que van a imprimir mi visa en ese momento y esperar a que llegue la responsable de firmarla. Mientras espero, estos desafortunados turistas me llenan de ánimo. “Te va a gustar mucho Heidelberg”, me dice Hans y la pareja que no llegó a Yucatán asiente con una sonrisa amable. En este momento parece que yo he sido asaltada y ellos han recibido una beca para estudiar en una hermosa ciudad. Su calidez al alentarme a visitar su país cuando ellos padecen en el mío me parece un buen punto de partida. Me despido, agradezco su generosidad y voy por mi maleta a casa.

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