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jueves, abril 18, 2024

Imágenes de la muerte

Por Javier Eduardo González Guzmán

“Irreparable…Irremediable…Irreversible…Irrevocable…Sin reversión o remedio posible…El punto sin retorno…El final…Lo definitivo…El fin de todo […] Ese suceso es la muerte”.

Zygmunt Bauman

Una imagen: Un joven toma entre sus manos la cabeza de su abuela fallecida en el interior de un automóvil, justo en el estacionamiento del Hospital General en la Ciudad de México. Después de presentar problemas respiratorios, la mujer mayor fue trasladada por su nieto a la mayor brevedad posible. Sin embargo, ya no se pudo hacer nada por ella. El rostro del joven expresa el llanto incontenible de alguien que acaba de perder a un ser querido. Mientras que el rostro de la mujer mayor se muestra de perfil, con los ojos cerrados e inerte en el asiento del copiloto. Toda la escena está enmarcada por la ventana del conductor.

La imagen apareció en las redes sociales de la agencia de fotografía Cuartoscuro, pero al poco tiempo fue removida. Al parecer tuvo una recepción negativa por parte de sus suscriptores. Entre los comentarios se acusaba al fotógrafo, Moisés Pablo, de ser una persona insensible e inmoral por capturar semejante escena. Se decía que carecía de una ética profesional al no respetar la intimidad y el dolor de las personas. Otros comentarios acusaban la crudeza de la fotografía, al mostrar el cuerpo de una persona recién fallecida. No bastaron más que unas horas para que el repudio se convirtiera en un linchamiento digital.

¿Qué fue lo que realmente causó tanta indignación? Si bien frecuentemente presenciamos en la televisión y en las redes sociales imágenes con una fuerte carga de violencia, no parece haber marchas ni protestas para removerlas. Se menciona la intromisión del fotógrafo en un momento de carácter ‘personal’, pero no parecen indignarnos las imágenes que los programas de la farándula muestran sobre las celebridades en situaciones ‘íntimas’.

Si no es el morbo ni la invasión de la privacidad, tal vez se trate del delicado ambiente que gira sobre la actual pandemia. Se podría decir que nos sentimos más vulnerables debido a la letalidad de este nuevo virus. Que ahora somos más conscientes respecto de la finitud y la fragilidad de la vida. Que fue precisamente esa toma de conciencia lo que irritó tanto a quienes vieron semejante imagen.

Pero ¿realmente somos más conscientes de nuestra mortalidad? A pesar del creciente número de muertes a causa del coronavirus, parece como si se tratara más bien de una situación irreal. Tal como apunta en una carta el escritor Michel Houellebecq, la muerte ha dejado de ser patente y se ha convertido en una cifra dentro de la estadística cotidiana. Inclusive la angustia que se siente tiene un dejo de abstracción. Como si se tratara de algo que aparentemente ‘está ahí’, pero no se la experimenta propiamente. Esta situación se repite si pensamos también en la cifra paralela de muertes provocadas por el crimen organizado. No importa cuánto aumente la estadística, la muerte se nos presenta en lo cotidiano como un fenómeno velado.

¿De dónde viene esta negación de ver la muerte? Podríamos pensar en un primer momento que se trata del temor que nos provoca morir. Pero morir siempre nos ha dado miedo. Como advierte Zygmunt Bauman, el miedo a la muerte es el ‘miedo original’, el temor innato y endémico de todos nosotros en tanto seres humanos. Si realizamos un breve recorrido histórico, podríamos dar cuenta de la emergencia de una serie de estrategias para contrarrestar ese miedo. Desde la concepción de la muerte como el pasaje a otro mundo, hasta la trascendencia (¿fama?) individual como una forma de perdurar más allá de la propia finitud. De cualquier manera, hay una intención específica en hacer que la conciencia de la muerte sea soportable mientras se viva.

Ahora bien, de acuerdo con el historiador Philippe Ariès, desde hace poco más de medio siglo se han instaurado una serie de prácticas encaminadas a encubrir la muerte. Se trata de una tendencia que surge en países como Estados Unidos e Inglaterra, para después extenderse a los Países Bajos y al resto de la Europa industrial. Ante el imperativo de una vida dichosa y feliz, lo que se pretende es que la fealdad de la agonía del moribundo y la irrupción de la muerte tengan la menor incidencia posible en las personas.

Entre las prácticas que advierte Ariès, se encuentra en un primer momento la discreción o el emplazamiento de la muerte. Si otrora se solía morir en casa, rodeado de familiares y amigos; ahora se acostumbra a hacerlo en los hospitales o en los asilos, de manera solitaria y casi anónima. El moribundo en casa se ha convertido en un inconveniente. No se le pueden procurar los cuidados que le son dados en una institución médica. Sin embargo, el enfermo grave o terminal no va al hospital para curarse, sino precisamente para morir.

Esta situación nos encamina hacia la tecnificación de la muerte. Bajo el criterio del personal médico, tal vez para evitar una agonía prolongada o por compasión, se le retiran los cuidados que le eran administrados al paciente cuando parece no tener más remedio. ¿Para qué esperar durante semanas, si se puede acelerar el inminente fin? ¿Qué sentido tiene el desgaste, tanto físico como emocional, de esperar la muerte?

Lo anterior guarda la intención de que el enfermo tenga una calidad de vida ‘aceptable’ mientras muere, que se enfrente a la muerte de manera ‘aceptable’. Pero ese ‘aceptable’ parece no estar dirigido tanto al cuidado del moribundo, sino que se enfoca más bien en hacer tolerable su muerte para los vivos. Bajo esta lógica, una muerte ‘embarazosa’ o ‘incómoda’ sería aquella que cause emociones demasiado fuertes de manera pública (tanto en el hospital como en cualquier otra parte de la sociedad).

Esta situación expresa un contundente rechazo a toda muestra desmesurada de emociones relativas a la muerte del otro. El proceso que sigue los últimos días del moribundo y el posterior duelo son vaciados de su carga dramática. Bajo el imperativo de que la vida tiene que ser siempre feliz y dichosa, la muerte se convierte en un asunto vergonzante.

A pesar de la permanencia de ciertos rituales funerales, la presencia de la muerte se debe mantener en el mínimo posible. La discreción invita a que su paso sea inadvertido para la sociedad (vecinos, amigos, colegas, niños). Lo anterior se debe a la incomodidad que provocan las manifestaciones de luto (el sufrimiento, la pena, el llanto). Tal como advierte Ariès:

“Una pena demasiado visible no inspira ya piedad, sino repugnancia; es un signo de desequilibrio mental o de mala educación; es mórbido. En el interior del círculo familiar, se vacila aún a la hora de ceder al llanto, por miedo a impresionar a los niños. Sólo se tiene derecho al llanto si nadie lo ve ni lo oye: el duelo solitario y retraído es el único recurso, como una suerte de masturbación” (p. 87).

Otrora exaltada o familiar, la muerte terminaría por convertirse en objeto de tabú en el transcurso del siglo XX.  Sin embargo, debemos advertir que se trata de una concepción particular de la muerte. Que frente al silenciamiento de la muerte también se encuentra su reconocimiento[1]. Y que, bajo el contexto de la globalización y la complejidad del fenómeno, ambas concepciones, o bien rasgos específicos de las mismas, podrían presentarse en una misma sociedad.

En este sentido, de cara a la imagen aludida al principio, podríamos interpretar la desaprobación que causó como una respuesta ante un ‘acto de mal gusto’. Como si el deber de la mujer mayor hubiera sido morir al interior del hospital y no fuera del mismo. De igual manera, se podría pensar que el llanto del joven tendría que haber sido censurado, que uno sólo tiene derecho a conmoverse en privado, a escondidas de los demás. De ahí tal vez las acusaciones hacia el fotógrafo por su intromisión en un momento de ‘intimidad’.

Esta situación nos remite a otra fotografía con características similares. Se trata de una de las tantas imágenes trágicas que capturó el reconocido fotoperiodista Enrique Metinides. Una joven llora junto al cuerpo de su novio, que yace bocabajo en el pasto. Según narra el propio Metinides, ambos habían acudido al bosque de Chapultepec para dar un paseo en lancha, cuando fueron sorprendidos por dos sujetos que pretendían asaltarlos. Ante la negativa del joven para entregar su dinero, fue apuñalado en repetidas ocasiones y falleció en el lugar. El momento captado por Metinides refleja tanto la pérdida irreparable de un ser amado, a través de la joven que se cubre el rostro mientras se sumerge en un inconsolable llanto, así como la constatación de la muerte, a través del cuerpo inerte de su novio que reposa en el suelo.

A pesar de las décadas que separan ambas fotografías (2020, 1995), así como las circunstancias del deceso (enfermedad, violencia), persiste cierto rechazo ante la representación gráfica de la muerte. Si bien no es una cuestión universalizable, podría ayudarnos a explicar en parte qué es lo que sucede ante este tipo de imágenes. Apelando al sentido etimológico de mórbido, como aquello capaz de causar una enfermedad, nos sentimos amenazados por la morbidez de la muerte, expuestos a ser contagiados por su mera presencia.

Referencias:

Ariès, P. (1975) Historia de la muerte en Occidente. Desde la Edad Media hasta nuestros días (trad., 2000). Barcelona: Acantilado.

Bauman, Z. (2006) Miedo líquido. La sociedad contemporánea y sus temores (trad., 2007). Barcelona: Paidós.

Houellebecq, M. “En un peu pire” en France inter. 04/05/20. Url: https://www.franceinter.fr/emissions/lettres-d-interieur/lettres-d-interieur-04-mai-2020?fbclid=IwAR3W3cTT8MBx9H03qWn8F7XFr9cDAleSfElNDiR4duT0I7NGerk0MB1HBwc

 

[1] Tal como es el caso de las diversas ceremonias religiosas que acompañan el luto. Así también, en el caso específico de México, con la celebración del Día de Muertos.

Sporadikus
Sporadikus
Esporádico designa algo ocasional sin enlaces ni antecedentes. Viene del latín sporadicos y éste del griego sporadikus que quiere decir disperso. Sporás también significa semilla en griego, pero en ciencia espora designa una célula sin forma ni estructura que no necesitan unirse a otro elemento para formar cigoto y puede separarse de la planta o dividirse reiteradamente hasta crear algo nuevo. Sporadikus está conformado por un grupo de estudiantes y profesores del departamento de filosofía de la UG que busca compartir una voz común alejada del aula y en contacto con aquello efervescente de la realidad íntima o común. Queremos conjuntar letras para formar una pequeña comunidad esporádica, dispersa en temas, enfoques o motivaciones pero que reacciona y resiste ante los hechos del mundo: en esta diversidad cada autor emerge por sí solo y es responsable de lo que aquí se expresa.

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