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jueves, marzo 28, 2024

Ir a la vida…

A quién más, a quién menos a todos nos ha afectado el confinamiento… ¿no crees?

En redes sociales de repente leo mamás que comparten que sus hijos, después de todas estas semanas aislados, simple y sencillamente ya no quieren salir de casa.

El miedo al contagio ha trasminado en el ánimo de muchos de nosotros. Empecé a darme cuenta de que esto estaba comenzando a pasar también en mi familia, pues sólo hemos estado saliendo a lo indispensable (compras, pagos de servicios, mínima interacción social). Esto con la intención de contribuir con las indicaciones que las autoridades sanitarias solicitaron.

Pero, no ver a los abuelos, a los amigos; esta sensación de sentirnos ansiosos de pensar en salir y entrar en contacto con otras personas tampoco es vida…

¿Al rescate?
¡La naturaleza!

Siguiendo las medidas de protección e higiene, nos organizamos en nuestro grupo de “Caminantes” (no, no los de Walking Dead, sino, senderistas), nos fuimos a la Sierra.
Nueve personas en total. Cada familia en su transporte, cada uno cargando su agua y comida.
Yo fui con mis 3 hijos de 16, 14 y 8 años.

El trayecto elegido fue una cañada por donde corría agua, por lo que había momentos que no sólo teníamos que ir avanzando entre las piedras, sino también sortear pozas de agua helada y pequeñas cascadas.

¡Y la magia se hizo!

¡Mirar los montes verdes llenos de vida, el cielo azul y limpio, el aire fresco, paisajes hermosos!

Lo que más me conmovió, fue la manera en la que interactuamos nosotros como familia…
Obviamente, ninguno de nosotros somos expertos senderistas, íbamos avanzando como mejor podíamos, cada uno haciendo uso de nuestras habilidades físico-atléticas. Mis adolescentes, fuertes, ágiles; pero la menor, más pequeña, con zancadas más cortas, con mayor aprehensión a meterse al agua fría y turbia, generó, espontáneamente, un trabajo colaborativo.

Pablo, el más alto y fuerte, iba delante, poniendo atención a las indicaciones del guía. Cuando veía que había algún tramo que podía costarnos más trabajo a nosotras, se detenía, nos señalaba la mejor manera de pasarlo o nos sujetaba para lograrlo. A medida que el camino se fue tornando con mayor reto, entre los tres íbamos sosteniendo, animando o alentando a Romi, la más pequeña.

La rotación en este apoyo conjunto fue dándose de manera orgánica, espontánea, fluida. Pablo dando apoyo físico; Emi, apoyo emocional; Romi, siendo ese lazo invisible entre todos.

Cada uno fuimos superando nuestros propios miedos o nuestras limitaciones al sentirnos contenidos y también, por la consciencia de que el avance del grupo dependía en parte de sobreponernos para poder continuar. Así que el hecho de saltar de 1 o 2 metros al agua fría o deslizarnos en cascadas, se volvieron parte del trato.

En la medida que íbamos superando los obstáculos, la sinergia crecía. Hacía semanas que no nos sentíamos tan vivos, tan conscientes de nuestras capacidades, tan orgullosos de nosotros mismos… tan unidos.

En la última parte del camino, el ascenso, la juventud se impuso. Los más ligeros fueron punteros y los de más años y kilos, a la zaga. Para mí, cada paso fue un triunfo, pues las botas y el pantalón mojados me pesaban una tonelada, ¡jajaja!

¡Pero llegamos!

¡Terminamos con mucho frío, exhaustos, hambrientos y FELICES!

Mi reflexión… Ante el miedo… Hay que ir a la vida, en su expresión más básica, la naturaleza, el campo y dejar que la magia surja.

Miriam del Toral
Miriam del Toral
WhatsApp para asesoría de lactancia: 477 674 9021. Asesora especializada en Lactancia y Múltiples, Lactivista, columnista, comunicóloga, especialista en Desarrollo Humano y en Facilitación de Grupos. Acompañante Tanatológica. Es fundadora de Maternidad Sustentable, donde se difunde información sobre lactancia materna y crianza respetuosa. Docente en PILU. Colabora en Fuente de Vida, Grupo de Apoyo a la Lactancia y en UPA Tribu.

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