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sábado, abril 20, 2024

La alimentación durante la enfermedad

Por: Evelia Apolinar Jiménez

 

“La enfermedad es el lado nocturno de la vida, una ciudadanía más cara. A todos, al nacer nos otorgan una doble ciudadanía, la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. Y aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar.” 

 

Susan Sontag, en “La enfermedad y sus metáforas. El sida y sus metáforas”, Penguin Random House, 2012.

«La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades», así la define la Organización Mundial de la Salud. Y, a pesar de lo difícil que es tener ese completo bienestar, tiene razón la filósofa y escritora norteamericana Susan Sontag cuando dice que, inevitablemente, tarde o temprano todos nos vemos obligados a estar en el lado nocturno de la vida: la enfermedad.

Cuando nosotros, o más aún, cuando alguien que amamos enferma, cambia la rutina, la economía familiar, y la vida toda se trastoca: visitas a los médicos, estancias continuas y a veces prolongadas en el hospital, es necesario aprenderse nombres de enfermedades, de pruebas, de medicamentos, horarios y fechas. Es preciso recordarlo todo, dice el médico tratante. La preocupación, entonces, ocupa la vida de la familia de una persona enferma. 

Hay padecimientos, todos me atrevo a decir, que en mayor o menor medida mermarán la condición física y el estado de nutrición de la persona que la sufre. En algunas situaciones se afectará la forma de comer, y esta circunstancia puede agravar la condición de salud y dar origen a otras complicaciones, como menor tolerancia a los tratamientos médicos o tener más riesgo de adquirir infecciones, que a su vez seguirán enredando el estado de la persona enferma. Esta situación se vuelve especialmente importante cuando quien enferma es un niño, pues los menores necesitan, a diferencia de los adultos, una proporción mayor de calorías porque se encuentran en crecimiento y desarrollo. Además, desde toda la historia de la humanidad nos es fundamental la alimentación de los más vulnerables de nuestra comunidad: niños, ancianos y enfermos.

Y bueno, cuando enfermamos o enferma algún familiar o ser querido, podemos tener muchas dudas: ¿es mejor el tratamiento A o el B? ¿Es urgente hacer esa cirugía que dice la doctora? ¿Podré aprender a hacer estos cuidados en casa así, como los hace la enfermera? O algunas otras que derrumban a las familias, como: ¿cuánto costará todo esto? ¿podremos afrontarlo? Sin embargo, una de las pocas certezas que solemos tener es que las personas enfermas necesitan comer, y además, comer lo mejor posible. Sabemos que alguien con un estado de nutrición adecuado podrá hacer frente a la enfermedad y sus tratamientos mejor que quien tiene malnutrición.

Hablemos, por ejemplo, del conjunto de enfermedades que conocemos como cáncer. Esta condición afecta especialmente la forma de comer y el estado de nutrición de quienes la padecen, tanto por los estragos que causa la propia enfermedad, como por los efectos de los indispensables tratamientos. El cáncer, como muchos otros padecimientos, provoca una serie de alteraciones que se traducen en pérdida del apetito, alteración en la percepción de los sabores y los olores (la comida sabe a metal, los aromas provocan náuseas), saciedad temprana (apenas con unos pocos bocados de comida, la persona enferma no quiere comer más). Además muchos tratamientos para el cáncer, las quimioterapias o radioterapias, tienen como efectos secundarios otros trastornos, como llagas en la boca y la garganta, boca reseca o saliva espesa, náuseas, vómitos, estreñimiento o diarrea. Todas estas situaciones explican por qué una persona que padece cáncer puede perder peso y desnutrirse rápidamente. 

Lo ideal será que cada persona enferma pueda recibir atención por parte de un nutriólogo clínico, para evaluar y dar las orientaciones precisas. Algunos lugares en internet, serios por supuesto, ofrecen recomendaciones generales. Por ejemplo, para hacer frente a los problemas de alimentación que se presentan con frecuencia en personas que están en tratamiento por cáncer, puede encontrarse orientación en: https://www.cancer.org/es/tratamiento/supervivencia-durante-y-despues-del-tratamiento/bienestar-durante-el-tratamiento/nutricion/nutricion-durante-el-tratamiento/problemas-comunes.html.

Algunas recomendaciones generales que pueden ayudarle con la alimentación de una persona enferma:

  1. Es fundamental evitar alimentos preparados fuera de casa, donde no se conoce la higiene en la preparación de los platillos. Muchas personas enfermas pueden tener las defensas bajas, por lo que son especialmente susceptibles a las infecciones. Por lo tanto es indispensable preparar los alimentos con todas las medidas de higiene: lavarse las manos antes de preparar los alimentos, también después de cada interrupción mientras se está cocinando, lavar y desinfectar frutas y verduras, cocer las carnes.
  2. Los niños y adolescentes enfermos son especialmente vulnerables, porque, en comparación con los adultos, necesitan más calorías y, claro, al ser más pequeños tienen menos reservas en su cuerpo. En ellos y ellas, podemos ofrecer pequeñas porciones de alimentos y más número de comidas.
  3. Es muy importante evitar suplementos y remedios ofrecidos por personas ajenas al equipo que les atiende en el hospital. Los tés, polvos para preparar licuados, las “vitaminas”, los remedios herbolarios, “naturistas” u “orgánicos” podrían interferir seriamente con el tratamiento que usted o su familiar está recibiendo y provocar más daño (a los riñones o al hígado) que beneficio sobre la enfermedad. Pregunte a su médico y a su nutriólogo clínico sobre algún suplemento que deseé tomar o darle a su familiar.
  4. Por favor, cuando nuestro ser amado no pueda o no quiera comer, no ofrezca alimentos chatarra. “Aunque sea, que se coma las papas, o esas galletas y que se tome el refresco”: todos, pero especialmente una persona enferma necesita nutrirse, no “llenarse”.
  5. Hay muchos platillos saludables y sabrosos que, por cierto, muchas abuelas conocen, como: sopas de verduras con pollo, guisados con frijoles, garbanzos y otras leguminosas, o como cuenta Laura Esquivel en su novela Como agua para chocolate, un caldo de colita de res con ejotes.
  6. Es importante adaptar la preparación de los alimentos a la situación que cada paciente necesita para ayudarle en el control de sus síntomas, como: alimentos muy suaves y frescos (cuando hay llagas en la boca), o con pocos condimentos y con poco olor (cuando hay náuseas), por ejemplo.

 Hay situaciones clínicas mucho más especializadas que requieren del apoyo de un nutriólogo clínico, como cuando la persona enferma necesita alimentarse mediante una sonda que va al estómago u otra parte del intestino, o bien, nutrirse a través de un catéter por la vena. También, y no es tema de estas letras, hay consideraciones especiales para la alimentación de las personas que se encuentran al final de la vida, ese destino de todos, todas. 

Para cerrar, no olvidemos que la alimentación de una persona enferma requiere especial cuidado, pues el estado de nutrición será uno de los elementos más importantes para hacer frente al padecimiento y a sus posibles complicaciones. 

* Miembro del Colegio de Nutriólogos de León A.C. Es investigadora en Ciencias Médicas en el Hospital Regional de Alta Especialidad del Bajío. También es docente y consultora privada. Estudió Nutrición en la UIA León, es especialista en Nutrición Clínica Pediátrica por el Hospital Infantil de México, terminó la Maestría en Investigación Clínica en la Universidad de Guanajuato. 

 

Twitter: @EveApolinar

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