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sábado, abril 20, 2024

La Bella y la Bestia

Parece ser que cada que se estrena un “remake” en los cines, aparece de manera automática lo siguiente como introducción en cualquier texto que realice: no los odio.

El “remake” es inevitable, sí, pero algo bueno puede salir de él. La industria del cine ha vivido desde sus orígenes rehaciendo ideas del pasado para presentar visiones que por lógica no entrarían en el concepto de nuevo, pero que las adoptamos. Es parte del proceso cultural, incluso si nos ponemos estrictos, esto pasaba antes de la llegada del cine con las leyendas y las miles de canciones tradicionales: las abrazamos, amoldamos a nuestros conceptos y tenemos una obra que perdura por tiempo eterno hasta que otro decida jugar con ella de la misma forma.

Repito: no los odio… pero se esfuerzan en hacer que parezca lo contrario. Porque siempre existe la pregunta básica ¿Para qué hacer un remake de cierta película?

El caso de hoy es la que intenta presentarse como nuevo frente a un clásico de clásicos: La Bella y La Bestia.

Disculpen a 1991, antes el arte de hacer un buen tráiler era desconocido.

 

La película de 1991 –que sabemos no es la primera versión de la historia, pero… no es como si intentaran hacer un repaso a las anteriores- revolucionó muchos aspectos entre los que podemos contar el matrimonio del cgi y la animación para lograr tomas de apariencia casi realista, un personaje femenino que rompía los estándares de la época en cuanto al campo de los “dibujitos” y se presentaba como una mujer fuerte, conocedora de los placeres del conocimiento y que encima tenía buen corazón, una banda sonora impecable por parte de un viejo conocido de la empresa de Disney que junto a su gran amigo entregaron canciones que hasta el día de hoy tarareamos, una película que no distinguía género y se presentaba como una opción para la eterna batalla de niños/niñas.

Y más importante: una película que hizo que todos contemplaran que esto no era una presentación para niños, que tenía calidez y calidad, logrando un hecho inaudito: obtener reconocimiento como de las mejores películas del año y una nominación al premio de la Academia por “mejor película” en un tiempo en donde ni existía la categoría de “mejor filme animado”.

Y es por ello que yo pregunto ¿Por qué animarse a hacer un remake?

La película desde sus primeros promocionales se agarra del éxito e impacto de la versión animada asegurando de que el espectador va a volver a vivir el fascinante de antaño: de acuerdo, juzguemos bajo ese concepto.

Porque es básicamente la misma película en su estructura base con pequeños cambios que realmente no justifican el hecho de que exista.

Lo más destacable es el diseño de producción que la película ostenta. Notorio en el castillo de La Bestia –que ahora que lo pienso ¿Por qué no le pusieron un nombre en esta ocasión?- y en el diseño de sus sirvientes que a pesar de no obtener el aspecto visual realista que esperaban al igual que el personaje principal son atractivos. Y en mayor medida la labor de Jacqueline Durran con los vestuarios que es probable que obtengan una nominación, porque de cierta forma estos dos elementos indudablemente recuerdan a las producciones musicales de antaño en donde la sorpresa yacía en lo espectacular.

Ese antaño es algo que siempre intenta saborear Bill Condon cuando se dedica a los musicales.

Claro que esto no sirve si todo lo demás falla.

Emma Watson será bella, inteligente, y buena persona… pero no es buena actriz. Falla como el personaje principal por muchas razones. Hay un desinterés latente en su andar y movimientos, carece de química con casi todo mundo y el golpe final es que estamos en un musical, y ella termina usando autotune, entonces es hilarante presenciar una voz en tono digital mientras que las demás que aparecen por lo menos hacen el intento de cantar. Bella no conecta con la audiencia por ningún aspecto, ni por su tedio de estar en un pueblo que aparentemente le rechaza, ni por buscar aventuras en un momento que supondría ser revelador y que pasa sin pena.

Llega a tener una mejor química con Kevin Kline en menos escenas que con Dan Stevens lo cual me hace pensar que la culpa no recae al 100% en ella.

Ante los demás, hay desaprovechados: es que cuenta con un gran cast pero que sólo hace acto de presentación sin terminar por desarrollar personajes entrañables en una versión poco agraciada de la versión animada, más como una especie de parodia que una bombástica adaptación en carne y hueso que supone ser. Sorprende escuchar a Ewan McGregor, Emma Thompson e Ian McKellen vociferando pero jamás actuando.

El más rescatable es un Luke Evans que como Gastón se vuelve una caricatura que muy a pesar de no contar con la obscena musculatura que supone debería tener –y no lo digo por la versión anterior, sino por la canción que expresa sus habilidades- se siente entretenido, egocéntrico, como si se tratase del Gastón de un parque de diversiones y… por lo menos puede cantar, muy poco, pero no necesita de la tecnología para hacerlo pasar.

El más afectado, es Alan Menken. El compositor quien termina repasando su score más famoso y premiado con respeto en la orquesta y en momentos que me encantaría escuchar por separado (cosa que no existe hasta el momento), pero en las canciones hay carencia de magia, como en automático. Esto me hace constatar que Menken era en gran parte el supervisor de las voces en la versión animada, porque aquí a pesar de haber versos nuevos no terminan de cuajar.

Y ese es mi sentir con todo el producto final: está, hace acto de presencia, pero carece de magia. Repasa los elementos del pasado por obligación cuando bien pudo ser algo nuevo y esto repercute en momentos donde los nuevos elementos no tienen peso alguno ni en la trama, ni en los personajes, están para justificarse de manera mediocre.

Pasarán los años y yo recordaré la versión que rompió esquemas, jamás la calca del nuevo milenio que no ofrece nada más que proseguir con la horrible costumbre de no revisar el pasado, total lo van a volver a hacer.

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