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martes, abril 23, 2024

La Cruz de Hierro

No es fácil ser director de cine, mucho menos si te llamabas Sam Peckinpah. Todo mundo se burla de ti por ser una persona violenta que sólo representa eso en sus películas, pero lo cierto es que tu material es una introspectiva a tu interior, a tus conflictos y que muy en el fondo, hay un artesano que a pesar de sus problemas mentales y de adicción de vez en cuando demuestra su calidad… claro que es fácil decir esto, porque hacerlo era un infierno.

De esos que se vuelven leyendas entre los que estudian cine.

Peckinpah está muy lejos de su añorado México y de su esposa con la que frecuentemente pelea, pero la estima (es el segundo intento de matrimonio de los dos). La producción de su nueva película es horrenda: con el equipo de producción proveniente de Yugoslavia peleando con Wolf C. Hartwig, un productor de películas eróticas y orgulloso alemán que participó en la guerra que por alguna razón está inmiscuido en el proyecto que está dirigiendo. Hay problemas de presupuesto y va a tener que ofrecer su propio dinero para culminar la película, y Peckinpah hundido en su miseria personal, decide que su dieta destructiva comenzará en estos momentos: cuatro botellas de alcohol por día. Sin interrupciones.

No es secreto alguno de que La Cruz de Hierro rompería al director.

La película comienza con un montaje escabroso. Vemos escenas de la Segunda Guerra Mundial de parte de los nazis en fiestas y reuniones, además de niños alemanes con banderines que además cantan “Hanschen Klein”, una antigua canción tradicional alemana que habla sobre un pequeño que tras alejarse de su hogar y regresar, ya ha cambiado, y sus familiares ya no lo reconocen.

El ejército alemán se encuentra decaído, batallando con rusos que no tienen rostro y que son inmisericordes en el frente oriental. Entre el escuadrón de los últimos días se encuentra el sargento Rolf Steiner (James Coburn), un hombre que es visto como una leyenda entre sus hombres y uno que combina la virtud de ser un excelente estratega, con la bondad y camaradería de los pocos que quedan a su servicio. Steiner de inmediato genera enemistad con el capitán Stransky (Maximilian Schell) un hombre que recién llega al batallón de Steiner con la finalidad de obtener el galardón de la cruz de hierro. Por lo tanto, surge un conflicto de intereses de dos hombres que chocan de egos en medio de los bombardeos sin fin y cadáveres que se vuelven parte del paisaje.

La cruz de hierro es un filme excepcional y muy diferente a los del género. Peckinpah decide filmar el aspecto que todo mundo odia de este conflicto: a los nazis. Lo hace sin volverlos caricaturas o supervillanos como cualquier otra producción, sino que decide restaurar humanidad dentro de sus soldados y también les otorga complejidad emocional. No todos eran unos monstruos, algunos simplemente estaban por razones equívocas o por el sentimiento de nacionalismo que comenzó a disiparse por esas fechas de derrota.

Hace esto sin alejarse de los temas que abarca en su filmografía, como la explotación falocentrista de sus personajes (que a menudo se tacha como misógina), la pérdida de valores en momentos de conflicto y personajes que pese a todo, tratan de encarar a un mundo que se dedica a hundirlos en la desgracia.

Claro que la estética “Peckinpah” se hace notar. Era de los directores que se preocupaban en su violencia y en cómo estaba representada con gran lujo de detalle en explosiones y el uso de armamento realista. Quizás se haya ganado la enemistad de sus dobles que corrían despavoridos de estas explosiones y terminaban volando por los aires para caer de espaldas en alambre de púas, pero estas imágenes realzan los horrores de la guerra ante los habituales enemigos sin hacer que el espectador vocifere emoción, logrando lo que siempre fueron las intenciones del director: reflexionar sobre la violencia como parte de la especie humana. Así que es habitual encontrar explosiones en el ambiente que en todo momento nos recuerda lo patético que resulta pelear por honor cuando uno de estos explosivos podría llegar a tu guarida.

Todo esto mientras un duelo de némesis ocurre entre las filas del ejército alemán.

Steiner es aquel que podríamos definir como héroe en la historia, pero no por ello se vuelve un personaje fácil de comprender, se vuelve el foco de atención y benevolencia sin que él quiera. Lidia una batalla personal porque muy en su interior está destrozado, es un monstruo al servicio de la violencia y no conoce otro camino. Por un momento puede decidir alejarse de toda esta violencia pero tiene el pésame de su equipo y sabe que los horrores que contempló no lo van a dejar vivir en este mundo posterior a la guerra; es un gran papel porque Steiner es inquebrantable, de rostro duro y que termina por envolver la manía que lo rodea desde hace años, y se necesitaba de un tipo duro para plantear este personaje, un tipo como James Coburn, quien si bien no era el actor más rentable del cine, se adecúa a sus capacidades y demostró que de los de su calaña, era uno de los más respetables para otorgar grandes actuaciones.

Y es opuesto a Stranksy, porque Maximilian Schell carece de la rudeza y tosquedad del héroe de los soldados, pero tiene una agudeza mental por sacar provecho de cualquier situación que se le aproxime. Termina por ensuciarse –literal- más que los que batallan y es cobarde, una ironía considerando que se metió a la boca del lobo para ganar una medalla que lo consagraría como importante entre su familia. Schell es aberrante, porque sabe el juego político y se aprovecha, y le parece oportuno gastar la vida de su némesis siendo que es su mejor carta para sobrevivir.

Algo de lo que casi no se menciona de la película es la colaboración musical de Ernest Gold. El famoso compositor de “Éxodo” (1960) terminaría en el olvido profesional tras varios intentos de entregar un material que compitiera con la majestuosidad de su trabajo más célebre, creo que “La cruz de hierro” logra llegar a ese nivel. No despega a Peckinpah del género que lo vio nacer como director: el Western, creando un bellísimo tema de heroísmo y sacrificio en el personaje de Steiner que también se ofrece como voz a los tantos fallecidos en el conflicto bélico en la última escena, genera nerviosismo con la secuencia de títulos principales con el coro infantil que con frecuencia se rompe para poner música amenazadora, hasta tiene un tema de amor no correspondido con Eva, la enfermera que trata de humanizar a un sujeto que lo ha perdido todo. Es un trabajo con un sonido clásico, de fanfarrias y temas militares pero explorando una influencia de Morricone (quien básicamente alteró la forma de componer en el cine). Por desgracia, Gold se luciría con esta película capturando lo que podría definirse como el sentimiento del director y sus demonios internos sin recibir mérito alguno y su labor como compositor se haría menos frecuente.

Peckinpah terminó la película, no sabe cómo ni cuándo exactamente pero el producto final se presentó, y a pesar de no ser un éxito en los Estados Unidos, sí lo sería en Alemania. Quizás por la falta de películas y puntos de vista que humanizaran a sus soldados y sus crímenes, pero tampoco esta atención pasaría desapercibida, ya que la película recibiría aplausos por parte de Orson Welles, quien a diferencia de los demás, encontró un mensaje descarnado sobre las razones de los soldados y que lejos de ser vulgar, tenía un sentido.

Aun así esto no evitó la tragedia de un director que, simplemente no pudo más, se entregó al abismo de sus miedos y que a pesar de dirigir por otras dos ocasiones, ya se notaba un deterioro en su persona que trasladaba a esa incesante necesidad de generar un ballet entre la violencia que nos hace ser hombres.

La cruz de hierro es especial por ser la gran obra de la Segunda Guerra Mundial de los 70, porque mientras todos los demás se quedaban con un estereotipo o comenzaban a analizar la guerra que tenían en frente, se necesitó de un valiente de cambiar las perspectivas y darle voz a aquellos que siempre serán monstruos.

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