Carlos Salinas de Gortari decía no ver ni oír a la oposición, pero persiguió a cientos hasta la muerte, particularmente a militantes del PRD. Andrés Manuel ha convertido a las mañaneras en un púlpito en el que descalifica, acusa con dedo flamígero y tilda de conservadores, y de pertenecer a la derecha, a sus adversarios.
El estilo de gobierno de AMLO es uno que simula el “amor y paz”, pero en los hechos confronta, en lugar de promover la conciliación; que provoca polarización que divide, en lugar de construir acuerdos; que busca imponerse, sin escuchar; y que alimenta con fuego los conflictos, en lugar de resolverlos.
Los hechos violentos de la presa La Boquilla, en Chihuahua; en los que perdió la vida una ciudadana y resultó herido su pareja, es un claro ejemplo de la ausencia de operación política y reflejo de la terquedad del Gobierno Federal.
En lugar de dirimir el conflicto mediante el diálogo con agricultores y campesinos, el presidente optó por enviarles la Guardia Nacional a provocar y tratar de inhibir el reclamo. Y de nueva cuenta, en la mañanera acusa de disturbios, y denuncia que supuestos líderes de la “derecha” azuzan la protesta. Además, se confronta con el Gobernador Javier Corral, quien había llamado al acuerdo para darle cauce a la solución pacífica del conflicto.
Es un capítulo más del enfrentamiento del Ejecutivo Federal con los gobernadores del país. El cisma de la Conago es una consecuencia de esta falta de operación política y cerrazón. Plantea el riesgo de que el conflicto entre la Federación y las entidades, escale. El presidente ha optado por la centralización en lugar de, en el marco del federalismo, trabajar con los mandatarios estatales un nuevo acuerdo fiscal y político.
A nadie beneficia la confrontación permanente. Son muchos los temas que competen a ambos niveles de gobierno. Las crisis sanitaria, la económica, de seguridad, entre otros problemas, están golpeando severamente a la población y se requiere el diálogo y soluciones que deben emanar del trabajo conjunto.
En otro frente, el presidente se confronta con las organizaciones feministas y familiares de víctimas. Las acusa de pertenecer a la “derecha” porque, en su justo reclamo de justicia, toman dependencias y exigen atención y alto a la disminución del presupuesto público para igualdad de género; protección a niñas, niños, adolescentes y mujeres. Y la principal respuesta del Jefe del Ejecutivo es reclamarles porque “ultrajan” a los “próceres” de la patria.
Sobre los diez feminicidios diarios y las 27 mil 871 personas desaparecidas o no localizadas -hasta julio de 2020-, en su gobierno; no muestra sensibilidad, ni tiene respuestas concretas.
El mismo esquema ha aplicado en su relación con un sector de los empresarios. La obstinación de cancelar el Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México -con el pretexto del combate a la corrupción-, sin escuchar a los inversionistas, ni a su propio secretario de Hacienda; fue el primer capítulo de los consecutivos errores de la política económica de su gobierno que provocó, junto con la pandemia, la crisis financiera más grave del siglo que enfrenta el país.
El panorama es ensombrecedor. El presidente debería corregir el rumbo. Su tendencia a la descalificación y a la confrontación lastima, genera encono, encuentra justificada resistencia. El respaldo de Morena, su tendencia al show mediático y a la manipulación, no le serán suficiente ante la ineficacia de su gobierno. El desencanto de la población, crece.
El diálogo y la construcción de acuerdos son las mejores herramientas para terminar con la polarización y tratar de atender de mejor manera los problemas que aquejan a la población.
Hay que evitar el símil de la regresión democrática que presagió Cosío Villegas, como consecuencia de los excesos de Luis Echeverría, al escribir el “Estilo personal de gobernar”.
