- Publicidad -
jueves, abril 25, 2024

La desfachatez de la retórica presidencial

Que grandes sorpresas se lleva uno cuando escucha con detenimiento lo que nuestros representantes políticos profesan con sublime elocuencia. Hay tanto que aprender de ellos… La sutileza de sus términos, los adecuados eufemismos que enmascaran, la entonación musical para cautivar al espectador y, como anzuelo final, una mirada penetrante que, sin duda, quisiera transmitir con fidelidad lo que con tanto esfuerzo y esmero se pretendía expresar en los mensajes corporal y verbal.

¡Qué suerte de muchos!, quienes por motivos de ocupación laboral, o simplemente desinterés sobre el mitote político, no tienen que sufrir los disgustos e indignaciones cotidianos que producen las estrellas de la farándula política. El nivel de burla y ridiculez del discurso gubernamental ha llegado a sus expresiones más elevadas de incongruencia. Se habla de cruzadas contra la pobreza, pero ellos mismos viven en lujosas residencias con piso de mármol, jacuzzi y bar. Se habla de conciencia ambiental, cuando ellos ni siquiera pagan la gasolina que despilfarran, la electricidad que consumen, mucho menos el agua que abunda en sus piscinas; mientras que en nuestro país aproximadamente 10 millones de personas no tiene acceso a un sistema digno de agua potable.

Pero esto no debe tomarse como una novedad escandalosa; no son hechos únicos de la dinámica social contemporánea, ni tampoco son exclusivos de la morfología del sistema sociopolítico de nuestra cultura mexicana; Son el producto derivado del conflicto de intereses que se presenta en todo grupo social, donde el acceso a oportunidades de desarrollo integral, está fundamentado sobre objetivos opuestos y contradictorios entre los diferentes sectores que participan en las actividades económicas de la sociedad. De manera más sencilla: Hay quienes trabajan y producen; y quienes controlan y distribuyen. Los intereses de cada grupo no pueden ser, por tanto, los mismos. Para controlar y distribuir algo, primero se requiere trabajar para producir ese algo; esto quiere decir, que ambos sectores coexisten en una relación de mutua dependencia, en la cual solo uno es indispensable, y el otro aparenta ser igualmente necesario para eludir lo indiscutible de su parasitaria naturaleza.

Hemos escuchado al ciudadano Presidente Enrique Peña Nieto, pronunciar en varias ocasiones, lo que podría definirse como su concepción ideológica y socioeconómica del tan renombrado fenómeno de la corrupción. Su respuesta ha sido, en al menos dos transmisiones televisivas que he presenciado: “la corrupción es una fenómeno cultural”. Dos conceptos abstractos con los que podemos incurrir en construcciones confusas sobre la actualidad social mexicana; la cultura de la corrupción. Afirmar tranquilamente la opinión del ciudadano Presidente, sin escudriñar el significado profundo de cultura, y los elementos fundamentales que participan en la trasformación de ésta; Sería una muestra tácita de complicidad y enajenación al problema mismo. Pareciera que se intenta crear la idea de que podemos deslindarnos de las consecuencias de nuestros actos, y adjudicarlos a un tercero que llamamos cultura; es decir, nos es mi culpa, es la cultura; todos lo hacen, entonces, ¿por qué no hacerlo también? Es normal, es cultural; es la cultura, no yo.

La definición literal de cultura, de acuerdo al DRAE, dice así: “Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.” Por otro lado, el Gran Diccionario Enciclopédico Ilustrado la define como: “conjunto de ideas, habilidades y costumbres que ha ido adquiriendo un grupo humano y transmitiendo de generación en generación.” Estas propuestas de definición nos orientan en la comprensión y el análisis de lo que un fenómeno cultural representa; una modificación al modo de vida de un determinado grupo social.

En base a lo anterior, me gustaría preguntar al ciudadano Presidente, Enrique Peña Nieto, ¿Qué acaso nunca ha reflexionado sobre las causas de cualquier fenómeno cultural?, ¿no ha pensado que son nuestras acciones y omisiones cotidianas las que van esculpiendo la cultura de cada pueblo, nuestro pueblo? Las acciones del ciudadano Presidente, y la del resto de los líderes políticos de nuestro país, desafortunadamente encabezan el sentido de nuestra evolución cultural. El ejemplo práctico del dispendio en el pago a funcionarios públicos, es parte de nuestra cultura. Esos sueldos altísimos en comparación con las cifras de pobreza en nuestro país, son sin duda un reflejo fidedigno, y al mismo tiempo tan vergonzosos, de nuestra cultura, nuestra forma de vivir.

Con que calidad moral se puede liderar una cruzada contra el hambre, cuando se percibe un salario de 193,478 pesos mensuales, como lo hace el ciudadano Presidente, y aparte ser propietario de un departamento, cuatro casas y cuatro terrenos de dimensiones bastante considerables. O como el del secretario de gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, de 151,049 pesos mensuales. Pero el mejor es para el secretario de la defensa nacional, Salvador Zepeda Cienfuegos, con tan solo 200,000 pesos netos mensuales. (Cifras publicadas en El Economista, 16 de enero de 2013).

Ese ejemplo de actitud aristocrática llega a tener tanto impacto en el medio político, que a cualquier nivel de la administración pública se desea imitarlo. Como ejemplo tenemos a nuestro diputado panista, Alfonso Ruiz Chico, quien dijo es su derecho recibir el aguinaldo de 160, 000 pesos. ¿Sabrá él, cuántas personas ni siquiera tienen un empleo como para imaginar recibir un aguinaldo? Pero mientras él y sus allegados están en una condición de confort, poco le ha de importar que esos 160,000 pesos puedan servir para proyectos públicos. Esos son nuestros servidores públicos, cuya actitud de servicio ventajoso e individualista les atribuye justamente el título de servidores privados.

La corrupción no es la causa de nuestros problemas nacionales, es por el contrario, una de las muchas consecuencias de los elementos fundamentales de nuestro sistema socioeconómico: La desigualdad, el enriquecimiento lícito a costa del empobrecimiento sistematizado y metódico del trabajador, el acaparamiento de tierras, los monopolios político-económicos, la exclusividad de patentes tecnológicas, la salud y la educación como negocios lucrativos; todos ellos encubiertos por la palabra del poder, por la actuación inercial de las instituciones, la hipocresía de la doble moral empresarial, y la onerosa desfachatez de la retórica gubernamental.

 

Roboán Rodríguez Carrera
Roboán Rodríguez Carrera
Periodista independiente nacido en León, Gto.; se ha desempeñado como traductor para embajadas hispanohablantes en varias naciones de África. Correo electrónico: roboan@yahoo.fr

ÚLTIMAS NOTICIAS

ÚLTIMAS NOTICIAS

LO MÁS LEÍDO