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miércoles, abril 17, 2024

La elección a la distancia: ¿por qué votar?

Por: Francisco M. Mora Sifuentes*

Ha llegado el final de la campaña electoral. El primero de julio los mexicanos tendrán nuevamente la oportunidad de salir a votar para elegir a sus autoridades. En mi caso, he seguido el proceso desde Madrid donde vivo desde hace ya varios años. Este hecho particular me permite adoptar un punto de vista de observador, esto es, un punto de vista menos comprometido con los vaívenes de los partidos políticos, los actores o el día a día de las campañas. La distancia sirve para críticar algunos hechos que, de otra forma, no sería posible. Antes de ofrecer mi punto de vista, me gustaría señalar que pertenezco a la generación que votó por primera vez en las elecciones del año 2000. En aquella ocasión, la divisa de la alternancia, del cambio –y, hay que decirlo también, la habilidad del candidato Fox– generaron un clima de ilusión que propició la participación y que no advertí, por ejemplo, en el año 2006. Sin embargo, es patente que a la alternancia no le siguió la transición. Es decir, no hubo una revisión de nuestro diseño institucional, ni de convivencia, de la envergadura que ameritaba la histórica ocasión.
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Queda mucho por hacer. Más en un contexto de institucionalidad débil como el nuestro, donde cuestionar las instituciones es regla general para algunos. Esta me parece una estrategia equivocada, sobre todo cuando nos han costado y nos siguen costando tanto. Podemos evaluarlas, críticarlas, sí. Pero esto es distinto a sembrar dudas infundadas de su actuación. Si de entrada decimos que “va a haber fraude electoral” si tal o cual persona no gana la elección, lo que estamos haciendo no es otra cosa que lanzar una profecía que se verá autocumplida. Por ello conviene tener claro cuál es el papel del IFE: su función no es otra que la organización y el control del desarrollo de las elecciones con la directa participación ciudadana. Podemos verle como un órgano que fácilita un “tránsito”, un tránsito que va de las preferencias de los electores –manifestadas y mensurables en votos– hasta su “transformación” en gobiernos o mayorías acordes con aquellas. Alguién puede ver ésta visión de la democracia como insuficiente y yo podría estar de acuerdo. Mi punto, sin embargo, es éste: que hay que defender nuestras instituciones porque, más allá de las personas, es necesario mantener un andamiaje que permita el cambio legítimo, ordenado, periódico y pacífico del poder.

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Vivimos en permanente zozobra. La violencia, junto a la desigualdad y la impunidad, es uno de los grandes males que nos aquejan como sociedad. Prácticamente no hay día que no se comentan delitos de alto impacto. Algunos de ellos nos instalan francamente en la barbarie. El tema exige estar, por ello, cotidianamente en la agenda de discusión. Exige argumentaciones, propuestas serias, reposadas y que, desde mi punto de vista, van más allá de culpar como “autor directo” al Presidente Calderón. Eso es facilismo. A este respecto, la contribución del movimiento de víctimas encabezado por Javier Sicilia me parece invaluable por ir al fondo del asunto. Ayudó a dar un paso importante: el que consiste en reconocer que tenemos un problema grave. Que hace falta mucha auto-reflexión y auto-crítica, que nuestra auto-complacencia no sirve. El problema está ahí. Corresponde a las autoridades intentar erradicarlo. Nos corresponde como ciudadanos vigilar que se haga en el marco en el marco del Estado de Derecho y del estricto respeto a los derechos fundamentales. Desde ahora hay que insistir en que es necesario dar seguimiento minucioso a las propuestas específicas que en materia de seguridad pública han brindado los candidatos. El reto es mayúsculo.
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La irrupción de los jóvenes del movimiento #YoSoy132 es algo que merece ser ampliamente saludado. Movilizarse para reclamar transparencia, equidad en las campañas, la discusión de propuestas; organizarse para ejercer sus derechos y libertades de expresión y participación política dinamizan la elección y la enriquecen sustancialmente. Su contribución está fuera de toda duda. La prueba patente la encontramos en la organización del debate entre los distintos candidatos a la Presidencia de la República y en su constante activismo. Sin embargo, considero que no deben escapar del juicio crítico otras circunstancias de su entorno. Por ejemplo, el hecho de declararse abiertamente como un movimiento “anti”, cuestiona su pretendido carácter apartidista. De la misma forma, y como suele ocurrir con todo movimiento, pueden verse signos de dispersión, por decir que sus demandas son en muchas ocasiones contradictorias entre sí. Sea como fuere, me parece que el movimiento tienen ante sí el reto consistente en pasar de la protesta a la propuesta. Qué sea en el futuro de #YoSoy132 es algo que correspondera a quienes lo integran decidir. Lo importante es que lograron involucrar al electorado joven. No es poca cosa y debe agradecerse.

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Otro hecho a destacar es que  tal vez deberíamos ir acostumbrándonos a que las campañas están, suceden, en la red. La influencia de las redes sociales adquirió notoriedad en la primera elección de Barack Obama. Aquella fue la primera elección 2.0 en la que las redes lograron transmitir un mensaje político sin la intermediación de los tradicionales medios de comunicación y que fue decisivo para el resultado final. Guardando las cautelas que impone el nivel de acceso o cobertura de Internet en México, me parece claro que las redes han jugado también un papel fundamental en este proceso. Ello puede apreciarseen el esfuerzo de las instituciones por poner a disposición del ciudadano toda la información que estime necesaria para ejercer sus derechos; en que los partidos han utilizado distintas plataformas para difundir sus propuestas o programas. Pero ha sido la sociedad civil quienes las han explotado con mayor éxito. Los jóvenes de #YoSoy132 han tenido en las nuevas tecnologías un aliado poderosísimo. Como sucedió en la primavera árabe, el 15-M español o Occupy Wall Street, el movimiento mexicano tiene en las redes sociales una plataforma para coordinarse, para aglutinarse o para difundir sus actividades y logros.

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Esos son algunos de los factores que, en la distancia, me parecen destacables. Ahora bien, la pregunta de cara al próximo domingo es: ¿por qué votar? La cuestión adquiere gravedad en nuestro contexto de violencia, impunidad, corrupción, compra de votos, despilfarro, monopolios televisivos etc. La desazón que ello produce inhibe la participación y es comprensible. Pero tambien es cierto que esos mismos problemas exigen de nosotros mayor compromiso. El compromiso cívico de informarnos, de dar seguimiento a las propuestas electorales en la medida en que nos sea posible. La democracia, hasta donde sabemos, es la forma de gobierno que toma a los ciudadanos como dignos de la misma consideración y respeto, esto es, como personas libres e iguales. Es el medio más civilizado de renovar periódicamente a quienes ejercen el poder. Puede verse, incluso, como un instrumento que sirve para ‘castigar’ o ‘premiar’ a aquellos gobiernos que lo han hecho mejor o peor. No debemos perder de vista que nuestro derecho al voto es un privilegio que podemos ejercer sólo periódicamente. Yo estoy del lado de los que piensan que votar es importante. Esa es nuestra responsabilidad. Hay que votar porque ese México más prospero, con mejores instituciones, no será posible sin nuestro compromiso y participación.

*Nació en León, Guanajuato, México. Licenciado en Derecho por la Universidad de Guanajuato (2005). Máster Oficial en Estudios Avanzados en Derechos Humanos por la Universidad Carlos III de Madrid (2009) y Diplomado en Ciencia Política y Derecho Constitucional por el CEPC (2010). Actualmente es Becario de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) y redacta su tesis doctoral.

Correo electrónico: mora.sifuentes@gmail.com
Twitter: @pacosifuentes10

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