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miércoles, abril 24, 2024

La muerte de Stalin (2017)

La muerte de Stalin es una novela gráfica europea de Fabien Nury, una pluma grandiosa del medio que le encanta escribir de asuntos históricos dramatizados. Su cómic de dos partes creado junto a Thierry Robin lleva un tratamiento serio, que hasta donde yo recuerde no tiene una pizca de humor y llega a ser más decadente y agresivo.

De alguna forma alguien leyó el material y pensó en que esto podría tener potencial fílmico, pero no como un drama de época o de corte, sino todo lo impensable. Esto ha generado una gran controversia, porque los franceses encuentran una película que no se parece a la obra original, mientras que los rusos por obvias razones no quieren ver el proyecto.

Lo cual es una lástima, porque La muerte de Stalin puede que sea una de las películas de humor mejor logradas en los últimos años.

Armando Iannucci –la mente detrás de Veep de HBO– adapta junto a David Schneider, Ian Martin y Peter Fellows un cómic al que le inyectan vitalidad en la modalidad de farsa, el cual no busca específicamente ser una película que capture de manera fidedigna el material base ni la historia al pie de la letra, y eso lo percibe desde el principio cuando vemos a personajes de la historia rusa, hablar sin acento natal y vociferar una gran cantidad de obscenidades al aire.

Uno podría pensar que esto no es más que un insulto a los personajes que trataron la muerte de Stalin, pero la irreverencia es para demostrar un punto de incredulidad por la que los personajes históricos manejaron los detalles respecto al tema, como dejar al mandatario en su lecho de muerte falleciendo por temor a represalias, mismas que incitaron el hecho de que no buscaran médicos a tiempo (y en parte engrandecidos por las ansias de poder), o del cruento destino del equipo de hockey que era entrenado por el ebrio de Vasily (Rupert Friend). En este aspecto, la comedia se pinta sola y se presta, para las reacciones del cast que generan una empatía mejor realizada a la que sería si tuvieran un acento distractor.

La mayoría del tiempo vemos el batallar político interno entre Beria (Simon Russell Beale) y Krushchev (Steve Buscemi). El primero la mano más agresiva de Stalin que tenía un placer por violar mujeres y la violencia, que apenas sabe del destino de su único guardia de fechorías se dispone a tener el control del país… el otro por otra parte es un sujeto que nadie toma en serio y que se junta con ellos por ser gracioso, solamente que Krushchev es el primero en sospechar de las intenciones de Beria y comienza a solapar a sus amigos para que le hagan caso.

Entendemos que el antagonista de esta serie de imbéciles es Beria, y Beale hace un gran papel. En parte por el oportuno acomodo del guión respecto a las fechas –que no parten de meses sino de días- podemos entender el peso del personaje y de malvada sapiencia que quizás no es algo que comparte con el grupo que pecan más de ser de la vista gorda respecto a sus hobbies, hasta que les resulta convenientes. Mientras que Buscemi nos vende la idea del idiota a simple vista que también tiene aspiraciones de poder, solamente que llega a preocuparse más de un posible golpe de estado.

Esta es una película que se apoya por su gran cast cómico: Jason Isaacs como Georgy Zhukov es el máximo exponente de masculinidad que habla como abusivo de la escuela, que se burla del equipo de Stalin y de sus hijos, Michael Palin es un Vyacheslav Molotov, un hombre tan despegado de la situación política de su país pero en matrimonio a sus creencias comunistas, que no cuestiona la desaparición/reaparición de su esposa que no era culpable del crimen que le impugnaron, pero no deja de detestarla frente a sus amigos, y Georgy Malenkov… pues tiene de nombre y apodo Georgie, nadie lo toma en serio como el sucesor de Stalin y es incapaz de generar ese miedo que el anterior líder tenía.

Su búsqueda por igualar a Stalin en una de las fotografías más famosas del mandatario es una de las mayores carcajadas sutiles de la película.

Y conforme pasa el desarrollo y juego de mesa repleto de datos descabellados, es imposible el pensar que esto de alguna forma ocurrió. La muerte de Stalin de pronto te golpea con esa posibilidad y sobre todo al final, que obtiene un final igual de deprimente, serio y con una última bofetada al intelecto político.

Que quizás es el elemento más apreciable y universal, porque por donde quiera que estemos, las historias del cómo se maneja el país, rayan en una tragicomedia que se redacta en automático.

 

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