- Publicidad -
sábado, abril 27, 2024

La nariz de Cleopatra o los labios de Mónica

Más de cien mil iraquíes muertos en la guerra hoy estarían vivos si Mónica Lewinsky hubiera mantenido la boca cerrada. Una frase terrible pero cierta (y a muchos les parecerá terrible por la segunda parte, cuando debería serlo por la primera). El escándalo del vestido manchado de semen del incontinente Clinton provocó que los altos niveles de aprobación de los que gozaba el presidente se desplomaran. El que pagó las cuentas fue Al Gore, el candidato demócrata a la presidencia, que terminó perdiendo las elecciones ante George Bush por una nariz (no la de Cleopatra, pero sí la de Mónica). De no haber sido por el incidente sexual se da por sentado que Gore habría ocupado la Casa Blanca.

¿Y eso qué tiene que ver con Irak? La familia Bush tenía una cuenta pendiente con Sadam Husein; cuando este invadió Kuwait en la guerra del golfo, George padre, entonces presidente, contuvo el avance de los iraquíes pero nunca los castigó. Durante años, el viejo Bush fue criticado por su blandura. Una década más tarde, cuando Al-Qaeda derrumbó las torres de Nueva York, Bush hijo decidió que ese era el mejor pretexto para saldar la vieja rencilla. A pesar de que el régimen de Sadam no estaba relacionado con Al-Qaeda, de hecho les era hostil, ni llevaba a cabo actos de terrorismo contra occidentales (por lo demás, sin duda era un villano), la Casa Blanca aprovechó el dolor del pueblo norteamericano y sus ganas de tomar represalia para lanzar una guerra en contra de Irak. Se estima que más de cien mil civiles sin relación con el régimen de Sadam murieron durante el conflicto y varios millones vieron sus vidas afectadas. Ninguno de ellos era responsable de estrellar aviones en suelo neoyorquino. Estarían vivos si Gore hubiese ganado, es decir, si Clinton hubiese mantenido la bragueta cerrada.

La nariz de Cleopatra hace alusión a la famosa obra de Blas Pascal (1623-1662), Pensamiento sobre la religión y otros temas, donde se afirma que si Cleopatra hubiese sido más chatita la historia del mundo sería otra. El asunto puede ser una telenovela, pero no tiene desperdicio. Al morir Julio César surge un precario triunvirato formado por Marco Antonio, Octavio y Pompeyo; al primero le toca gobernar las provincias orientales y se desplaza a Egipto, en donde se enamora perdidamente de su reina Cleopatra. Marco Antonio se abandona al amor y descuida sus deberes para con Roma. Mientras tanto Octavio se deshace de Pompeyo y quiere hacer lo mismo con Marco Antonio. Lo ataca por mar y lo vence. El enamorado termina suicidándose y Octavio llega a Egipto.  Cleopatra decide sacrificarse por la patria y despliega todas sus artes de seducción para cautivar a Octavio pero este se mantiene indiferente; más tarde dirá que la encontraba demasiado narigona. Y en efecto, las esculturas de la época muestran que la reina gozaba de un perfil drástico. Octavio toma ojeriza a Egipto, hasta entonces el granero del mundo, y devasta a la dinastía y empobrece al país. La historia del norte de África nunca volverá a ser la misma.

Cuando los historiadores hablan de la nariz de Cleopatra se refieren a la manera caprichosa en que las trayectorias personales modifican la evolución de los pueblos qa pesar del influjo de los macro factores materiales e ideológicos.

En cierta forma es lo que Daniel Cosío Villegas llamó en México “el estilo personal de gobernar”. La impronta que dejan las fobias y las filias de los que están a cargo de manejar el timón del barco. Puede que el derrotero de navegación lo definan las grandes corrientes de la historia, las mareas de los tiempos capaces de imponerse a la voluntad de los capitanes; pero no hay duda que las vidas de los pasajeros son matizadas por la disposiciones de los que gobiernan la vida a bordo. Díganselo si no a los cien mil muertos resultado de la obcecación de Felipe Calderón por su guerra ciega en contra del Narco y su incapacidad para aceptar que se había equivocado; o la tragedia económica que representó para tantos mexicanos la intelectualidad frívola de López Portillo con sus promesas de defender el peso como un  perro a costa de una nacionalización de la banca que terminó destrozándola.

¿Cómo no vamos a creer en la tesis de la nariz de Cleopatra si nos tocó un Vicente Fox en lugar de un Nelson Mandela en el momento en que nos llegó (y abortó) la breve primavera democrática?

Habrá que comenzar a preguntarnos la manera en que afectará a los ciudadanos el estilo personal de Peña Nieto; su gusto por el oropel, su tolerancia a las viejas y nuevas formas de corrupción, la obsesión por su camarilla, la vida en su jaula de oro tan distante a las de los mexicanos de a pie que terminará alterando.

 

Nota: en una primera versión publiqué el nombre de John Kerry por el de Al Gore, por error. Agradezco el comentario de un lector que apreció el equívoco.

Jorge Zepeda Patterson
Jorge Zepeda Patterson
Director de SinEmbargo.mx Twitter: @jorgezepedap www.jorgezepeda.net

ÚLTIMAS NOTICIAS

ÚLTIMAS NOTICIAS

LO MÁS LEÍDO