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viernes, abril 26, 2024

La Princesa Mononoke (1997)

Hayao Miyazaki es un hombre perfeccionista, y por allá en sus pininos como director de animación, el hombre se desgastó de manera increíble. Si uno indaga de los años de estreno de sus películas durante la década de los años ochenta, descubre que la distancia entre las películas es de uno o dos años; tomando en cuenta que él mismo supervisa la animación pintando en numerosas ocasiones cada célula fílmica, escribe el guión, trabaja de cerca con Joe Hisaishi –su compositor de cabecera- en la música y dirige, no es extraño saber que tras Porco Rosso Miyazaki tomase años en decidir otro proyecto.

Uno que además anunciaría como el último dentro de su carrera, en una decisión que tampoco alteró al mundo entero, porque por desgracia el cine de Miyazaki no había entrado de manera agresiva a otros mercados y mucho menos en la cultura popular como lo es hoy.

Armado de valor tras un descanso (o más bien distracción, porque dirigió un video musical), Hayao Miyazaki comenzó la producción de su nuevo proyecto desde 1994, esta vez a un ritmo más “calmado” y usando dos tecnologías, la tradicional de pintar sobre células, y el uso de computadoras para el coloreo… y todo en nombre de una serie de ideas y conceptos que se le ocurrieron a inicios de su carrera, cuando consideraba la idea de una princesa salvaje viviendo con un gato, un diamante en bruto.

La Princesa Mononoke nos cuenta la historia de Ashitaka, el príncipe de un pueblo Emishi escondido entre las montañas de Japón, siendo un pueblo que no quiere ser descubierto, un día se enfrentan a la furia de un dios del bosque convertido en demonio; Ashitaka logra vencerlo pero no sin antes sufrir una herida que maldice su brazo derecho.

Cuando revisan el cadáver se encuentran con una extraña bola de metal que suponen fue la causa de muerte e ira para el viejo dios, así que los ancianos del pueblo deciden que lo mejor será que Ashitaka abandone el poblado para evitar más problemas en caso de que termine siendo un demonio o traiga infortunio a su gente. Ashitaka entiende esto y se aleja de su pueblo, buscando el origen de la extraña bola de metal; en el camino se encuentra con un monje que busca la vida eterna si mata a un elemental, y a un pueblo de donde procede esa bola de metal, un pueblo que es liderado por Lady Eboshi quien le ha declarado la guerra a los seres del bosque que intenta eliminar, y a la princesa San, una mujer que vive entre los lobos.

Siendo la película más adulta de Miyazaki hasta en ese entonces, sorprende ver cómo decidió tratar los temas de la película en una obra que él mismo sentía incapaz de trazar. Si bien los temas del filme no son ajenos a su obra -como la relación del hombre con la naturaleza, el misticismo y la búsqueda de identidad en un viaje épico- la forma en los que los decide tratar entra más en el terreno de los grises. Ashitaka posee una nobleza innata, a tal grado que toma con tristeza pero deber el tener que alejarse de su familia y se encuentra en un mundo más complejo de lo que pudo pensar, un mundo que lejos de presentarse como fantástico, es el resquebrajamiento de la fábula con la realidad.

Se encuentra con Lady Eboshi quien tradicionalmente llenaría el espacio del villano, pero no lo es por ser una mujer que en su independencia decide sacar mujeres de su vida como prostitutas y cuidar leprosos en su misión por obtener buenas armas. Se encuentra con San y los seres del bosque, que lejos de ser llenos de vida y nobles, se encuentran en la espada y la pared de su situación y conflicto con la escala evolutiva, en donde el hombre ha decidido acabar con ellos y destronarlos de su relevancia y espacio en el mundo. Seres que además tienen un odio tan irracional como el del humano.

Quienes además no entienden cómo el espíritu del bosque lejos de ponerse a su servicio se muestra más bondadoso con el humano.

Y así, Ashitaka forma parte del conflicto como el único que busca tratar la paz, en una película cuya trama expone la naturaleza humana y nuestra avaricia en todo momento, pero no nos compone como villanos, es parte de nuestro progreso; esta actitud paradójicamente decadente en su tratamiento en donde se presagia lo inevitable, no puede tampoco dejar de lado el otro sentir que es meramente humano: el de la esperanza.

Y eso es único dentro de toda la filmografía del director, porque esta película bien pudo volverse Capitán Planeta por su mensaje predicador, sin embargo somos parte del debate y entendemos las razones de descontento. Es un tono raro, porque La Princesa Mononoke tiene ese tinte de modernidad en una historia que suena a las que aparecen en todas partes del mundo, de esas que generaron viejos héroes enfrentando dioses en nuestras constelaciones, con todo y el desarrollo romántico que lejos de parecerme torpe, va de acuerdo con la mentalidad de los personajes.

Ashitaka encuentra belleza en San y semejanza por sentirse identificado: son seres ajenos dentro de su sociedad.

Y amo esa complejidad que presenta en sus temas y personajes, porque recuerdo la primera vez que la vi, y encontrar en definitiva esa película que aseguraba ser madura sin intenciones de escandalizar con su gore y desnudos, abrazando a su audiencia y esperando una respuesta de emociones durante toda la película.

No hace falta decir esto de una obra de Miyazaki, pero también es hermosa. Esos paisajes naturales y momentos de atmósfera en los bosques lejos de ser escabrosos generan una tranquilidad latente en los verdaderos bosques de Japón, y cuando decide ser ruda lo hace, porque es durante la última hora en la que la película se vuelve de género bélico, mostrando grandes escenas de batalla que obvio nos recuerdan al ojo agudo de Kurosawa pero que, podría tener mayor complejidad considerando que son secuencias animadas. 

Lo que más adoro de “La Princesa Mononoke”, es su música; tan poderosa, tan provocativa y una excelente introducción a la obra de Joe Hisaishi, la mano derecha de Miyazaki en todas sus obras, aquel que da ese golpe emocional a las escenas con tanta notoriedad.

Hisaishi había compuesto con orquesta pero jamás a esta escala, y fue tan desgastante que no volvería a pasar hasta décadas después y es que decide hacer un matrimonio de elementos musicales oriente/occidente usando el koto, el shakuhachi y esos tambores de Taiko que retumban los oídos en momentos de conflicto o para dar grandeza al tema. El tema de Ashitaka los usa desde su inicio que de misterioso evoluciona a uno de los mejores temas heroicos en el cine que nadie recuerda, nos deja imaginar el viaje y pensamiento del protagonista que se despide de su viejo mundo y encara la aventura en “The Journey to The West”, esos tambores se vuelven protagónicos en “Ta Ta Ri Gami” y en “The World of the Dead”, y los temas más nobles son para San –En un impactante momento musical cantado por el contratenor Yoshikazu Mera- y para el romance y amistad de los dos personajes, por mucho la semilla que florece tras todo el conflicto.

Es uno de los mejores scores de toda la historia, punto final.

 

https://www.youtube.com/watch?v=aaUuLXQgUQ8

La Princesa Mononoke se estrenó en 1997 en Japón y… fue impactante; la película más taquillera del país desde Antártica (1983) a la que tuvo que llegar Titanic ese mismo año para desbancar y sin mucha diferencia. Esto atrajo la atención de Miramax quien compró los derechos para la distribución de la película con conflictos de por medio (es famosa la anécdota de que Miyazaki le mandase una katana advirtiendo de que no cortase su película) y un notorio guión escrito por Neil Gaiman que lejos de lo que mucha gente podría pensar funciona al igual que los actores de doblaje que pusieron para el proyecto.

Y… no fue un éxito.

Y un misterio, porque contrario a lo que pensaríamos, el tráiler no apesta.

 

Tendrían que pasar más años para que Miyazaki pudiese tener un éxito taquillero mundial, pero esto para nada denigra el valor de La Princesa Mononoke. Es una de esas películas que hay que vivir, independiente de lo que se piensa de la animación japonesa, porque es una oda a la creatividad humana por parte de un hombre que lejos de rendirse, entregó una película perfecta.

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