El trauma infantil se da a partir de un evento doloroso, angustiante o demasiado estresante, que puede llegar a tener efectos duraderos tanto mentales, como físicos.
Un evento traumático produce una desregularización del sistema nervioso. El trabajo de nuestro Sistema Nervioso Autónomo (SNA) es mantenernos a salvo en situaciones de peligro y responde al estrés, funciona como un radar que detecta los peligros, por lo que cuando el sistema nervioso autónomo está regulado, se mueve fácilmente de un estado de estrés o alerta, a uno de calma. En este caso estaríamos hablando de una persona resiliente.
Sin embargo, cuando experimentamos un trauma o estrés crónico, puede impedir que nuestro SNA funcione con fluidez y nos puede mantener atascados en un estado de hiperalerta, señalando constantemente el peligro, incluso cuando estamos a salvo.
El trauma se pude generar a partir de diferentes experiencias como: un accidente fuerte, vivir un desastre natural, abuso y negligencia, estrés crónico provocado por un ambiente de violencia, pobreza, situación vulnerable, o procedimientos quirúrgicos, entre otros.
Asimismo se genera como resultado de lo que sucede internamente en la persona al vivir estos acontecimientos.
¿Por qué es tan importante que las infancias no crezcan dentro de un ambiente tóxico, sin los cuidados y seguridad necesaria, que genera constantemente el estrés? Las experiencias de estrés y trauma infantil, pueden afectar en la manera en cómo nos relacionamos con los demás.
Desde que nacemos, nuestro instinto es el de sobrevivir, nacemos con un foco que nos mantiene alerta a los peligros, mientras que conforme las infancias van creciendo y tienen el cuidado y amor por parte de los padres o cuidadores primarios, este instinto de alerta se va apagando, y crea un vínculo de apego seguro.
En contraparte, cuando las personas encargadas de nuestra seguridad, no son seguras y crecemos en un estado de alerta constante, nuestro SNA no se logrará configurar adecuadamente, por lo que el radar que detecta lo que es seguro y lo que no, funcionará erróneamente.
A largo plazo, sin el acompañamiento adecuado, esto crea adultos con dificultad para relacionarse y crear vínculos seguros, ya que rechazan de manera inconsciente las conexiones íntimas con los demás, y las que llegan a crear, serán relacionadas con la búsqueda de protección, generando un apego ansioso, más que de conexión.
Por otro lado, un SNA que no actúa con normalidad derivado de un trauma, podría desencadenar diversas “estrategias de adaptación” en la vida adulta, como ingerir sustancias ilícitas, o generar adicciones a situaciones que aporten regulación o alivio temporal.
¿Cómo identificar e intervenir a tiempo?
Algunos de los síntomas más comunes presentados en las infancias que acuden a consulta son:
- Se muestran constantemente inseguros.
- Presentan problemas de sueño o atención.
- Están muy irritables y se enojan constantemente y con mucha facilidad.
- Rechazo a quedarse en la escuela.
- Menos interés por relacionarse con otros niños.
- Pérdida de apetito.
¿Cómo intervenir?
Afortunadamente, el cerebro se puede volver a entrenar para desarrollar un SNA regulado y sano, brindando un espacio de contención, ya sea en el hogar, la escuela, o en acompañamiento psicoterapéutico, donde las infancias se sientan protegidas y a salvo produciendo un efecto de co-regulación.
Convivir con personas constantemente enfadadas, deprimidas o estresadas, puede hacer que las infancias se sientan peor, pero conectar con personas que constantemente se sienten seguras y en calma, ayudarán a que se regulen.
Además, brindar experiencias que constantemente generen estados de calma, abona a que el SNA se regule. Estas experiencias pueden encontrarse en actividades como: el arte, el contacto con la naturaleza, algún deporte, etcétera. Con esto, ayudaremos a las infancias a que tengan contención y un espacio seguro, logrando un SNA más resiliente.