Parte 1
Estaba recordando hace unos días, que hace un año viví una de las experiencias más fuertes de mi vida. Esas que marcan no sólo tu crecimiento profesional, sino que te construyen vocacionalmente, y te tatúan el alma y el espíritu. Tu visión de las cosas a partir de hechos así, no vuelve a ser la misma.
Me convertí en director escolar a los 22 años, y desde mi primer día, tal osadía se convirtió en mi mejor maestra. Me enfrenté al reto de luchar por construir proyecto junto a muchas personas… No sólo con las que estaban, sino con las que habría que convocar y con las que habrían de llegar. El proyecto educativo sin fines de lucro más importante del estado de Guanajuato, no iba a llegar a serlo –por supuesto- sin la suma de voluntades humanas, de talentos diversos, y de un exquisito trabajo profesional multidisciplinario y con sentido verdadero de equipo.
“Al niño” de 22 años, por supuesto no le faltaron retos. Sin embargo puedo decir, que en mi experiencia no ha habido imposibles –y miren que se han lidiado retos que juro que llevaré a libro, y que no me gustaría morir sin compartir en la pantalla grande- pues siempre he tenido claro que con responsabilidad y trabajo constante, acompañado de las personas adecuadas, todo sale avante.
Sin embargo, no he mencionado “mi fórmula secreta”. Todo docente, sabe que el aula, no es aula, sin las almas que la habitan y a las que se debe. San Juan de Abajo, me presentó con el rostro de la infancia y de la juventud más interesante. Niños y niñas con miradas que intrigan, pues poseen la más llamativa luz que en los ojos humanos yo haya conocido, con tintes de genuina alegría, pero con el contraste de la más marcada resiliencia. Son niños, niñas, y jóvenes que saben de dificultad, pero que al crecer con ella, aprenden a vivir con el sentido más trascendental y empoderado de la misma.
Y esa experiencia de la que hablo -la que hace un año experimenté- fue sin dudarlo, la que tambaleó con más fuerza mi estabilidad emocional, que jamás haya sentido en la silla de la Dirección Escolar. Un caso, como tantos y tantos… que en mi querido San Juan, fue tocado por el entorno agresivo de las drogas y la delincuencia…
Todo empezó siendo “Un caso de esos, que recibes desde cero al inicio de la educación secundaria”… Con altas cartas de “No recomendado”. Con pocas palabras de aliento para creer en que pueda irte bien como docente, y como directivo con él. Con esos que desde el principio, tienes que convocar al equipo docente con la consigna de… “¡Creamos que será posible!”.
Pero así fue. Se hizo posible… Y no fue fácil. Por supuesto, tuvimos que valernos del fútbol. Tuvimos que valernos de los concursos, y de los encuentros inter- estudiantiles con la consigna de: “¡Tú puedes!” y “Creemos en ti”. Aliento, aliento, y más aliento… Aunque a veces, yo, como líder escolar me viera retado a realmente tenerlo.
Admito, que en su momento y en ocasiones no pude negarme: “Ricardo… ¿A quién le quieres mentir? Podrá existir el mejor Depto. Psicopedagógico, las mejores campañas de prevención, la mejor y más cercana Prefectura, las maestras y maestros con más vocación… Pero ¿Se te olvida que al salir del colegio sigue existiendo una comunidad llena de riesgos, sin atención gubernamental, con cruda inseguridad y con altos de índices de marginación en todos los sentidos? ¿Es real que se te olvida que los chicos escuchan todo el tiempo lo que les sucederá si no prueban “aunque sea un poquito” de “guare” o de “hierba”?…”
Y dolía, sí que dolía el alma. Dolía el alma de saber que a veces como maestro, o incluso como director, no puedes hacer más…Hasta que un día, asumes riesgos y con toda decisión afrontas lo que tenga que suceder.
