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viernes, abril 26, 2024

Los malandros también forman parte del barco

Desde la infancia comenzamos a vivir las primeras consecuencias de nuestros actos, nos dimos cuenta que dependiendo de las situaciones, las personas y el contexto, la reacción de los demás era muy diferente, supimos que la actitud que tomaban las personas a las que nos acercábamos cuando se encontraban molestas en contraste a cuando estaban cómodas y relajadas era muy distinta, pudimos también descubrir  que en nuestra escuela había maestras y maestros que por cuestiones que en su momento no nos resultaban suficientemente claras, nos trataban a algunos de los alumnos con tolerancia y afinidad, y ante los mismos actos otros compañeros éramos llamados en la atención y castigados.

Dependiendo de nuestro estado de ánimo reaccionamos con afinidad o rechazo: muchas veces según nuestros intereses nos mostramos condescendientes y tolerantes ante las actitudes de algunas personas, en cambio, nuestra manera de reaccionar ante actitudes similares de otras personas nos provoca intransigencia y aversión.

En medio de esto hay un principio de igualdad de ley, que reconoce que todas las personas deben ser tratadas de la misma manera, que se debe garantizar que ningún individuo o grupo de individuos sea privilegiado o discriminado por distinción de raza, sexo, orientación sexual, género, origen étnico, religión u otras características personales o colectivas.

Sin embargo, muchas veces los intereses personales y las reacciones emocionales de afinidad, cercanía, temor o  coraje son los que determinan las decisiones de quienes gobiernan y administran la ley, lo que trastoca su justa impartición y nos sitúa en una posición de desigualdad en el trato a los ciudadanos, de manera que muchas veces se considera y justifica, aunque no se explicite, que existen ciudadanos que merecen ser tratados con el peso de la ley o con la aplicación de las acciones ocultas de violencia y crimen impune.

La ciudad de Guanajuato es un microcosmos de la condición de inseguridad en el país, aquí se reproducen las circunstancias que existen en el resto del territorio, pero a lo guanajuatense. Se trata de una ciudad pequeña con un gobierno panista y un estilo de gobernar que ha sido tradicionalmente conservador; bajo estos criterios, los asesinatos que se están presentando con más y más frecuencia en la ciudad se comprenden como un fenómeno ocasionado por las luchas entre grupos de individuos que están involucradas en la delincuencia y el narcotráfico, lo que el presidente municipal Alejandro Navarro ha llamado “malandros”.

La visión ante este mega problema por parte del actual gobierno es micro limitada, no sólo por el motivo de que varios de los crímenes han tenido como víctimas a mujeres y hombres que no han estado involucrados en actividades delictivas, sino por la postura que tiene el gobierno ante la inseguridad. Esto principalmente lo podemos explicar por dos aspectos, el primero tiene que ver con el origen de clase de las personas que gobiernan en esta ciudad, el segundo, es el derivado de la falta de comprensión del problema de la inseguridad desde una perspectiva estructural  e incluso humanista, lo explico:

Tomaré como primera referencia, aunque sin ahondar, ya que se ha hablado mucho al respecto, en torno a  la declaración que tuvo el alcalde sobre  la importancia de mejorar el perfil del turismo que visita la ciudad: nos encontramos con una declaración excluyente hacia un sector social con pocos recursos económicos, el cual habitualmente nos visita, esta declaración además de mostrar una postura aburguesada la cual es mucho más difícil de revertir, evidenció su falta de experiencia, aunque no hay que perder de vista que el alcalde prontamente se disculpó y trató de enmendarse y justificarse.

Recordemos que el Ayuntamiento de la ciudad también ha aprobado un proyecto para que los jesuitas, participen a favor de la cohesión de las familias guanajuatenses (https:zonafranca.opinion/jesuitas-invitados-a restablecer-el tejido-social-de-la-ciudad-azul/) y el alcalde recientemente declaró en torno al problema de la inseguridad “que se le tiene que pedir apoyo a todo el mundo para combatir el crimen, hasta a la Santísima Trinidad, para blindar nuestra ciudad de los demás municipios… no queremos que los malandros empiecen a venir aquí… aquí los criminales no son bienvenidos” y señaló que los malandros y criminales “ya existían” cuando él llegó a la Presidencia Municipal. A los malandros, a los que hacen fregaderas, tarde o temprano “les llega la hora”, vaticinó.

Los llamados “malandros”, pese a que forman parte de un sector de la población que ha encontrado su forma de vivir por medio de la delincuencia y el narcotráfico, son un producto de una descomposición social ocasionada en la desigualdad, un sujeto que se hace delincuente y narcotraficante no se hace de la noche a la mañana. En su mayoría son provenientes de hogares y familias echas trizas, cercados en ambientes donde se ponderan los antivalores, inmersos en una forma de vida en el que contrastan enormemente las propias carencias con lo que alevosamente se muestra por parte de un orden ampliado que exhibe la infinidad de placeres y estatus por la vía del consumo: son víctimas, al igual que un inmenso sector de la población, de la creencia de que el dinero es una mercancía en sí misma, pero este sector no tiene la posibilidad de tenerlo por medios lícitos, ya que el acceso a la mayor cantidad de la economía está orientada a una mínima parte de la población. Entonces, toman atajo y cualquier medio es válido con tal de alcanzar el fin.

La postura de “no queremos que los criminales vengan aquí”, es equivalente a decir que mientras que en el barco no se le meta el agua a mi  camarote todo está bien, cuando en realidad todos vamos en el mismo barco,  al barco del país se está inundando en gran medida porque como sociedad nos hemos manejado grupalmente o como individuos desde la  competencia, la exclusión y el interés egoísta: solamente una visión de colaboración a todos niveles podrá tapar los boquetes del barco, los llamados “malandros” también forman parte de la tripulación del barco y tendremos como sociedad y gobierno hacer algo más inteligente que exclusivamente encarcelarlos  o esperar que entre ellos se maten antes que nos tomen por sorpresa en el fuego cruzado.

Ricardo Solórzano Zínser
Ricardo Solórzano Zínser
Psicólogo egresado de la Universidad Autónoma Metropolitana, con estudios de Maestría en Psicoterapia Gestalt en el Instituto de Terapia Gestalt Región Occidente. Se dedica a la atención psicoterapeutica, es facilitador de proceso de desarrollo humano en instituciones gubernamentales, no gubernamentales y docente en el Departamento de Educación de la Universidad de Guanajuato impartiendo en la Maestría en Desarrollo Docente, y en el Departamento de Matemáticas de esta misma institución.

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