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jueves, marzo 28, 2024

María alza sus alas

Día reciente acompañé a María al aeropuerto. Voló a Londres como aspirante de cineasta después de celebrar fin de carrera de comunicación; estación: London Film School. En vísperas reajustamos visiones mutuas con emoción. Me había evaporado sueño de entregarla en iglesia para casarse, y puesto en pausa hacerme abuelo –lloré-. Convenimos terminarán mis responsabilidades de manutención a final del año. Nuestro ciclo de la vida será completado sideralmente de forma imprevista–vimos El Rey León-. Es mi tercer retoño: mucho carácter, no solo por ADN, cincelado también por su equitación con pasión y disciplina –aprendida desde secundaria en Irlanda, subcampeona nacional en su categoría dos años-. Bien que vayan ella y sus hermanos resueltos respecto a sus proyectos de vida, empezando en reconocerse y quererse; hijos son nuestras alas. Luego de las consabidas recomendaciones paternales por volver a vivir fuera me devolvió: tu legado es enseñarnos a vivir bien sobre tres columnas: procurar mejores alternativas de educación y cultura; buena mesa, y disfrutados viajes y destinos. Ostenta una manera de ser, de hablar o de ver muy seguras. Su conversación es gozosa por inteligente, vehemente, informada, coherente, lo mismo sobre migrantes, empoderamiento de las mujeres, calentamiento global, aborto, curas pederastas, políticos irredentos o cine; discrepamos fuerte también. Se ha propuesto protegerse y a las mujeres del mundo y al planeta. Tras sus anteojos está perceptiva, alerta, con manos y cuerpo
siempre en vaivén musical.

Nuestras conversaciones en la confianza derivan después a viajes o al bien comer y el mejor beber en que enseñé caminos a mis hijos, como lo deletreó José Fuentes Mares (“Nueva guía de descarriados”,1977): fuera del carril andan quienes tienen ojos y no ven; corazón y no sienten; narices y no huelen, comen y no degustan; piel y no acarician; más en un país con esta luz y su proyección a los olores, colores y sabores terruños y acuáticos entrañables. Recordamos que desprecio comer de pie, a toda prisa, los horrendos quick lunch y fast drink, sin sobremesa, como vemos en Nueva York, o la simplona cocina que conocí en 1980 en Londres terminando la carrera: fisch and chips (María no lo resistió ahora) o roast beef, no había entonces más fuera de la cocina asiática. Esto cambió. Este arte es manifestación elevada de cultura que ocupaba entrega de varias generaciones; la globalización lo ha marginado y hoy hay pérdidas en transmisión generacional. El placer de la buena mesa correspondía a la especie humana -hoy también a perros y gatos, mejor que a muchos humanos- pues requería insumos, elección de convidados, sitio, preparación y servicio de manjares.

Dentro del cráter del Seregueti, Tanzania, saludamos massai vigilando migraciones de ñúes, cebras, gacelas o leones. En globo junto al Kilimanjaro, Kenia, reconocimos la matria, lugar de cunas y tumbas de primeros homo sapiens, nuestros antepasados. Los horizontes se abren más navegando el Nilo, escalando Machu Pichu o en perspectivas del Iguazú, o Bariloche en verano como en invierno. De la gula hay quienes dicen no es pecado sino virtud capital por ser vínculo de familias, lazo de amigos, motor de la historia, impulso primario del buen comer y beber; reconforta y vuelve tolerable la inminencia de la muerte. Ese día al despedirnos recordé: “Enseñarás a soñar, pero no soñarán tu sueño. Enseñarás a vivir, pero no vivirán tu vida. Sin embargo, en cada día, en cada vuelo, en cada sueño, perdurará siempre la huella del camino enseñado” (Teresa de Calcuta). ¡No ganes en extensión lo que puedas perder en ascensión: Vuela alto María!

Juan Miguel Alcántara Soria
Juan Miguel Alcántara Soria
Analista político y experto en seguridad.

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