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jueves, abril 25, 2024

Mazinger Z: Infinity (2018)

Agarra dos envases de Coca Colas retornables, los cortas a la mitad, vas a tu jardín y ese arbusto en donde te han picado arañas y hormigas es un servidor fiel del Dr. Hell, que tiembla frente a ti, el poderoso Mazinger Z con puños cohete. Así se tradujo una parte de mi infancia, gracias al robot que más me ha enamorado.

Mazinger Z es una serie simplona, mi dosis de producto japonés predilecta en donde episodio tras episodio la batalla de Koji Kabuto a bordo del robot más poderoso del mundo ofrecía un entretenimiento sin complicaciones, el más puro dentro de todo el portafolio de Go Nagai, el cual es un genio del manga y anime, celebrado por ser el pionero que se atrevió a mostrar cosas inmorales siempre buscando levantar cejas y censuras, con trabajos como Devilman, el cual es lastimero y nihilista porque el mundo es cruel, Cutie Honey que es como si Sailor Moon perdiera la ropa cada vez que peleaba y Kekko Kamen, que de plano ya no pelea con ropa puesta contra una escuela repleta de pervertidos vestidos de nazis.

Lo cual estoy seguro de que trata de decir algo más allá de satisfacer las fantasías de los lect… pensándolo bien: no.

Es un pervertido pero no deja de ser un genio y prolífico, con una imponente librería de la cual Mazinger Z tiene el honor de ser de las pioneras en el género mecha piloteado. Mazinger Z le cambió la vida a muchos latinoamericanos porque se trató de una de las caricaturas más exitosas de Japón en los años setentas, época en donde se exploró el mercado internacional. Si hablamos del impacto de la serie en México, está a la par de Dragon Ball Z, Sailor Moon, Los Caballeros del Zodiaco y Supercampeones: de ser series que rompen barreras generacionales.

Así que sí, siempre quise una adaptación de Mazinger Z… incluso tenía una serie de guiones con los que fantaseaba alguna vez dirigir cuando pudiera dedicarme al mundo del cine, porque de verdad sería estupendo ver una película tonta de robots con el carisma y estilo de Go Nagai.

Y llegó Mazinger Z: Infinity.

El tráiler que vi frente a Titanes del pacífico 2 (Steven S. DeKnight, 2018) no me inspiraba mucha confianza por ser doblado, pero un amigo –que también es fanático de la serie- insistió bastante en ir a ver la película a la pantalla grande. Estaba mi miedo de que fuera a ser decepcionante –como en toda adaptación de anime o manga que recuerde haber visto en la pantalla grande- y la sospecha del proyecto, que aparecía no para celebrar el aniversario del campeón de los robots sino para celebrar la obra de Go Nagai: esto debería englobar todo lo que ha realizado en 50 años.

Afortunadamente una versión subtitulada llegó a nuestras salas, por lo que cedí y en una noche de puros sujetos amantes del robot… pues vimos algo que emula ser Mazinger.

Mazinger Z: Infinity se traslada 10 años posterior al término de la serie, que si no recuerdan termina de manera abrupta rompiendo al robot de Koji –y de paso nuestros corazones- para mostrarnos que había otra versión más poderosa llamado Gran Mazinger. Ahora, Koji se dedica a ser un científico junto a Sayaka, supliendo las labores del profesor Gennosuke que ahora es primer ministro de Japón. Estos elementos se presentan como parte del crecimiento de su personaje, que ha dejado de ser un niño y ahora se enfoca a cosas más importantes fuera de los conflictos entre robots y salvar al mundo a base de puñetazos.

El problema… es que sigue siendo el mismo, y su crecimiento es dictaminado por el guión, no por lo que ha aprendido como verdadera elección del personaje. Koji Kabuto tiene la apariencia de científico pero no actúa de manera madura, sigue teniendo conflictos con su novia Sayaka lo poco que sale, porque en su lugar hay un personaje nuevo robot que también avecina la avalancha de pena ajena que es la película.

Porque en medio de una película de Mazinger Z, llegan viajes interdimensionales, la resurrección sin sentido de enemigos como el Dr. Hell, El Baron Ashura y El Conde Brocken –no hay pistas del Vizconde Pigmeo ni de El Duque Gorgon– y un plan con el nuevo Mazinger Infinity que no tiene sentido y que “obliga” a Koji a pilotar su famoso robot sin complicaciones. Takahiro Ozawa quiere mezclar conceptos complejos en el pan blanco que resulta ser la trama original de la serie con pésimos resultados, porque sus desvaríos de dimensiones alternas y viajeros del tiempo son por parte de un personaje que no nos importa y que se siente le roba presencia a otros que requieren de un mejor desarrollo como la siempre olvidada Sayaka, mientras que el fanservice está al servicio de llenar una lista de apariciones forzadas y nada más.

Esto aunado con la dirección en automático de Junji Shimizu ofrecen cero valor de entretenimiento, cero crecimiento por nuestros personajes favoritos, no hay una reflexión sobre la importancia de Mazinger Z dentro y fuera del filme que justifique la película lejos de un número que les pareció llamativo y lo suficiente para aprobar un proyecto de esta calaña.

Hay elementos destacables, pero que aluden a la nostalgia como el tema de Mazinger Z cantado por Ichiru Mizuki, y las escenas de pelea que son más fáciles de seguir a comparación de Transformers y sus orgías de mecánicos deformes… pero para llegar a este punto uno tiene que soportar una larga espera en donde no pasa nada y si conectas es por culpa de la pena ajena.

Como las Mazingirls que salen más que Sayaka… lo cual ya creo que es intencionado.

Esta película se vende como para fanáticos, y probablemente sea para los incondicionales, los que consumen todo sin cuestionar y alabando productos fallidos pasándolos como perfectos… lo cual está bien. Yo no voy a arruinar la fiesta que representa ver Mazinger Z al lado de tu hijo, pero incluso cuando la serie se dedicó a plasmar mejores villanos con uno que otro mecha memorable y noble que no servía de carne de cañón y hacía pensar a Koji en cómo derrotarlos sin tener ayudas sacadas fuera de la manga de lo que alguna vez la serie presentó… quizás lo que deberíamos de estar haciendo sería la revaloración del clásico.

Decir por qué era tan divertido aventar esos botes de Coca Cola: entender nuestra infancia sin la necesidad de querer vivirla de manera que levantamos las cejas en incredulidad.

Lo cual por lo menos una cadena de televisión intenta hacer.

 

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