Liliana García Rodríguez
La fotografía repite mecánicamente
lo que no podrá repetirse existencialmente.
Ronald Barthes
Esmeralda Castillo Rincón fue desaparecida en Ciudad Juárez el 19 de mayo de 2009. José Luis Castillo y Martha Alicia Rincón, sus padres, la siguen buscando[1]. En esta larga búsqueda les acompaña una fotografía de Esmeralda sentada un sofá, mirando tranquilamente la cámara con una breve sonrisa que ilumina el rostro. Esta fotografía ha transformado su sentido original. De ser un recuerdo familiar se ha convertido en una imagen para otro tipo de memoria. Aparece en la ficha de búsqueda (también conocida como pesquisa), en mantas, playeras , etc. Ver su rostro es fundamental. La acción de ver permite identificarla si la encontráramos en nuestro camino, o reconocerla, en caso de haberla encontrado ya. Cualquier pista es vital. Lograr que las personas reparen en su rostro y retengan sus datos no es fácil en un contexto, como el mexicano, donde las pesquisas inundan las calles y las redes sociales.
Mi hija desapareció en el 2009 [comenta el señor José Luis Castillo] cuando estaba el índice más grande de desapariciones aquí en Juárez. Cuando, lamentablemente, uno pegaba una pesquisa en un poste ya la gente no volteaba a verla, ya nada más decían: “ah, una más”. Y decíamos, ¿cómo hacemos para que miren la foto de Esmeralda?, ¿Qué hacer para que miren la foto? (Cacho, 2020, 4:00)
Intervinieron un billete de 200 pesos que sustituye la leyenda “Banco de México” por “Banco de Cristo Jesús”. En el lugar del rostro de Sor Juana Inés de la Cruz está la fotografía de Esmeralda. José Luis y Martha Alicia lo ofrecen a las personas renuentes ya de mirar las pesquisas. -“Mi hija te manda este billete”, dicen al repartirlo. El papel intervenido tiene más posibilidades de atrapar el ojo.
El objeto es signo de una tragedia, da cuenta de la resistencia colectiva a ver el problema. Pero la dificultad no es solo cognitiva o de memoria, es también afectiva. No es sencillo detener allí la mirada, comprender la dimensión de la falta y dejarse tocar por la tragedia. Una forma particular del dolor se manifiesta en el desgaste emocional que implica ver esa realidad. Es comprensible que las personas desvíen la mirada de las pesquisas y sus historias. Resulta entendible que quieran resguardarse del dolor.
El problema, sin embargo, sigue creciendo. Tal como una herida que no se atiende, este dolor corre peligro punzante. El aumento vertiginoso de la violencia tiene un efecto de anestesia que amenaza con convertirse en indulgencia. Cada historia está acompañada de la sostenida renuencia a detenernos en el problema y desnuda la presencia de la indiferencia. Ante esto, cabe preguntarse qué implicaciones lleva renunciar a la sensibilidad.
Es en este sentido que cobran importancia estética (si entendemos por estética el estudio filosófico de la sensibilidad) los documentales dedicados al complejo entramado de feminicidio, desapariciones forzadas y trata de personas. Cada uno de ellos se enfrenta al reto de organizar un relato sobre aquello que difícilmente se quiere ver. Algunos usan la estructura de ficción que permite organizar en noventa minutos una historia que une numerosos hilos, cada uno de ellos doloroso. Resaltamos aquí dos: Bajo Juárez, la ciudad devorando a sus hijas, dirigido por Alejandra Sánchez y José Antonio Cordero (2006) y al más reciente Las tres muertes de Maricela Escobedo, de Carlos Pérez Osorio (2020).
Resultaría falto a la verdad un documental que huyera del sentimiento de dolor y continuara la anestesia frente a estas realidades. La clave está en colocar la sensibilidad, enmarcarla en un mundo de sentido y lanzar la invitación a compartir la complicada mezcla de tristeza, miedo, rabia y ternura. Estos documentales ofrecen compañía para sentir aquello que es tan difícil de sostener en soledad. Son resultado de un tratamiento cuidadoso con las víctimas, y también cuidan a las audiencias. Eligen la información justa para entender la tragedia sin torturar con violencias innecesarias a quienes se dan cita en una sala de proyección. También son intempestivos. Tienen un aire de familia con el billete de 200 pesos. Aceptar el billete o la invitación de ver y sentir las historias es una apuesta de resistencia a no condenar al silencio las acciones de familiares que buscan a sus hijas en vida, en campo y que también buscan justicia. También es una resistencia para no condenarnos a la indolencia.
[1] Agradezco profundamente al señor José Luis y a la señora Martha Alicia por su autorización para compartir las imágenes de Esmeralda.
Si tienes alguna información de ella, comunícate a la página de Facebook: https://www.facebook.com/buscando.esmeralda