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martes, abril 23, 2024

Megalodón (2018)

Tiburón (Steven Spielberg, 1975) no inició el mundo del escualo en la pantalla grande. Esa medalla va para Jerry Hopper quien en 1956 haría The Sharkfighters, una película de mediano éxito que trataba sobre unos experimentos del gobierno en crear un repelente de tiburones (curiosamente en la filmografía de Hopper podemos encontrar las bases de lo que sería Indiana Jones), posteriormente podemos encontrar otros proyectos en los años sesenta, como Este Perro Mundo (Gualtiero Jacopetti, Paolo Cavara y Franco Prosperi, 1962) en donde un segmento del documental trata de un grupo de indígenas cobrando venganza contra tiburones asesinos, y la infame Shark! de Samuel Fueller, que es más conocida por tener la muerte en vivo de un stunt que la película en sí (es algo que comparten de hecho estas hermanas del relato en carne trémula). Pero no recordamos los primeros intentos, porque no son Tiburón, por supuesto.

Se le tacha de ser una película simplona en nuestros tiempos, pero Tiburón sigue siendo una obra maestra del horror y del cine de verano, que llegó a imponer récords con una película bien concebida y que ponía en matrimonio todos los elementos que nadie podía pensar funcionarían en una película si se les trataba de manera seria. Algo quedó marcado en la córnea popular del público, porque fue a partir de Tiburón que los clones aparecieron sobre el horizonte del mar abierto, y así, hemos estado 43 años peleando contra animales, en específico los tiburones.

Estas películas saben que no van a repetir el éxito de la obra de Spielberg, y se adoptan como un cine fácil de hacer, y de simpleza, porque su labor es la de entretener, no dejarnos pensando en el cómo y el por qué estamos en una sala de cine. Megalodón tiene los elementos a primera vista de lograr esto, sólo que no funciona.

Su principal problema, y gran pecado, es su desperdicio de potencial. La novela de Steve Alten es olvidable, pero deja los elementos de potencial, siempre y cuando se tenga al director indicado. Más interesante de saber sobre la historia de Megalodón –spoiler: es un tiburón gigante- es saber, del detrás de cámaras del proyecto, de lo que significa esta película para nuestros tiempos, y de los peligros a los que nos enfrentamos, peores que cualquier escualo.

Megalodón estuvo sorteándose entre estudios desde hace más de 10 años para finalmente terminar en Warner Brothers quienes entre tanto rumor, terminaron por apostar en Eli Roth quien trataba de darle un tono campy, que es el que merece y de lo cual no es ajeno; Roth ha entregado “basuras” como Hostal (2005), Hostal 2 (2007) y El Infierno Verde (2013) y es un director salvaje, quizás demasiado porque esta agresividad y pasión por lo estéticamente “grindhouse” no le permite ver sus limitantes como realizador (no es un secreto a leguas de que su revisión de El Vengador Anónimo, es de las peores películas del año porque pierde el punto de la novela original, enfocado a hacer una secuela no oficial de las de Charles Bronson). Aun así el matrimonio de Meg y Roth era lógico, y de no haber pasado la película seguiría en el limbo, incluso  Jason Statham incluso ha aceptado en varias ocasiones que la razón por la que firmó el contrato para actuar en Megalodón, fue porque la película iba a ser un festival de tripas y de exageraciones.

Pero hay dos factores que omiten esto.

El primero es que la película no obtuvo dinero enteramente de los Estados Unidos. Megalodón es esta nueva película en el mercado que sigue la tendencia de las exploraciones del mercado chino en producciones de nivel taquillero. No que la inyección de dinero foránea sea mala –después de todo, sin ese dinero no se hubiera realizado- pero el mercado chino impone una serie de reglas que se deben obedecer, y una de estas, va en conjunto con la censura de todos los involucrados en el proyecto. Megalodón dejó de ser una película absurda que buscaba ese nivel de estupidez que vemos en la televisión por cable durante la semana del tiburón y las innumerables Sharknado, y terminó rebajada a un grado, que se presiente y resulta insultante.

Esto importa demasiado, porque ahora con la visión de John Turteltaub hay una película sin fuerza y con el peso mayormente perceptible en las decisiones de producción, que deja clara su poca pasión dentro de la película: Hay una necesidad insípida de contar la vida de Jonas Taylor con un suceso que supone le cambia la vida, pero jamás reflexiona sobre las heridas del pasado, así como la de querer apurar la llegada del mentado tiburón que cuando aparece es sin bombo y platillo, ahí está, ya lo esperábamos, y por el letargo y reduccionismo de personajes a clichés y malos diálogos, ya lo necesitábamos.

Statham hace lo posible para mantener un carisma y lo logra a decir verdad, pero no puede contra personajes que no están en la misma sintonía de ridiculez que él. Quizás el más notorio sea el de Suyin Zhang interpretada por Li Bingbin, quien se vuelve el romance forzado de la película y que expresa sus diálogos sin alguna pizca de preocupación, pero debe de estar ahí porque recordemos que es una producción china, tiene que tener peso por parte de sus actores nacionales (sin olvidar que es la segunda ocasión del año en el que los chinos matan a un japonés dentro de la trama sin que nadie lo recuerde o tenga importancia en la historia).

Megalodón es una prueba de que las producciones asiáticas de este tipo no tienen interés de mostrar proyectos de calidad, y sí tienen una lectura mucho más maligna, porque son tan capaces de obtener  ingresos con proyectos tan huecos como los que acostumbra hacer Hollywood en sus momentos más bajos; es una película que nunca obtiene los resultados que busca, y ni la campaña de marketing –que es enteramente Americana y jamás menciona la presencia oriental- ni el carisma de Jason Statham furioso contra un némesis del tamaño de un barco, rescatan a la audiencia que termina con un merecido: meh.

Esta pudo ser la madre de todas las bombas estúpidas del año, pero se contiene omitiendo su posible alcance referencial y excéntrico. Mejor vean Piraña de Alexandre Aja, sin tapujos, con todo el lujo de violencia que esto no ofrece, y millones de toneladas de algo que se llama: pasión.

 

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