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viernes, abril 26, 2024

México inundado en chatarra

Por: Alejandra Huerta Arreola

El domingo pasado mi esposo y yo llevamos a nuestros hijos a andar en bici al parque. Están emocionados porque acaban de aprender “sin rueditas”. Había mucha vida en el parque: adolescentes bailando, niños subiendo y bajando de las resbaladillas, grupos de porra entrenando sus rutinas y familias haciendo picnic en las mesitas y sobre el pasto a la sombra de los árboles. A primera vista pareciera un lugar que invita al ejercicio, a la recreación y la convivencia… a la salud. Pero había un detalle tal vez inadvertido para la mayoría, pero aberrante para los ojos de una nutrióloga: la omnipresencia de comida chatarra, en TODAS las mesas y manteles había refrescos de múltiples colores, bolsas de todos tamaños de frituras y otros productos empacados. No había a la vista comida fresca, no vi fruta picada, guisados caseros, ni siquiera sándwiches o tortas. Solo chicharrones, rines, papas, panecitos dulces, galletas, jugos de bote, platos desechables, bolsas, botellas, unicel y plástico, mucho plástico. Pasamos por el kiosko que funciona como tiendita, únicamente venden productos empacados, nada de alimentos frescos. A pesar de que este panorama ya es el habitual, no deja de impresionarme la cantidad de chatarra que estamos comiendo los mexicanos. Hemos sustituido la comida tradicional por comestibles ultraprocesados en todo momento y ocasión: cereales de caja en el desayuno, pan de caja con jamón para el lunch, un paquete de galletas y un capuccino bien dulce o un yogurt saborizado de colación, sopas instantáneas tipo ramen en la comida, papas y salchichas para las reuniones, pastitas de caja en las juntas de trabajo, pizza para la cena, y refresco de cola para acompañar. Aproximadamente 60% de las calorías que consume la población mexicana proviene de comida procesada. El estudio “Qué y Cómo Comemos los Mexicanos” del Instituto Nacional Pública publicado en 2015 evaluó el consumo de población urbana durante 3 días y encontró por ejemplo, que el 73% de los escolares comieron pastelillos, pan dulce y galletas con grasa y el 61% botanas y frituras. Y sorprendentemente, la introducción de estos alimentos comienza muy temprano, el 75% de los menores de 12 meses consumieron bebidas azucaradas y 58% azúcares y dulces. De hecho, entre los menores de un año, el consumo de azúcares, dulces, botanas y bebidas azucaradas fue mencionado con mayor frecuencia que el consumo de otros alimentos como leguminosas, cereales integrales y carne roja. En cuanto a los refrescos, de acuerdo con la OMS, antes del impuesto a las bebidas azucaradas, un mexicano consumía en promedio 459 latas de refresco al año, lo que supera en más de 7 veces el promedio mundial de consumo. A raíz del impuesto, la ingestión de bebidas azucaradas ha disminuido cerca de 10%.

No es noticia que la salud en México está gravemente mermada por la obesidad y sus complicaciones: diabetes, enfermedad cardiovascular, insuficiencia renal, varios tipos de cáncer, osteoartritis, hígado graso, colesterol y triglicéridos altos, apnea del sueño, depresión, ansiedad, mayor probabilidad de complicaciones derivadas de accidentes, cirugías o estancias hospitalarias, así como incremento significativo en la mortalidad por todas las causas. El sobrepeso y la obesidad son considerados hoy en día el principal problema de salud pública del país. Según datos preliminares de la última Encuesta de Salud y Nutrición ENSANUT 2018, 32.1% de los escolares y 38.1% de los adolescentes tienen sobrepeso u obesidad, mientras que estas condiciones afectan al 73% de los adultos mexicanos.

Si bien, el exceso de peso tiene un origen multifactorial, es bien sabido que el estilo de vida y el entorno son fundamentales. Los ambientes o entornos alimentarios, entendidos como la presencia física y la proximidad a establecimientos de venta de alimentos y bebidas, así como sus precios, calidad, variedad e información disponible en un lugar determinado son causas que facilitan u obstaculizan la adopción de dietas saludables. El entorno alimentario influye en las decisiones de consumo a través de la disponibilidad, la asequibilidad y el acceso a ciertos alimentos y bebidas. Basta caminar unos pasos desde nuestro trabajo o nuestra casa para toparnos con una o varias tiendas de conveniencia, tapizadas de promociones donde lo que encontramos son productos “ultraprocesados”, de precio accesible y bastante prácticos para el consumo.

Los productos ultraprocesados son aquellos que se formulan en su mayor parte a través de ingredientes industriales: conservantes, estabilizantes y resaltadores sensoriales como colorantes y saborizantes, y contienen poco o ningún alimento natural. Por ejemplo en el paquete de un panecito con cubierta tipo chocolate se leen 50 ingredientes, el primero de ellos azúcar, seguido de varios nombres casi impronunciables tales como benzoato de sodio, sorbato de potasio, ésteres de propilenglicol de ácidos grasos, estearoil lactilato de sodio, propionato sódico, monoestearato de sorbitán, polisorbato 60, cmc sódica, etc. No cabe duda de que de trata de un producto ULTRAprocesado. Al consumir este tipo de productos se ingieren cantidades excesivas de azúcar, sodio y grasa. Estas densidades de calorías con mezcla de sal y azúcar resultan hiperpalatables y no existen en la naturaleza, por lo que al consumirlos se sobreestimulan las rutas cerebrales de recompensa y se alteran los mecanismos naturales de control del apetito, generando deseos intensos de consumo y adicción: “a qué no puedes comer solo una”…. Por ejemplo, una lata de té sabor limón contiene 67 gramos de azúcar, lo equivalente a más de 13 cucharadas cafeteras, por lo que el consumo de una sola lata representa el 134% el límite máximo tolerable de azúcares añadidos por día, establecido por la OMS.

Aunado a esta formulación irresistible están los empaques y la publicidad, que incluye colores y personajes atractivos, especialmente para los niños, que aún no distinguen entre fantasía y realidad, por lo que sí creen que los superpoderes del personaje del empaque son resultado del consumo del producto, lo cual los vuelve especialmente vulnerables a este tipo de mercadotecnia. El 93% de los anuncios de alimentos publicitados en la televisión abierta mexicana usa personajes animados. Los que tenemos hijos pequeños sabemos de la tortura que es llevar a los niños al supermercado porque se empeñan en que les compremos el cereal del elefante, el yogurt con el personaje de las caricaturas, el huevito de chocolate que trae el juguete… Y están también las trampas para los adultos, pensemos en aquellos productos que tienen el atrevimiento de publicitarse como saludables, cuando en realidad contienen altísimas concentraciones de endulzantes y grasas industrializadas, por ejemplo, la mayoría de las barritas de cereal.

Los ultraprocesados están diseñados para ser conservados por tiempos largos y para generar deseos intensos de compra, no para satisfacer las necesidades nutrimentales de las personas. Y claro, está también el tema ambiental, sus empaques son importantes generadores de basura. El 80% de la basura en el mar son botellas provenientes de la industria refresquera. El mundo hoy produce 20 veces más plástico que hace 40 años y más de ocho millones de toneladas llegan anualmente al océano, parte del cual incluso lo acabamos comiendo en el pescado.

Si bien la industria de alimentos ha hecho grandes aportes para la conservación y disponibilidad de alimentos, resulta obvio que alimentarnos mayormente a base de conservadores, aditivos, sal, grasas hidrogenadas y almidones modificados no es la mejor opción. Entonces, ¿por qué compramos cada vez más este tipo de productos? Los seres humanos tenemos dos grandes motores de nuestra conducta: la búsqueda del placer y la conservación de energía. Los ultraprocesados dan al clavo: proporcionan mucho placer y son muy prácticos; al estar listos para el consumo, nos ahorran trabajo, permitiéndonos conservar energía. De ahí su gran éxito. México ocupa el primer lugar en Latinoamérica en la venta de esta categoría de productos, que continúa creciendo anualmente de 3 a 6%.

La OMS y el Fondo Mundial para la investigación del Cáncer han advertido que los ultraprocesados son causantes de obesidad, diabetes, enfermedades cardiovasculares y cáncer. Se ha encontrado también que, a mayor densidad de tiendas de conveniencia por colonia, mayor el índice de masa corporal de los habitantes. Lo mismo a nivel países, a mayor venta de procesados, mayor el peso y la prevalencia de enfermedades crónicas. Es por ello que en otras naciones se han implementado diversas medidas regulatorias que abarcan desde la distancia que debe haber entre las tiendas, el tipo y cantidad de publicidad, los ingredientes que pueden contener los productos, hasta el etiquetado de los mismos. Desgraciadamente en nuestra región no hay suficiente regulación. Ejemplo de ello es el sistema de etiquetado que actualmente tenemos en México, el GDA, un rotulado pequeño que requiere de algunos cálculos matemáticos para su comprensión, considerado como poco o nada comprensible por el 44.6% de la población, y que resulta complicado incluso para estudiantes de nutrición. Su lectura e interpretación toma en promedio 3.34 minutos, y si tomamos en cuenta que la mayoría de los consumidores dedicamos entre 4 y 47 segundos para elegir los productos, resulta evidente que el GDA no es el mejor sistema.

Que no haya información clara e importante en las etiquetas no es casual. Detrás hay una historia turbia donde los intereses de la industria han invertido esfuerzos y recursos, cabildeando para impedir que se apruebe un etiquetado de advertencia como el que tiene Chile, Perú y próximamente Ecuador y Uruguay. En medio de estos conflictos de interés quedamos los mexicanos, quienes hemos sustituido una alimentación tradicional rica y nutritiva por productos ultraprocesados dañinos para la salud humana y planetaria.

Afortunadamente esta semana, tras un largo proceso en el que se han denunciado presiones de las grandes corporaciones para evitarlo, la Comisión de Salud de la Cámara de Diputados aprobó la modificación al artículo 210 de la Ley General de Salud para hacer obligatorio el rotulado de advertencia. Este tipo de etiquetado es el que ha recomendado la Organización Panamericana de la Salud, ya que se ha demostrado que es de fácil comprensión y consiste en unos octágonos negros con letras blancas que indican si el producto en cuestión es alto en azúcares, grasas saturadas, sodio o calorías. Este solo es un primer paso y falta muchísimo por hacer, empezando por recordar que un taco de frijoles es bastante mejor opción que un paquete de galletas.

 

Alejandra Huerta Arreola es presidente del Colegio de Nutriólogos de León. Licenciada en Nutrición y Ciencia de los Alimentos con Maestría en Nutrición Clínica.

 

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