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domingo, abril 27, 2025

Mi Padre ha muerto a los 80 años; su corazón fue el órgano interesado

Por Juan Antonio Araujo Riva Palacio

Qué corazón el suyo…

Sufrió su primer infarto a los 33 años, en 1973. Yo tenía 5 años. 7 años después tuvo su primer bypass a corazón abierto. Las safenas derechas vinieron a abrir nuevos caminos a las coronarias. 7 años después fue necesaria una angioplastia que asumió con todos los riesgos del Mundo y sin decirnos nada. El procedimiento fue un fracaso y después de una agitada visita parlamentaria a Sudamérica, sobrevino el más terrible colapso; vino el segundo puenteo. Ahora las safenas de la pierna izquierda hicieron la ruta de la sangre nueva. 7 años después llegó la tercera operación a corazón abierto. Ya no había safenas y las arterias mamarias asumieron la tarea de salvar el flujo de sangre del corazón de mi padre.

Ese corazón tocado por el dolor y la gracia no pudo más y 7 años después fue necesario el auxilio del marcapasos que se encuentra en el cuadro que fue bautizado como custodia del sagrado corazón de mi Padre. Con ese marcapasos vivió una de sus etapas más intensas y dolorosas, hasta que todos los artificios y artefactos se volcaron al colapso de nuevo y a implorarle rendición. En esa crisis brutal, sin asideros y sin artilugios, el corazón se negó a rendirse y no dejó que nadie pronunciara la frase: FALLASTE CORAZÓN.

Ahí en ese luminoso ejercicio de bravura vino la más épica de las batallas por la vida. El marcapasos, exhausto, fue retirado. El corazón, muerto en un 80% pero lleno de las ganas de vivir de mi Padre, fue conectado a un resincronizador de tres polos que echó a andar los flujos y los ventrículos en forma sincronizada. El 98% del tiempo intervenía en las arritmias y las desolaciones del corazón abatido. Así fue como ese Hombre inició su Maestría en Psicoanálisis y comenzó a leer a Freud, a Lacan y a Derridá.

Fueron 5 años terribles y hermosos en los que la autonomía de su corporalidad luchaba con la lucidez de su mente. El gran debate lo iluminaba de tal forma que él no percibía que ya no podía caminar y aún quería ir a recorrer el Danubio en barco y dar clases en la Facultad de Derecho de la UNAM…

El corazón de mi Padre estaba conectado a la vida de todos los que amaba y que le dolían. Su corazón era uno hecho de dolor, amor y amistad. Sus colapsos tenían nombre y apellido, sus afanes de vivir también.

En 1973, sobrevivió al infarto de dimensiones olímpicas que le provocó su pugna a muerte con el apellido que desde entonces tiene para nosotros evocaciones cainitas de un enemigo y un traidor; el terremoto familiar que implicaba dejar viuda a una esposa de 27 años y huérfanos a 3 hijos: Monika de 6, Juan Antonio de 5 y Gabriela de 2, no lo arrasó y pudo reinstalarse como hombre de bien en todos los territorios que pisó.

Pero lo que para algunos era la maldición de los espejos rotos que se instalaba cada 7 años en la familia, para él era la prueba de que el amor es mas fuerte que la muerte.

Juano vivió por puritito amor.

Ayer me preguntaba mi amigo Antonio Navalón si no me quedó pendiente ningún te quiero con él…

Qué difícil responder bien…

Aquí, sobre sus cenizas, sobre las cenizas de mi Padre, me hago la pregunta más difícil que un hombre puede hacerse en la vida.

¿Qué queda del Padre, qué queda del malentendido fatal de la auténtica función simbólica del Padre?

¿Es el Padre evaporado, es el Padre omnipotente?

Padre: ¿cómo has podido y sabido renunciar para elegir el camino más largo?

Padre: ¿cómo has conservado el espacio para el misterio absoluto de la vida y de la muerte, la magia ante la imposibilidad de tener la certeza sobre qué significa vivir y morir?

Padre: no tuviste una respuesta para todo, pero sabías que el conocimiento no resuelve todo el misterio de la existencia. Custodiaste el vacío para insertar mi propio deseo en una infinita donación en pérdida.

Fuiste custodio de un amor concreto distinto a todas las gracias genéricas y te la jugaste por nuestro nombre propio para que soñáramos, tuviéramos esperanza, expectativas y fantasmas. Oscilaste entre los polos de pertenencia y errancia y soportaste el conflicto para enseñarnos como hijos que debíamos encarnar la diferencia generacional. Nunca nos escamoteaste la angulosidad del conflicto generacional y aprendimos que no hay Padre que pueda protegernos de los riesgos de la existencia. Por ello aprendimos que la vida es digna de ser vivida.

Lo que has heredado de tus padres adquiérelo para poseerlo… son las palabras de Fausto. Es este giro el esencial y definitivo. En el exilio se construye lo humano y cuando este respeto falla como en los hombres de la Torre de Babel, las consecuencias son trágicas

En esta época que es la del duelo del Padre cómo encontrarte para humanizar la existencia. El fracaso no sólo es derrota y caída, también es lo contrario.

Padre mío: te vimos en el error, en la errancia, en la pérdida, en la derrota, en las decisiones equivocadas, en los entusiasmo disueltos convertidos en desilusiones. Vimos cómo te traicionaron. Regresaste de ahí con un cara a cara con la dura realidad para encontrar la verdad del deseo.

Este es el invaluable objeto de tu transmisión: el que fracasó no fue nuestro nombre propio sino el objeto que nunca llenó la laguna y que te obligó a no detenerte nunca.

Me quedaron pendientes las cuentas que todo Hijo tiene con su Padre: yo no quería que se me muriera nunca. Nada más Antonio. Pero hace tiempo aprendí que todo hijo termina siendo Padre de su Padre y así me tocará en la vida también con el amor de mis hijas e hijos.

Si los hombres pudieran elegir todo por sí mismos, elegirían el día del regreso del Padre. Ulises partió hacia la Guerra de Troya sin conocer a su Hijo, Telémaco. Cuando este creció lo esperaba todos los días escrutando el mar a la espera de su regreso. Lo invocaba porque esperaba justicia de él.

Si miramos hacia el mar veremos cómo vuelven padres vulnerables, fragmentos de padre, no líderes carismáticos ni padres victorioso; sin embargo veremos que vuelven como testimonio de la fe en el futuro. Ese es el mensaje a la siguiente generación que pide elecciones vitales y pasiones; no respuestas absolutas, sino la posibilidad de que la vida tenga un sentido.

Nuestros hijos no quieren heredar un reino sino heredar una promesa. Prefieren las ruinas de una casa a la que llegue un padre con esperanza y expectativas. Quieren que Ulises regrese a casa. No como Rey de Ítaca, sino como padre de Telémaco. Lo quieren renunciando a Calipso y a la inmortalidad. Ulises vuelve a Ítaca para abrazar a Penélope, para reconocer a su hijo y para restituir la Ley de la palabra en su comunidad. No porque sean valores morales universales sino porque estos hacen su vida digna de ser vivida, satisfecha, feliz.

Tuve la fortuna de ser el Hombre que más lo amo en la Vida.

Hace mucho que dejé de esperar y actué. Me sumergí en el pasado y desafié ese tiempo para reconquistar la dignidad de ser hijo de mi Padre. La verdadera herencia es la del huérfano, la del que se ha arriesgado a perderla definitivamente. Reconozco ese nombre y ese amor en concreto que tuvo fe más no seguridad y de ahí surgió la promesa.

Hace 9 años escribí como Padre un mensaje y ahora lo rescato como Hijo pues parece que el destinatario era yo. El colombiano Héctor Abad Faciolince escribió un texto hermoso y conmovedor que remueve todas las entrañas históricas de mi vida y me coloca ante la irremediable y amorosa elección que hice desde niño. Se llama: Un niño de la mano de su Padre. Esta es la historia como se la conté a mi Mateo.

En la casa vivían 10 mujeres, un niño y un señor. Las mujeres eran Tatá, que había sido la niñera de mi abuela, tenía casi cien años, y estaba medio sorda y medio ciega; dos muchachas del servicio –Emma y Teresa-; mis cinco hermanas –Maryluz, Clara, Eva, Marta y Sol; mi mamá y una monja. El niño, yo, amaba al señor, su padre, sobre todas las cosas. Lo amaba más que a Dios. Un día tuve que escoger entre Dios y mi papá, y escogí a mi papá. Fue la primera discusión teológica de mi vida y la tuve con la hermanita Josefa, la monja que nos cuidaba a Sol y a mi, los hermanos menores. Si cierro los ojos puedo oír su voz recia, gruesa, enfrentada a mi voz infantil. Era una mañana luminosa y estaba en el patio, al sol, mirando los colibríes que venían a hacer el recorrido de flores. De un momento a otro la hermanita me dijo:

-Su Papá se va a ir para el Infierno. -¿Por qué? -le pregunté yo. -Porque no va a misa.
-¿Y yo?
— Usted va a irse para el Cielo, porque reza todas las noches conmigo
.

Por las noches, mientras ella se cambiaba detrás del biombo de los unicornios, rezábamos el credo: Creo en Dios Padre Todopoderoso, creador del Cielo y de la Tierra, de todo lo visible y lo invisible… Ella se quitaba el hábito detrás del biombo para que no le viéramos el pelo; nos había advertido que verle el pelo a una monja era pecado mortal. Yo, que entiendo las cosas bien, pero despacio, había estado imaginándome todo el día en el Cielo sin mi Papá (me asomaba desde una ventana del Paraíso y lo veía a él allá abajo, pidiendo auxilio mientras se quemaba en las llamas del infierno), y esa noche cuando ella empezó a entonar las oraciones detrás del biombo de los unicornios, le dije:

-No voy a volver a rezar.
– ¿Ah, no? –me retó ella.
-No. Ya no me quiero ir para el Cielo. A mi no me gusta el Cielo sin mi Papá. Prefiero irme para el Infierno con Él…

Así viví yo toda mi infancia. Yo prefería a mi Padre que a Dios.

Crecí con 2 frases pronunciadas por mi Padre y que se volvieron mantra y religión en la familia Araujo Riva Palacio. La primera fue: en esta casa cada quien hace lo que quiere siempre y cuando la mayoría esté de acuerdo. La segunda: los quiero libres y felices. Nunca nos las explicó ni nos dio el reglamento para aplicarlas así que cada quien las interpretó a su manera.

El que más hacía lo que le daba la gana era él y jamás necesitó de ninguna mayoría. Para mi ser libre y feliz era estar a su lado todo el día. Entre esa democracia familiar dirigida y esa anarquía amorosa machista la combinación fue explosiva. Fuimos compañeros de vida ejerciendo a plenitud cada quien su libertad y eligiendo cada quién su felicidad. Evidentemente la política, el amor, las ideas, la ecología, la familia, las mujeres, el futuro y el pasado, eran temas que entre nosotros sacaban chispas y a veces se encendían.

Escribí tantos textos para que él los leyera y ahora me doy cuenta que este último, el mas sentido y doloroso, aunque es sobre él ya no es para él. Mi Padre se ha convertido en un Testimonio y una Memoria.

Todos somos sus custodios y sus recuerdos.

Desde la Libertad que vivió y la Amistad que prodigó quiero rendirle un homenaje de amor.

No podía hacerlo en una funeraria. No podía hacerlo contenido en una esquela con moños y cruces negras.

Mi Padre fue amigo de sus amigas y sus amigos y lo probó en el prolongado trato y en el curso de toda su vida. Nunca lo vencieron los falsos dioses ni cometió la impiedad de traicionar la palabra dada. Mi padre entendió la adversidad, los infortunios, las luces y las sombras, la oscuridad del destino aciago; siempre, siempre, siempre, se reveló como amigo ante el hecho incierto. Entendió que su vida ética dependía de tender la mano al que sufre los golpes de la suerte. Jamás abandonó, siempre sostuvo con quillas de afecto las ruinas de la embarcación.

Este homenaje convoca siglos de afecto; toneladas de aventuras. Sus cenizas serán llevadas a un lugar especial, no a una tumba fría y presta a ser olvidada. Abonarán la Tierra del altar de la Amistad como lo imaginaba Tácito en sus Anales de la República de Tiberio, para la felicidad de sus amigos y, sobre todo, para la felicidad de sus nietas y de sus nietos. Juan Antonio, Santiago, Daniela, Fernanda, Constanza, Mateo, Pablo, Patricio, Matías, Nicolás y Julia. Un altar de dimensiones éticas y amorosas ciceronianas, presidido por un Ahuehuete y acompañado de una siempreviva, como únicos elementos y compañía, para que siempre tengamos su sombra, firme, estable; para que sus amorosos puedan así soñar con un deseo ciego de inmortalidad de los recuerdos transmitidos por cada uno de nosotros. Para que siempre recordemos a este perito en lunas que fue fiel a su manera de ser y nunca dejemos que se instalen, cabronas, la tragedia y la tristeza en nuestra casa que es nuestra familia. Que nunca más las fisuras se instalen para siempre, que las suture el terco deseo de amor que nos une. Que su memoria sofoque el fuego de la tristeza ante tantos acontecimientos amargos que nos pone siempre enfrente el inconstante pie de la Fortuna. Que recordemos ahí el sentido cerrado de su sabiduría que tanto trabajo me costó entender; que siempre valoremos la diferencia entre dignidad e intransigencia como él la percibía y que mis ojos y mis enojos, a veces, no distinguían.

Mi Padre y yo tuvimos nuestra Ilíada Generacional, siempre eligiendo la adversidad en compañía y no la dicha en solitario. El resultado de ese choque fue un alma inmortal cargada de memoria, razón, pensamiento y amistad que pactamos transmitir a la siguiente generación. El inestimable objeto de esta transmisión les permitirá mirar al futuro con esperanza. Mi Padre y yo entendimos juntos que sin la unión del amor y el afecto no podrían subsistir ninguna ciudad, ningún hogar, ningún campo cultivado y que entre todos los bienes que nos ha concedido la fortuna no hay otro mas valioso que el incomparable don de la Amistad.

Juan Antonio Araujo Urcelay es el nombre de un patrimonio errante hecho con tiempo, con éticas generacionales, con memorias y genealogías. Es un nombre para que nunca prive el olvido sino la transmisión. Será un pedazo de la Sierra de Guanajuato, un soplo del aire y de la luz que hasta la devoción tuvo por su tierra. Así lo veremos en cada falla geológica del Bajío y en las monumentales hendiduras que evocan las profundidades del Hombre. En su nombre puedo decirles que su legado mas esencial es muy sencillo: jamás le hagamos concesiones al fracaso. Es mejor recibir las bendiciones de las aguas de esta tierra que las promesas de los rayos celestes.

Siempre te guardaré en mi corazón, me enseñaste que el esfuerzo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de Hombre.

Siento más tu muerte que mi vida…

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