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jueves, marzo 28, 2024

Microteatro presenta: Por el barrio.

Es obvio que hablar del barrio en el arte genera una problemática generada en una sola pregunta ¿Cómo representarlo sin volverse un estandarte de salvador? Sin verse de un total desconocimiento del tema que raya en una ignorancia generada en los clichés que hemos tenido al respecto. El barrio representa problemáticas, representa un atisbo de humildad, puede representar rechazo y repugnancia pero también representa el estandarte de valores que normalmente enfrentan la inevitable industrialización. Esa es parte de las problemáticas que Microteatro puso a la mesa en su temporada, quizás la más complicada de hacer de todas las que han pasado: Sin más preámbulos y como de costumbre, a darle.

Ajeno.

Dos mujeres que se dedican al servicio de un hogar -que podemos suponer de un nivel económico superior al de ellas- se encuentran lavando en la azotea, y con un desdén entre una y la otra… esta falta de aprecio se vuelve más notoria en un punto en el que una de ellas presume la relación extramarital que tiene con el hombre del hogar que atienden. El texto de José Antonio Alvear posee una dinámica que de inmediato uno percibe en cuanto sus personajes comienzan a hablar: aquellas mujeres  que se dedican a labores subvaloradas como el aseo del hogar, son poseedoras de un lenguaje formal y de prosa, procedente de la vieja escuela de teatro. Con ello, las dos generan una rivalidad en la que las ofensas alcanzan un nivel de rebuscado ante ojos modernos que le da gracia al material y la situación, aunque no ciertamente es algo que se llega a respetar en todo momento de las discusiones. Hacia al final Ajeno parece hacer hincapié en la gracia del lenguaje con los gritos de la dueña del hogar que son dispares frente a las dos lavanderas… pero es a partir de este punto que el hechizo del lenguaje se rompe y las dos mujeres obtienen voces procedentes del cliché del barrio.

Para ser una obra contemplada en los 15 minutos, Ajeno ocasionalmente pierde la noción de lo que trata de conceptualizar, por lo que tienes a  Cecilia Arenas Lizbeth Solís moviéndose en un espacio poco conceptualizado -suponiendo que es un techo, la aparición de un lavabo y tendedero en medio de un cuarto blanco no vende mucho la idea- con gracia y una rivalidad que va hasta en un punto físico, elementos innegables pero que se prestan a una obra que parece partir de una idea más simplona, concepciones predispuestas de la clase social y repugnancias.

¡Qué tiempos aquellos!

Inés (Mago Hernández Alcalá) Agustina (Tamnovska Taac) son dos mujeres de antaño, dos mujeres que se han quedado como comadres y que pasan la mayor parte del tiempo en la extraña actividad que resulta sacar una silla, sentarse a las afueras del hogar, y dejar que el tiempo pase al paso de la gente ajena y conocida. Bajo esta dinámica las dos mujeres presentan dos posiciones muy diferentes en relación a su edad y su concepción de lo que se denominaría vieja escuela. Inés es poseedora de costumbres más acorde a las de su edad y un dejo de conservador que chocan mucho con la jovialidad -y severa libinidez- de Agustina.

¡Qué tiempos aquellos! es una comedia apoyada en gran parte por la química que Mago Hernández Alcalá Tamnovska Taac poseen, haciendo vendible la noción de que sean personas que se conocen de años, aunque ocasionalmente la risa involuntaria frente a las ocurrencias del personaje de Agustina enfrentaban a Mago en una necesidad de mantener rigor frente a su personaje… algo complicado constatando una sala llena repleta de gente que encuentra gracia en este encuentro de nociones, que iban desde el machismo naturalizado de nuestro México, pasando por el negro del Wattsapp.

Ser Pachuco.

Nick Martínez Sainz interpreta a El Sarro, un pachuco de antaño que nos empieza a narrar su historia de origen y por ende, somos testigos de la dificultad de la cultura norteamericana frente a injusticias y discriminaciones culturales. El Sarro adopta las costumbres y modismos del pachuco para ocultar su dolor, el cual deja percibir entre las audiencias dentro de la sala, con ello el texto de Zayra Martínez busca que entendamos las posiciones de menos afortunados, y quizás quitar de nuestra mente la idea de que el pachuco es un pendenciero sin sentido. Sainz hace un gran papel como El Sarro, pues adopta los modismos y tono de voz, sin embargo es bastante curioso ver que su exploración de la cultura del pachuco no quede impregnada en la energía quinética que su personaje carece.

Las buenas intenciones.

Tal y como la duda del principio: ¿Cómo aproximarse al tema del barrio si uno lo desconoce completamente? El razonamiento de Luis Ruiz para Las buenas intenciones se presta para hacer una comedia de idiotas, que se agradece bastante porque Ruiz evita las convenciones narrativas de presentar personajes blancos salvadores: Estos no aprenden una lección, se dan cuenta de su ineptitud, quedan a merced de un sistema capitalista que devora buscando una paradoja de división de clases y asimilación de estas…  y no cambian.

Siguen siendo unos idiotas falsos, que no reciben una bofetada de realidad ni escarmiento, siguen con el meollo de querer vender vacilaciones y pretensiones. Eso es bastante agradable y fresco frente a un mundo que normalmente tiene la precaria necesidad de hacer que todo tenga un mensaje propositivo, y nos permite ver a tres actores interpretando caricaturas de lo que probablemente hayan percibido de su entorno en una comedia extremadamente funcional y crítica.

Floricidio.

Obdulia Moreno toma al barrio como mera excusa y elemento intrusivo para concebir la historia de amor de una pareja, las cuales han dependido de vivir en un espacio que no les agrada por cuestiones económica. A pesar de ello Rigoberto (Efraín Gómez) se mueve con optimismo, uno que podríamos tachar de bruto total: además de no saber cocinar, acaba de participar en el homicidio involuntario que da pie al título de la obra, lo cual hace que Mayra (Karime Villaseñor) entre en pánico total, porque dicha pérdida podría causarle una pérdida de empleo.

Floricidio no busca otra pretensión reflexiva, sino más bien una que busca obtener una sonrisa frente a la situación expuesta… y lo logra de manera adecuada. Gómez sí se muestra torpe pero decidido en su esmero, y Villaseñor es una mujer que trata de ocultar la realidad de que su esposo no es quizás el mejor en lo que  se anda proponiendo.

El Maestro de Danzón.

Delia Pérez tiene una propuesta bastante atractiva para El maestro de danzón: al tratarse de dos narraciones en paralelo de los protagonistas, decide que estas se den en espacios separados. La intención de esto es la de interpretar el microcosmo de Vidal (Adrián Nuñez) y Julieta (Perla García), dos personas completamente diferentes que comparten escena y pasión en la pista de baile. Por desgracia la propuesta no logra desplegarse del todo, ya que los momentos de narración entre los dos protagonistas es constante, haciendo que el juego de observación de la audiencia vaya sintiéndose más como un juego de ping pong que como espacios en donde la dinámica aporte algo más allá de la novedad. El maestro del danzón termina afectando de tal grado,, que de pronto las frases que aportan los protagonistas terminan siendo más interpretaciones de aprendizaje que personajes a los que se puedan sentir verisimilitud. Esto se podría mejorar si las alternancias fueran de manera menos constante y contribuyente como exposición de realidades o de visiones.

La enfermedad del barrio.

Es normal que la sala 6 sea la sala con más producción, gracias a que la sala es la más grande dentro del recinto, extrañamente en La enfermedad del barrio lo que vemos es un hogar desprovisto de muchos detalles… pero quizás sea parte de la intención. Marielle Ortínez y Carlos Negrete interpretan a una pareja que asume las consecuencias inusitadas del problema de la gentrificación, más notorio en el caso del sujeto parásito que se encuentra en el lugar, quien tiene una tendencia a gastar todo y de vivir una vida de excesos que no puede afrontar, porque nisiquiera tiene trabajo. La dinámica de Ortínez Negrete se complementan en parte por la histeria causada de ella y la calma de este, logrando que la mayoría del tiempo La enfermedad del barrio mantenga una sonrisa en el rostro. El problema ocurre hacia el descenlace, porque si bien la aproximación cínica que intenta obtener el texto es potente -la gentrificación ha alcanzado hasta afectar esta obra- no se logra de manera muy efectiva, ya que a pesar de tratarse de un giro inesperado, no obtiene una resolución evidente, quizás hasta algo confusa.

La carencia.

Evelyn Vargas puede estar orgullosa de su trabajo en La carencia. Su aproximación habla sobre la vida de dos mujeres que han sufrido las consecuencias de su entorno, mujeres que a pesar del tiempo y los esfuerzos se mantienen de pie porque se tienen una a la otra. Vargas interpreta a la comadre que busca obtener un aire de innovación y desarrollo intentando funestamente leer periódicos sin comprender su lectura. La otra comadre es Andrea Zamudio, una mujer que a falta de su capacidad de lectura es regañada por su mejor amiga, de la que depende porque es su único eslabón de comprensión tras una vida con la que lidia con niños  y un matrimonio del que no fue feliz.

La gran revelación se oculta de manera muy sutil en la producción de la obra, y con el uso de un viejo radio que atesoran las mujeres, siendo este un final agresivo y cruento, en una obra decadente que busca enfocarse en esas voces olvidadas de las fauces de un México que desconocemos, o que queremos desconocer.

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