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sábado, abril 20, 2024

Midsommar (2019)

León, Gto.- Gran parte de la aglomeración taquillera de las salas de cine nacionales se inclinan por tres géneros según revelan los números finales año con año: al mexicano le encantan los superhéroes, las comedias románticas, y el horror. De los dos primeros no es algo extraño de percibir, puesto que los superhéroes son parte de un fenómeno global del cual México también forma parte, las comedias románticas forman -y mantienen secuestrada- la industria nacional con estrellas añoradas… el fenómeno está con el horror, porque una gran mayoría de este sector consume cualquier cosa del género incluso sin antes indagar al respecto.

Esto es notorio porque es la segunda ocasión en esta vida en la que a Ari Aster la dinámica de las audiencias mexicanas engañadas por las productoras nacionales genera como respuesta una confusión y disconformidad, dos ocasiones en donde sus películas rechazan la propuesta de su título original por requerimiento de las productoras que traen sus película, anteriormente con Hereditario/La herencia del diablo (2018) y ahora con Midsommar, la cual no tuvo una alteración dentro de su nombre pero al que sí le brotó un subtítulo poco sutil como “el miedo no espera la noche”.

Esto por supuesto que no demerita a un proyecto sorprendente dentro del género y que vuelve a su director como uno de los más notorios de esos que ofrecen vitalidad al mundo aplastado por universos cinematográficos y jumpscares (y de los cuales curiosamente forma parte).

Midsommar no es muy diferente a Hereditario,, es de hecho una hermana que dentro de  sus paralelismos aborda temas como los rituales paganos y sobre todo -y de manera más escalofriante- la insostenible idea de la psique humana. Si antes la familia Graham de su primer filme poseía elementos que denostaban la herencia titular de un padecimiento mental entre sus miembros que derivaba en depresiones constantes, acá el caso de Dany es uno más lastimero, pues se trata de una persona arrastrada a un mundo de emociones insostenibles generado por una tragedia familiar con la que abre el filme, que nos deja en un nivel sofocante emocional y del cual a partir de ese momento pretendemos tratar de entender los cambios de humor de la protagonista.

Esto empero no es nada fácil. Dany ha caído en un mundo negro, con colores apagados y con ello arrastra todo elemento de su vida, la cual es parte de un completo horror… quizás el más latente e hiriente dentro de una película que presenta escenas de alto contenido violento, porque a veces puede ser más incómoda la percepción de un cuadro agónico de duelo: su aspecto es descuidado y sobre todo, termina en una relación que no le beneficia con Christian (), un hombre que siente tener el compromiso de estar con ella en aras de la tragedia, no necesariamente por amor fidedigno. Pero Dany tiene una oportunidad “de oro”: incitada por la falta de compromiso del patán de Christian decide unirse al euroviaje que él y sus amigos han estado planeando, con turismo sexual y quizás la posibilidad de comenzar una tesis universitaria establecidos en el hogar de Pelle, un amigo noruego, el único que no resulta ser un imbécil del grupo y a quien la venida de Dany al evento le atrae una singular alegría, puesto que para él es muy importante mostrar los tradicionalismos de su comunidad.

Es justo aquí, en donde el viaje de Aster se vuelve uno de extrema tensión. Por supuesto que no es el primero en plantear un filme de horror en donde la yuxtaposición de las convicciones pintorescas del mundo moderno chocan con el supernaturalismo pagano de donde toma referencia en las obras maestras de Jerzy SkolimovskiRobin Hardy El grito (1978) El hombre de mimbre (1973) respectivamente- empero, lejos de huir de estas influencias, las toma con sabiduría, haciendo un montón de reflexiones incómodas. Midsommar más allá de la evidente crítica de la inseminación impura del modernismo en una aldea de convicciones religiosas, habla mucho de la perturbadora idea del culto, uno de actividades violentas y xenofóbicas -igual que aquellos que invaden el paraíso- que se jactan de una pureza la cual, tiene unas raíces retorcidas y sin sentido.

Y en medio del conflicto moderno teológico, de la psique deforme y el uso de psico trópicos  volvemos con Dany, la cual es testigo de las actividades… la cual queda prendada y en donde la pregunta más debatible surge

¿Acaso Dany termina en un lugar que le genera una idea de pertenencia o es que es presa de una pérdida de identidad? Su camino está repleto de momentos de fragilidad, pero son innegables que los momentos en donde Dany es feliz, lo es con una sonrisa jamás esbozada en la frialdad de su mundo, aquí lejos de ser Dany la triste, es Dany la flor, la que baila, la que forma parte de una comunidad… que bien también es un recordatorio inmundo del modus operandi de los cultos y de las situaciones dogmáticas de estos.

Esto no funcionaría sin la participación de Florence Pugh como Dany, la cual posee una fragilidad a la que Aster le encanta poner en un primer plano sin tapujo ni defensa de nosotros como audiencia. Congeniamos con su dolor y la expresión de un rostro que se confunde con la espesura de un lugar que no le presta mucho detalle, pero nosotros sí como audiencia, lo cual hace mucho más escalofriante el hecho de ver las amenazas de su mundo perfecto y no poder hacer nada.

Tampoco serviría, sin la recreación de un paraíso anormal dentro de las convicciones del horror. los compinches de Aster tienen un reto, porque si anteriormente la opresión y horror se percibía con la ayuda de una casa repleta de sombras y diseños poco comunes acá el mundo de Härga capturado por Pawel Pogorzelski posee cuadros de calidez angelical que nos roba la idea del peligro por unos instantes, y el cual también llega a jugar con la exposición de la escena, creando espectros poco comunes ayudado también por el montaje de Lucian Johnston.

Como siempre, viene la reflexión del género con una película así, porque saliendo de las proyecciones la gente termina confundida y remarcando que esto, esto no es horror… y no hay mayor pecado que aseverar esto: el horror como género posee una maleabilidad reflexiva y crítica que no siempre te va a poner a saltar de tu asiento -que de nuevo, sí lo llega a hacer dos que tres veces- pero que sí propone ideas que te llevas a casa, que revisas con el paso de los días, y cuyo peso emocional no te abandonan: eso es el verdadero gran horror, y Midsommar forma parte de una carrera de obras maestras modernas de un director que va contra la corriente de lo que los grandes estudios dictaminan como normativo. Más público debería tener la oportunidad de ver un viaje a un cuento de hadas tradicional, con todo y la insania de la que siempre se quejan de no ver en proyectos para niños animados… aquí está, con poderío inmenso.

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