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viernes, marzo 29, 2024

Nadie rompió el protocolo…

Por: Cosme Ornelas
Analista del Grupo Consultor Interdisciplinario

Todo fue suave, ligero y sin tensiones. Como podía esperarse en una ceremonia de bienvenida. Sonrisas y alabanzas. Agradecimientos y buenos augurios. Ni siquiera el tono dramático utilizado en un primer momento por el presidente Calderón quebró el encanto.

“Lo recibe un pueblo que ha sufrido mucho”, expresó el mandatario ante Benedicto XVI, sin cargar las tintas más allá de lo necesario ni perder la oportunidad de reiterar los ejes centrales del diagnóstico autocelebratorio: México sigue en pie a pesar de las adversidades, de las epidemias y sequías, de los efectos perniciosos de la crisis financiera global, de “la violencia despiadada y descarnada” del crimen organizado que “infringe sufrimiento a nuestro pueblo y muestra hoy un siniestro rostro de maldad como nunca antes”.

Retórica viril, conmovida y conmovedora, pero a final de cuentas moderada, contenida, amable. No era cosa de someter al Santo Padre a los horrores de la nota roja en que se ha convertido la crónica diaria de nuestra vida pública. México sigue en pie y con esperanza. ¿Por obra y gracia del Ejecutivo y sus geniales operadores financieros (los del “catarrito”), madrugadores del asistencialismo social (11 meses tarde a la sequía y la hambruna en la Tarahumara), estrategas de la guerra sin cuartel (ni estrategia) contra el rostro feroz del poder criminal? No solamente. Porque el discurso del Presidente sabe cómo eludir callejones sin salida y cuándo recuperar el camino de la bienaventurada demagogia: México sigue en pie porque somos un pueblo fuerte, porque tenemos valores y principios, porque creemos en la familia, la libertad, la democracia.

Sería injusto afirmar, por supuesto, que el mensaje parecía dirigido más a la gradería y sus ramificaciones mediáticas que al Papa en misión pastoral. Como sería imprudente, por no decir desorbitado, insinuar que el Presidente se extralimitó al utilizar la primera persona del plural para referirse a los millones de católicos que “vivimos” en México y celebrar, con orgullo, que somos el segundo país con más católicos en el mundo.

Injusto e impreciso porque, patrioterismo aparte y reivindicación sectaria sin consecuencias, Calderón tuvo el tino de referirse al régimen de libertades y derechos que garantiza el Estado laico: libertad de cultos, diversidad ideológica, pluralidad cultural sin cortapisas. ¿Una de cal por las que van de arena?
Nada más, pero tampoco menos. Porque todo fue suave, ligero y sin tensiones. Acaso por ello, el mensaje central de Benedicto XVI se redujo a una frase amable, dulce, conmovedora y sin mayores consecuencias que un llamado a misa: “Señor Presidente: pediré al Señor y a la Virgen de Guadalupe por este pueblo y rezaré por quienes más lo necesitan, por los que sufren nuevas formas de violencia”.

Sonrisas y alabanzas. Nadie rompió el protocolo. No era el momento ni el lugar. Cabe esperar que en las próximas jornadas alguien se atreva a mirar de frente a la verdad y pueda referirse con dolorosa precisión a las víctimas de esas “nuevas formas de violencia” sin eludir las condiciones políticas, económicas y sociales que la hacen posible. Esperar que, más allá de la diplomacia y las complicidades, alguien recuerde a las víctimas de la pederastia clerical y deslinde a la Iglesia de los criminales con sotana.

Porque, de no ocurrir, se confirmarían los peores augurios de una visita que, bajo el manto “pastoral”, oculta sus verdaderas intenciones: ganar posiciones para la “agenda moral” del fundamentalismo religioso. ¿A eso vino Benedicto XVI? ¿A cabildear con la clase política mexicana las nuevas formas de la “libertad religiosa” y prometer una plegaria por el pueblo que sufre?

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