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viernes, marzo 29, 2024

Nec spe, nec metu

Muy poco se conoce y menos se habla de los contactos de México con Japón antes de la maquila y los corredores industriales. Me pareció importante retomar este tema ya que una integrante de la comunidad japonesa en Irapuato me comentó que éste podía ser tan desconocido por los mexicanos como por los japoneses. Así que me fui a mis viejas notas y rescaté algo de la historia de los primeros contactos de nuestro país con el archipiélago nipón.

Para ello habría de remontarnos a principios del siglo XVII, cuando la navegación marítima transoceánica era un privilegio exclusivo de los países europeos. Primero Portugal y España, luego Holanda e Inglaterra ostentaban su poderío militar y comercial con sendas flotas de galeones. Holanda, Inglaterra y Portugal comerciaban con Oriente a través de la ruta del Índico, que circunnavegaba la costa occidental de África, abasteciendo sus embarcaciones en diferentes enclaves a lo largo de dicho trayecto. España, por su parte, descubrió y dominó la ruta del Pacífico desde Acapulco, México hasta Filipinas, lo que le permitió comerciar con todo el Oriente almacenando las mercancías en el célebre Parián de Manila. Esta vía, establecida en 1565, al descubrirse el tornaviaje, es decir el viaje de Asia hacia América, empleaba las corrientes del norte llamadas Kuro Shio o corriente del Japón.

El tornaviaje, ponía a prueba con sus dificultades climáticas, tormentas y tifones, tanto a las naves como a los tripulantes más marineros, pues cubría una distancia de más de 7.000 millas náuticas, unos 14.000 kilómetros, la mayor parte de ellos sin tocar tierra firme. Entre tres y seis meses podía transcurrir la navegación entre Cavite y Acapulco con las bodegas abarrotadas de mercancías asiáticas; marfiles y piedras preciosas hindúes, sedas y porcelanas chinas, sándalo de Timor, clavo de las Molucas, canela de Ceilán, alcanfor de Borneo, jengibre de Malabar, damascos, biombos, lacas, tibores, tapices y perfumes. Las mercancías al llegar a América podían rendir con facilidad a sus dueños beneficios de hasta el 300 por 100.

Si los españoles ansiaban las mercaderías asiáticas, Japón y China apetecían la plata mexicana, pues en Asia el metal era más escaso que en Europa. Los reales españoles fueron la primera moneda de circulación mundial y permitían a los novohispanos comprar manufacturas de lujo a precios muy módicos. Para ambas riberas del Pacífico los peligros del viaje tenían jugosas compensaciones. Así lo veía el primer Shogún de la era Tokugawa, Ieyasu, quien en su carta al Virrey Velasco enviada con Rodrigo de Vivero instaba a los españoles a comerciar con el Japón: “multipliquen sus viajes los bajeles de comercio, aumentando con ellos las relaciones e intereses.”

Ieyasu no sólo deseaba que los buques españoles fondearan en los puertos japoneses, también construyó una flota comercial conocida como los barcos de sellos rojo o Shuinsen. Muchos de estos navíos constituyeron un híbrido del junco japonés tradicional con adaptaciones aprendidas de los buques europeos. Aún no satisfecho con eso, en 1607 el Shogún ordenó al famoso aventurero inglés William Adams la fabricación de un pequeño buque de 120 toneladas como un modelo casi exacto de los buques holandeses. Éste se empleó inicialmente para exploración de islas cercanas. El naufragio del ex gobernador de Filipinas Rodrigo de Vivero en las costas japonesas en 1610 permitió poner a prueba el buque, pues con una tripulación compuesta en su mayoría por súbditos del Shogún realizaron el primer viaje interoceánico hasta Acapulco. Esto no agradó al virrey quien pagó 4.000 ducados por el barco, lo incorporó a la flota del Pacífico, y lo rebautizó con el nombre de San Buena Ventura.

La pérdida de ese buque no desanimó a los japoneses quienes aprovecharon la siguiente ocasión para demostrar su capacidad naval. Ésta se surgió dos años más tarde para transportar la embajada del samurái Tsunenaga Hasekura y al pertinaz evangelizador Luis Sotelo. A pesar de las tensiones permanentes con holandeses y españoles, el viejo Ieyasu y uno de sus aliados principales, Date Masamune, deseaban establecer un comercio permanente con España, así que para evitar las tempestades invernales ordenaron en agosto de 1613 la inmediata construcción de un buque que permitiera transportar mercancías y una tripulación de 180 personas entre comerciantes, marineros y samuráis. Los documentos de la época informan que la construcción tomó 45 días y en ella participaron 800 armadores, 700 herreros y 3.000 carpinteros. El resultado fue un buque de 21 metros de quilla, 4.2 plan y 29 de eslora, con capacidad para transportar 500 toneladas. Para tener una idea de sus dimensiones, el tamaño de la quilla era más o menos equivalente al largo de un camión biarticulado del Optibús. El dragón dorado de su mascarón es un ejemplo perfecto del toque japonés de su manufactura.

El Date Marú, nombrado por los novohispanos como San Juan Bautista, realizó dos veces el viaje de ida y vuelta por el Pacífico, en 1613 transportó la embajada japonesa a Acapulco y regresó a Uraga con una embajada novohispana comandada por fray Diego de Santa Catalina para el shogún Hidetada. Posteriormente en 1617-1618, con el fin de recoger a Hasekura y Sotelo que regresaban de Europa y algunos pocos japoneses de su séquito. El último viaje, pilotado por el capitán Yokozawa Shogen fue muy accidentado; murieron un centenar de tripulantes y la nave tuvo que ser reparada a no poco costo en Acapulco. En esta ocasión el San Juan Bautista fue enviado a Manila con soldados y pertrechos para defender la ciudad de la flota holandesa, que había realizado varios intentos de bloqueo del otro lado del océano. El galeón dio gala de su buena construcción combatiendo con éxito bajo la bandera española, en especial durante el sexto bloqueo holandés al puerto.

A partir de entonces se habría perdido la huella de esta embarcación de no ser por el esfuerzo realizado casi cuatro siglos después por los historiadores navales japoneses quienes encontraron algunos planos y descripciones muy detalladas en los archivos de la familia Date. Conscientes de su importancia histórica y cultural se dieron a la tarea de reconstruirlo en 1993 para exponerlo con orgullo en el museo Sant Juan Bautista, en  Ishinomaki, cerca del lugar donde fue construido el original. El gran terremoto del este del Japón y el tsunami posterior del 11 de Marzo de 2014 destruyó varias de las instalaciones del museo, sin embargo según diversas fuentes, la réplica del galeón sobrevivió a la devastación apocalíptica que asoló Tohoku, algo de lo que muy pocos buques modernos pueden jactarse. Además el buque se mantiene en la actualidad a flote. Quienes deseen consultar al respecto pueden visitar la página: https://www.santjuan.or.jp/pdf/pamphlet.pdf

Para cerrar es importante decir que la aventura marítima japonesa se truncó con el Sakoku, o política de aislamiento internacional instaurada por el nieto de Ieyasu en 1639. La historia del galeón japonés Date Marú, casi desconocida para los mexicanos, pervive como un símbolo innegable de este contacto cultural.

 

Jaime Panqueva
Jaime Panqueva
Escritor, economista, promotor cultural, puericultor, amante de la ópera y de los tacos de montalayo. Este colombiano-mexicano afincado en Irapuato escribe ficción histórica, crónica, artículos periodísticos, entre otras curiosidades.

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