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domingo, mayo 25, 2025

Nombrar el horror, escuchar a las buscadoras

Carlos H. Babún

 

A Isabel Cerón y Ana Lucía Gasca, madres de mis amigos Hugo Carmona Cerón y Ricardo Lagunes Gasca.

A las compañeras del Colectivo ¿Dónde Están? Acámbaro.

Hay cosas que no se pueden decir porque no hay palabras para decirlas[i]

Una mañana de noviembre de 1997 nos despertó una serie de llamadas telefónicas: “Hugo no ha vuelto, ¿sabes algo de él?” preguntaba del otro lado de la línea la madre de nuestro amigo con una voz de angustia que robaba bocanadas de aire al llanto. Un par de días antes, nos explicó, una persona lo citó de improviso y nadie más volvió a verlo. Tras colgar se quedó la confusión, el aturdimiento se instaló como un zumbido entre los oídos y se nos fue el sueño por mucho, mucho tiempo.

Con nuestros 16 años lo buscamos calle por calle, pegando carteles y preguntando a quien fuera por alguna pista que nos ayudara a encontrarlo. También nos sumamos a las brigadas de búsqueda de la Cruz Roja, organización en la que Hugo colaboraba, recorriendo campos y ríos en los alrededores. Pero nada, no aparecía.

Fueron días duros y noches espesas que parecían arrastrarse lentamente sobre nuestros cuerpos, machacándonos con su ausencia. Y es que nuestro amigo no sólo “desapareció”, sino que fue desaparecido por alguien y saber su vida a expensas de una sombra nos inundaba de un tipo de horror que, casi 30 años después, yo aún no sé cómo nombrar. Es una sensación que habita en los límites de lo ininteligible y acecha como parálisis, como sudor frío, como lengua seca; irrumpe como huesos picados que no sostienen al cuerpo y como sangre hirviente que arde por toda la bajopiel; se asoma algunas veces como un pulmón implosionado, como insomnio y asfixia nocturna, y otras tantas como uñas al rojo vivo, garganta llena de arena y como grito encerrado en el esófago que por más que presiona no encuentra cómo salir. Sigo sin encontrar las palabras precisas, pero sé que es un tipo de horror que, aunque no se nombre, sí existe.

El cuerpo de Hugo apareció un mes después y con él la conmoción e indignación social. Una larga y robusta marcha desbordó la calzada principal de esa pequeña ciudad del estado de Veracruz. Sosteniendo velas y en un silencio imponente exigimos justicia que, sobra decir, nunca llegó. Sin embargo, el mundo continuó su paso y el cotidiano se tragó su ausencia. A veces pienso que debimos salir a gritar, romper y quemar todo, pero por más que le doy vueltas a ese hubiera no logro imaginar qué palabras habría usado en ese entonces para expresar esa mezcla de dolor, profunda tristeza y rabia que la desaparición de nuestro amigo hizo estallar en nuestro interior.

Hay cosas encerradas detrás de los muros que no pueden cambiar porque nadie las oye

La madre de Hugo no soportó la situación. Con nuestros 16 años la procuramos como pudimos, pero no fue suficiente. Escuchaba la voz de nuestro amigo, por eso su hija la llevó a vivir consigo al norte del país. Desde entonces no la volví a ver.

El mes que duró la desaparición fue muy duro para ella. Recuerdo que un día me marcó para contarme llorando que había gente diciendo que Hugo se había ido por su propia cuenta, que lo habían visto y me pedía con tono de súplica que le confirmara que era cierto. No tuve cara para mentirle y decidí ser honesto. Pero como ese hubo mil rumores más que tuvo que padecer, muchos de ellos prejuiciosos y criminalizantes, como los que decían que su hijo andaba en malos pasos, que vendía drogas; también dijeron que se había fugado con un novio, porque sí, hasta la homofobia salió a relucir para culparlo por su propia desaparición. Los estigmas más ruines de nuestra ciudad la señalaron como responsable con frases como “¿dónde estabas?” o “¿por qué lo dejaste solo?”, azotando su frágil estado emocional. Unos juzgaban, otros recomendaban resignación. Lamentablemente había mucha gente queriendo explicarle y señalarla, pero poca dispuesta a escucharla.

Aunque no sé qué le hubiera dicho o preguntado, a veces quisiera haber podido hablar más con ella y platicar sobre cómo vivía la ausencia de su hijo, de mi amigo. Imagino que intentarlo le habría permitido encontrar las palabras precisas para nombrar lo que sentía, de poco a poco, una a la vez y de a tumbos, hasta lograrlo y entonces, posiblemente, podría no sólo haberlo nombrado, sino también gritado y gritado para que todo el mundo la escuchara y entendiera lo que sentía.

Tal vez el problema no es que escuchara la voz de su hijo, sino que el resto no lo hiciéramos. No me gustan los hubiera, pero quizá así nos habríamos adelantado al horror que una década después inundó a este país.

Hay cosas encerradas dentro de los muros que, si salieran de pronto a la calle y gritaran, llenarían el mundo

Veinticinco años después nos encontramos con más de 30 compañeras de un colectivo de buscadoras del sur del estado de Guanajuato. Durante la conversación les preguntamos cómo es la persona a la que buscan y nos describieron los lunares, las pequeñas cicatrices y las comidas preferidas. Compartieron las anécdotas entrañables. En sus ojos aparecieron luces y sus semblantes reflejaban ternura. En sus palabras había amor y cariño. Mucho cariño.

Después narraron cómo fue el momento de la desaparición y todo se volcó. Relataron con minucia la manera en que se enteraron y sus reacciones inmediatas. Contaron todo en tiempo presente, como si al hablar volvieran a vivir lo ocurrido. Por eso, al escuchar sus voces pudimos sentir el pánico apoderándose de los cuerpos, la rabia gritada hasta quebrar las gargantas, las calles recorridas y la desesperación asfixiante al no encontrar respuestas. En sus palabras había miedo, dolor, frustración y coraje. Mucho coraje.

Ante el horror que vivían la respuesta social fue hostil y estigmatizante, mientras que de las autoridades recibieron un trato indolente, criminalizante y déspota. A diferencia de eso, cuando a una la desbordaba el llanto sus compañeras la abrazaban, la apoyaban y la contenían, no para callarla, sino para que juntara la fuerza suficiente para seguir contando su historia. Así, en ese auditorio tapizado con fichas de búsquedas, narraron libremente y con toda crudeza más de 30 testimonios con los que develaron las entrañas de la brutalidad que se vive a todo lo largo de este jodido país. Al final, después de nombrar sus dolores, tomaron acuerdos sobre sus expedientes, sobre las próximas búsquedas y las siguientes reuniones, ya no con llanto sino entre risas, muestras de afecto y esperanza. Mucha esperanza.

No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.

El horror ocasionado por la desaparición de una persona querida existe, se invista en palabras o no. El problema es que si se queda al margen del lenguaje arde y carcome los huesos en solitario; en cambio, al ser nombrado puede volverse común y entonces politizar y movilizar los cuerpos.

¿De quién es la responsabilidad de asignar palabras a ese horror? Si bien considero importante que las víctimas sean quienes hablen, el lenguaje es un tejido que se crea dialécticamente, por lo que no es posible que su voz emerja sin una escucha dispuesta a no condicionar, a no negar, a no juzgar.

Escuchar a las buscadoras nos permitirá también escuchar a cada persona desaparecida. Y cuando eso suceda, cuando cada horror sea nombrado en toda su extensión y con cada detalle, este país podrá despertar de la pesadilla en que habita. En ese momento, confío, nadie dormirá más hasta encontrarlas a todas, hasta encontrarlos a todos.

[i] Las frases que encabezan cada apartado son de distintas obras de Federico García Lorca.

Sporadikus
Sporadikus
Esporádico designa algo ocasional sin enlaces ni antecedentes. Viene del latín sporadicos y éste del griego sporadikus que quiere decir disperso. Sporás también significa semilla en griego, pero en ciencia espora designa una célula sin forma ni estructura que no necesitan unirse a otro elemento para formar cigoto y puede separarse de la planta o dividirse reiteradamente hasta crear algo nuevo. Sporadikus está conformado por un grupo de estudiantes y profesores del departamento de filosofía de la UG que busca compartir una voz común alejada del aula y en contacto con aquello efervescente de la realidad íntima o común. Queremos conjuntar letras para formar una pequeña comunidad esporádica, dispersa en temas, enfoques o motivaciones pero que reacciona y resiste ante los hechos del mundo: en esta diversidad cada autor emerge por sí solo y es responsable de lo que aquí se expresa.

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