La escritora Cristina Rivera Garza ha mencionado que le tomó 30 años hablar y escribir sobre el feminicidio de su hermana Liliana, porque simplemente no existía el vocabulario para exponerlo. Poco a poco se ha incrementado o creado las palabras para nombrar las muchas y diferentes formas de violencia y discriminación hacia las mujeres.
Algunas de nosotras hemos accedido a una mayor comprensión de las inequidades en nuestra sociedad, a los “micromachismos” que en realidad son violencias normalizadas, a las diferentes caras del patriarcado, etc.
Me considero feminista. Tengo años asistiendo a rodadas, marchas, conferencias feministas y proyectos de apoyo por y para mujeres. Mis servicios profesionales como asesora de lactancia y tanatóloga perinatal, los ejerzo con perspectiva de género. Más, recientemente, gracias a la terapia y a las lecturas de Marcela Lagarde y Clara Coria me he dado cuenta de que existimos también las “feministas de calle”.
Lagarde menciona que hay muchas mujeres que aún teniendo claros los derechos humanos y leyes que nos amparan, incluso, siendo ellas mismas defensoras de otras compañeras, aún mantienen en casa un régimen patriarcal inconsciente e inamovible. Mujeres que peleamos y coreamos fuera de nuestros hogares lo que es justo, pero que lo callamos o invisibilizamos bajo nuestro propio techo, tanto en la distribución de tareas domésticas, como en las negociones cotidianas o en la intimidad.
Clara Coria ha centrado gran parte de sus investigaciones y escritos a hablar de cómo la subordinación de la mujer está en función de una dependencia económica. No solo porque culturalmente los cuidados y los trabajos del hogar no son remunerados, sino también para aquellas quienes aún percibiendo ingresos no los reconocen como propios, sino que están al servicio de las necesidades de la familia o en control de la pareja. No hay una independencia al adquirir bienes inmuebles, inversiones o cualquier otro tópico monetario de envergadura.
Las autoras resaltan que muchas de las mujeres que padecen de violencia domésticas, se quedan en esas relaciones no sólo por todo el maltrato psicológico que les ha disminuido su capacidad de pensar que podrán liberarse de esas parejas, sino también, por no contar con recursos económicos propios para empezar de nuevo y poder sostener a sus hijos. Lo cual, a veces es una paradoja, ya que, en ocasiones, estas mismas mujeres son las que mantienen a dicha familia, pero como no tienen capacidad (o cultura) del ahorro, se perciben desamparadas.
Con esto en mente, he iniciado una “reingeniería” en casa. Nuevas formas de negociación, atención a las labores domésticas, al cuidado de los hijos e hijas y la administración de los recursos económicos, buscando la congruencia entre lo que pienso, digo y hago tanto en lo público como en lo privado.
Vivir no sólo un “feminismo de calle”, sino también y más importante, en mi persona, nuestra familia y nuestro hogar. Así es como comprendo lo que Marcela Lagarde dice respecto a que la revolución feminista más importante se da en la intimidad.
* Lagarde y de los Rios, Marcela, “Claves feministas para la negociación en el amor”. Managua: Puntos de Encuentro, 2001.
* Coria, Clara, “Las negociaciones nuestras de cada día” Red Ediciones – Pensódromo 21, ANDROGINIAS 21, 2016