Agarren sus pincitas porque vamos a hablar de política.
Imposible no saber de los grandes cambios políticos que tuvimos en los últimos días, nadie quedó indiferente a los rostros que ahora son protagonistas de aquellos puestos que representan a la sociedad. Imposible, también es, no buscarle tres pies al gato. Porque aceptemos que ningún hombre es necesario que rinda cuentas sobre si su posición es progresista o conservadora y mucho menos sobre su vida personal.
Llama la atención que en aquellos lugares donde rebosan las palabras como paridad, equidad y sesgo, se siguen presenciando actos de lo que parece ser una terrible misoginia internalizada (y sin distingo género) donde resulta más señalable que tengas hijos a que seas un abusador impune. Se ha visto que se necesitan más razones para desestimar a un hombre que las barbaries que pueda llegar a hacer en su “vida privada” y para terminar de desajustar la balanza del otro lado, podríamos poner mil y una razones por las que una mujer es más que apta y capaz, pero o es soltera y se cuestiona su moral o es madre y se cuestiona su tiempo.
Vivimos en un país donde gobierna ya una mujer perteneciente a una vertiente política totalmente disruptiva; en uno de los tres estados que por primera vez tendrá una mujer al mando, misma que es partidaria de una política conservadora, lo cual no necesariamente nos habla de una propuesta avejentada. Por sororidad, no es de mi interés hacer un escrutinio de sus personas o propuestas, este texto no es un cotilleo disfrazado de investigación periodística.
Lo que sí es de mi interés es cuestionar si somos capaces como sociedad de ser agentes activos que no dejemos en manos de otros las propuestas o los cambios necesarios para recibir lo que una nueva política nos ofrece. Que la mesa grande donde se sientan los que toman las decisiones sea de aforo de todos y para todos. Este trabajo es en conjunto, uno construye al otro, las demandas que como sociedad hacemos es lo que viene a moldear de a poco y a tirones las diversas propuestas que se nos ofrecen.
Puede sobrentenderse, pero no creo que sea menos importante aclarar que aún siendo mujeres a cargo no se trata per se de feminismo (aun siendo éste fue quien las puso en esta posición). Ser feminista confesa es un asunto serio y me parece que este pecado como sociedad no estamos listos para nombrarlo, aunque insisto, este nos dio a todas voz y voto. Sin embargo, hay que observar que lo que ahora tenemos en frente es una posibilidad de que madres, lactantes, cuidadoras, trabajadoras fuera de casa puedan poner su mirada en asuntos en los que históricamente la perspectiva se ha quedado corta, en los que les faltaba entender que tal vez las necesidades laborales solo están favoreciendo un sector o ver cómo un sistema de salud lleva a miles de mujeres a realizar malabares para recibir la atención médica requerida.
No se trata de una lucha hembrista de géneros, donde “ahora va la nuestra”, pero la realidad es que si seguimos sin tener una representación pública de toda la gama de mujeres que existimos, seguiremos sin poder nombrar nuestras necesidades, exponiéndonos así a diversas violencias y a la despersonalización del ejercicio político.
Solo queda ser receptivos y tener más orejas y manos que boca para permitirnos hacer y escuchar antes de cuestionar si una mujer podrá o no ejercer el cargo, porque si muchas podemos criar, trabajar, estudiar y vivir desde la precariedad y el abandono, claro que mujeres a las que les hemos abierto el paso todas, serán el inicio de un cambio.