Basada en el trend de Tik Tok, donde las personas imaginan que conversan con su yo del pasado o del futuro, y con la melodía de McCartney en mi cabeza[1], imagino esta escena de mi yo feminista del presente con mi yo de 64 años…
Las dos llegamos rayando la hora y sonriendo.
Yo pedí una malteada de mango y una empanada de atún y ella agregó: “También para mí”. Tomamos nuestra orden, salimos de la cafetería más antigua de nuestra ciudad y caminamos hacia la plaza donde nos sentamos en una banca bajo las jacarandas en flor.
Mientras saboreamos con placer esa mezcla entre lo dulce de la bebida y lo salado del bocadillo, le dije que quería conversar sobre la situación de las mujeres en el futuro… Asintió con la cabeza invitándome a preguntar.
Quise saber si haber tenido a la primera mujer presidenta había hecho un cambio en las políticas públicas en cuanto a la equidad de género… Ella hizo un gesto y mencionó que no estaba muy convencida de que esos cambios hubiesen surgido por tener una presidenta, sino porque las mujeres decidimos no confiar en que su llegada al poder sería suficiente. Seguimos saliendo a las calles, haciendo propuestas de reformas, etc.
Le pregunté si seguía siendo necesario que hubiese una cuota de género para los puestos laborales y políticos. Entornó los ojos como tratando de comprender a qué me refería y de pronto recordó que esa había sido una medida necesaria en mi tiempo, pero que en el suyo ya no se hacía “por ley”, sino porque las mujeres habíamos sido tan buenas probando nuestra capacidad y eficiencia que ganamos los escaños por méritos propios. Los escándalos del tipo de “las Juanitas” eran cosa del pasado[2].
Me alegré de su respuesta y con cautela le pregunté si en 15 años, las amas de casa siguen refiriéndose a su labor como que “no trabajan ni hacen nada”. Se rió con ganas. Dijo que no, que gracias a libros como los de Daniela Rea y otros más, la comprensión del valor que tiene la labor de las personas que se dedican a los cuidados y de la lactancia, nuestro país ha emulado a los escandinavos, considerándoles un factor para estimar el Producto Interno Bruto del país.
Exhalé con un suspiro de alivio antes de entrar a terrenos aún más preocupantes…
¿Qué tal vamos con la deconstrucción del amor romántico? – interrogué. ¡Uff! – exclamó – esto sigue siendo un tema. De algún modo se ha polarizado muchísimo la construcción de las relaciones interpersonales. Por un lado, están las personas que, decepcionadas del constructo del amor romántico y hegemónico, se volcaron en las diversidades relacionales, negándose a establecer contratos matrimoniales y a tener descendientes. Y por el otro, los conservadores recalcitrantes que consideraron que ese “libertinaje” acabaría destruyendo a la sociedad y retomaron formas de relación de mediados del siglo pasado. En el centro está el grueso de la población, donde si bien el tema del consentimiento, la responsabilidad afectiva y las nuevas mapaternidades están afianzados, aún cuesta equilibrar la balanza de un lado y del otro de la pareja.
¿Y la violencia hacia la mujer? – por fin me atreví a indagar. Me mira fijamente y responde: mucho se ha avanzado en la consciencia institucional y en la sororidad que les ayuda a salir de relaciones violentas, incluso hay avances en la violencia vicaria gracias a reformas constitucionales… La corriente que comenzó en Corea de evitar relacionarse con hombres, casarse o procrear, pronto se extendió por el mundo, trayendo por un lado “protección”, pero por otro, mayor resentimiento de los varones. Las cifras de agresiones y feminicidios siguen siendo lastimosas… El avance más notorio es hacia la severidad de las penas cuando logran apresarlos, pero los crímenes siguen ocurriendo. Nota mi desconcierto y añade: Lamento no tener noticias más alentadoras.
A este punto ambas hemos terminado nuestros alimentos y caminamos pensativas por los andadores. De repente su mano presiona mi hombro con suavidad en señal de despedida y desaparece de mi lado, dejándome la convicción de seguir trabajando para que mañana sea bonito.