Por Iván Vega
I
Era domingo al mediodía y afuera el sol caía a plomo. No tenía ánimo ni planes de salir. Escuchaba música en mi computadora. Tal vez Radiohead o Pj Harvey. No recuerdo. Tocaron la puerta de mi habitación de una forma extraña, como tamborileando los dedos. Pregunté quién era. Nadie contestó. Alcancé a escuchar unas risitas ahogadas. Salté de la cama y abrí la puerta. Eran Z y W con su pinta de ciberpunks. Venían con una pizza y cervezas. Z descolgó su mochila verde olivo de su hombro y sacó un libro de bolsillo; dibujó una enorme sonrisa, me lo mostró unos segundos y lo lanzó sobre mi cama. Te lo presto, dijo, con un gesto que respiraba ironía.
A simple vista parecía una típica novela negra norteamericana. La portada tenía un diseño que me resultóchocante y trillado: la silueta recortada de dos hombres con sombrero de fieltro y gabardina. Al fondo la míticaNueva York con sus rascacielos enmarcando el horizonte. Fue inevitable pensar en los padres del género policiaco,Dashiell Hammett y Raymond Chandler. Imaginé el contenido. Hombres de trato rudo y pocas palabras bebiendo gin tonic, sentados frente a la barra de un bar, asediados por mujeres misteriosas y obsesionados con la resolución de una pesquisa. Inevitables los lugares comunes.
II
Se trataba de Fantasmas de Paul Auster; una vez que lo abrí no pude parar de leerlo hasta el final. Un relatocorto que junto con Habitación cerrada y Ciudad de Cristal conforman la emblemática saga conocida como La trilogía de Nueva York. Hasta entonces Auster, el universo Paul Auster, me resultaba todavía desconocido pero a medida que avanzaba las páginas, sorprendente y fascinante. Una prosa cristalina, precisa y veloz, sin barroquismos ni florituras. Sobre la base de una narración que evocaba en sus formas a las tradicionales de las novelas policiacas de la old school, el meollo sobre el que giraba la narración apuntaba, sin embargo, a un lugar muy distinto de la llamada novela negra. Al avanzar, el misterio dejaba de ser un simple asunto detectivesco y se revestía de notas metafísicas, existenciales. Cuando terminé de leerlo no pude dejar de pensar que entre esas líneas, además de un juego de espejos ad infinitum, un puzzle metafísico, o la propuesta de una narración de corte laberíntico con resonancias borgeanas, emergía un diálogo constante con la poesía de Walt Whitman, la narrativa de Melville, o los paseos pensativos de Ralph Waldo Emerson o Henry D. Thoreau. También me pareció que campeaban por ahí Samuel Beckett, Kafka, incluso guiños a la filosofía del lenguaje de Wittgenstein. Una constelación narrativa compuesta con lo mejor del siglo XIX norteamericano y del siglo XX Europeo.
III
Leí Fantasmas un par de veces y lo devolví a Z el siguiente fin de semana. Me dí a la tarea de buscar La trilogía de Nueva York completa. Busqué sin demasiado éxito por todas las librerías de la ciudad -que por cierto eran precarias y escasas- y cuando casi me resignaba a rastrearlo por otras vías lo encontré por casualidad (¿?) en un pequeño bazar de libros, música y ropa usada. Apenas lo adquirí empecé a hojearlo hasta despacharlo de un tirón. Desde entonces, devoraba todo cuanto encontraba de ese -para mí- novedoso autor. Cada libro era como observar, en dos movimientos simultáneos, un artefacto literario que al mismo tiempo que se nutría del canon y la tradición, se resolvía a sí mismo con una gran originalidad y espíritu propio.
IV
Con el paso de los años leí lo que encontraba de Auster. Era como aquel niño que va coleccionando estampitas de sus jugadores favoritos. En este caso se trataba del crack Paul Auster. Cada libro despedía un aura propia y al mismo tiempo formaba parte de aquel campo constelar, de esa totalidad orgánica, si cabe la expresión, como un gran rompecabezas irreductible a la mera suma de sus partes. El palacio de la luna; El país de las últimas cosas; La invención de la soledad; Brooklyn Follies, Tombuctú o Leviatán. Una obra sin centro ni periferias, que bien podía ser leída de forma caótica u organizada. Una cartografía poblada de laberintos, atajos, callejones sin salida, que bien merece ser leída por un lector flâneur dispuesto a vagabundear y perderse entre los recovecos, los pliegues, y el sinsentido de La Gran Manzana convertida en cuentos, novelas, poemas y ensayos.
V
En la primavera de 1999 surgía uno de los proyectos literarios más insólitos de la literatura contemporánea norteamericana. Luego de una entrevista en la Radio Pública Nacional, el locutor proponía a Paul Auster colaborar periódicamente con su programa. La propuesta consistía en acudir cada cierto tiempo a la cabina radiofónica a leer relatos de su autoría. Auster, dudoso de aceptar un compromiso ajeno a la escritura, dijo que lo pensaría. Al llegar a su casa le platicó a Siri, su esposa, y ella le sugirió una idea brillante: animar a los radioescuchas a lo largo y ancho de la Unión Americana a enviar sus anécdotas y él simplemente les daría un cauce literario. Fue así como surgió el Proyecto Nacional de Relatos, que consistía en la recopilación de pequeñas historias verídicas surgidas en la vidacotidiana que tuvieran como peculiaridad el resultar asombrosas, increíbles o curiosas al grado de parecer producto de la ficción. En palabras de Auster la apuesta del PNR era erigir un “museo de la realidad estadounidense”. De tal suerte, durante aproximadamente un año Auster leyó y editó alrededor de cuatro mil relatos de toda índole, desde confesiones de asesinatos y crímenes atroces, hasta tiernas historias de reencuentros familiares y amorosos; cualquier clase de narraciones inverosímiles que desembocaron en un asombroso libro escrito-a-muchas-manos: Creí que mi padre era Dios; relatos verídicos de la vida americana.
*Paul Benjamin Auster (1947-2024)